Esto ocurre, desde que somos pequeños. Que un niño de seis años decida que no hace los deberes de matemáticas, puede tener consecuencias graves en su vida, aunque en el momento de producirse el comportamiento, no le hayamos dado importancia. Por ejemplo, que se retrase y piense que las matemáticas no son lo suyo, eliminando de su vida toda opción a realizar una carrera de ciencias.
Esta decisión, puede haberla tomado simplemente por pereza o que necesite jugar, que no tenga una buena relación con el profesor o porque necesita atención de sus padres.
Este tipo de decisiones, que llevan a la persona a no superar las dificultades que se le plantean a lo largo de su vida, van minando su autoestima.
La falta de confianza en uno mismo puede provocar, que cuando la persona se ve obligada a tomar decisiones importantes, decida en función de la opción más fácil, que precisamente no suele coincidir con la más acertada. Las buenas decisiones suelen conllevar superar dificultades y requieren esfuerzo, no son las que se adoptan por pereza.
La pereza es el gran enemigo del éxito en la vida.
Cuando somos inseguros, sobre todo por baja autoestima, entra en juego el miedo a equivocarnos y es en esta situación, cuando las personas empiezan a tomar decisiones erróneas, una detrás de otra. Una mala decisión, lleva a otra, y si no somos capaces de darnos cuenta, y poner remedio a esa falta de confianza en nosotros mismos, puede llevarnos a fracasar en todos los ámbitos de la vida.
Para la correcta toma de decisiones, es importante tener claros cuales son nuestros valores, integridad, amor, generosidad, justicia etc. que debemos tener de referencia a la hora de decidir, son nuestros límites, si los respetamos, aunque el resultado de la decisión no haya sido la más acertada, podemos aprender, para decidir mejor en el futuro. Pero, si los conculcamos, estamos faltando a nuestro compromiso con ellos, causándonos un daño en el ser, que puede que no seamos conscientes, pero nos puede pasar factura con el tiempo.
Si no tenemos valores no tenemos límites, haciendo infinitamente más complicado decidir con acierto.
Cuando decidimos, debemos tener cuidado en no realizarlo, en un momento de emoción positiva o negativa, que distorsione la realidad. Si nos encontramos en esa situación, es mejor esperar a tomar la decisión.
Para decidir, es necesario que los hechos sean lo más objetivos posibles. Cuando tenemos que actuar en asuntos que afectan a personas que queremos o que nos cueste defraudar, puede suceder que nos nuble el sentimiento o la responsabilidad y no seamos objetivos. En este caso debemos extremar el cuidado al decidir y si es posible delegar la decisión, sobre todo si puede tener consecuencias negativas, porque intentaremos evitarlas, aunque sea la mejor opción.
Saber tomar decisiones y asumir sus consecuencias es una de las habilidades más importantes que debemos adquirir, si queremos tener éxito en nuestra vida personal y profesional.