
La desigualdad no es solo una cuestión económica: también puede determinar quién vive y quién muere durante una crisis sanitaria. Así lo advierte el Programa Conjunto de las Naciones Unidas sobre el VIH/Sida (ONUSIDA) en su más reciente informe, publicado antes de la reunión del G20 que tendrá lugar los días 22 y 23 de noviembre en Sudáfrica. Según el organismo, las brechas sociales y económicas están debilitando la capacidad global para hacer frente a las pandemias y agravan sus consecuencias.
El documento, fruto de dos años de investigación y consultas internacionales, identifica un patrón preocupante: cuanto mayor es la desigualdad en una sociedad, más graves son los brotes y menos eficaces las respuestas institucionales. “Las pandemias no son solo crisis sanitarias, son también crisis de desigualdad”, subraya el informe.
El caso de la COVID-19 lo demostró con claridad. Los países con mayores niveles de desigualdad registraron tasas de mortalidad mucho más altas, especialmente entre los sectores más vulnerables. En Brasil, las personas sin educación básica tuvieron varias veces más probabilidades de morir que quienes completaron la escuela primaria; en Inglaterra, la mortalidad fue significativamente superior en zonas hacinadas. El patrón, según ONUSIDA, también se repite en crisis anteriores, como las del VIH, el ébola o la influenza.
Además, el estudio destaca que la desigual distribución de recursos a nivel internacional contribuye a la expansión de las pandemias. Mientras los países de renta alta pudieron destinar cuatro veces más fondos que los de renta baja para contener la COVID-19, muchas naciones del Sur global se vieron imposibilitadas de ofrecer respuestas efectivas. La falta de acceso equitativo a vacunas y tratamientos favoreció, incluso, la aparición de nuevas variantes del virus.
El impacto no fue solo sanitario. Desde el inicio de la pandemia, más de 165 millones de personas cayeron en la pobreza, mientras las grandes fortunas aumentaron en más de un 25%. Según ONUSIDA, hoy más de la mitad de los países de bajos ingresos están en riesgo de crisis de deuda, una situación que limita su capacidad de invertir en salud y protección social.
“La desigualdad no es inevitable, es una elección política y peligrosa que amenaza la salud de todos”, advirtió Monica Geingos, una de las autoras del informe, durante su presentación. En la misma línea, el experto Michael Marmot afirmó que reducir las desigualdades en vivienda, empleo, educación y protección social “podría disminuir el riesgo de pandemias desde su origen”.
El documento propone cuatro ejes de acción para romper el ciclo desigualdad-pandemia:
El Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz, coautor del informe, señaló que “las pandemias son también crisis económicas. Si se responde con austeridad y deuda cara, se debilitan los sistemas públicos y las sociedades quedan más expuestas”.
La directora ejecutiva de ONUSIDA, Winnie Byanyima, cerró con un llamado urgente a los líderes mundiales: “Reducir las desigualdades dentro y entre países no solo salvará vidas, sino que hará al mundo más justo y seguro”.
La publicación coincide con nuevos brotes de gripe aviar y viruela del mono (Mpox) en distintas regiones, un recordatorio de que, si no se abordan las raíces estructurales de la desigualdad, el mundo seguirá atrapado en un ciclo de pandemias cada vez más devastadoras.