La igualdad de género ha escalado posiciones en la lista de prioridades globales, situándose al nivel de desafíos como la salud pública y la crisis climática. Así lo destaca ONU Mujeres en su más reciente informe, elaborado junto a la Fundación Team Lewis en el marco del movimiento HeForShe, que plantea tres frentes de acción fundamentales: el ámbito doméstico, el laboral y el digital. Aunque el 29 % de la generación Z y el 28 % de los millennials consideran urgente avanzar hacia la equidad de género, un 58 % admite no saber cómo contribuir. Esta hoja de ruta busca precisamente orientar esa energía transformadora hacia medidas concretas.
Las cifras son claras: las mujeres dedican, de media, tres veces más tiempo al trabajo doméstico y de cuidados no remunerado que los hombres. Según encuestas de ONU Mujeres, invierten 4,2 horas diarias en estas tareas, frente a 1,7 horas en el caso masculino. Esta desigualdad estructural, sostenida por normas rígidas y horarios inflexibles, es una barrera persistente para su plena participación en la economía.
Además, ante situaciones imprevistas —como enfermedades infantiles o cierres escolares— son las mujeres quienes suelen ajustar sus agendas, renunciando a ingresos o incluso a sus empleos. En Estados Unidos, tienen diez veces más probabilidades que los hombres de faltar al trabajo para cuidar a menores enfermos.
La falta de flexibilidad se convierte así en un escollo clave: el 52 % de las mujeres encuestadas afirma que el trabajo flexible sería clave para permanecer en la economía. De cara a 2025, un 45 % de las mujeres se plantea dejar sus empleos por falta de adaptabilidad, y un 40 % lo atribuye a la dificultad de conciliación. Desde una perspectiva económica, la flexibilidad no es solo justa, sino rentable. El informe Flexonomics, elaborado por Pragmatix Advisory, estima que podría aportar hasta 55.700 millones de libras a la economía del Reino Unido. Retención del talento, productividad e innovación son solo algunos de los beneficios.
¿Qué se puede hacer? Las empresas pueden impulsar horarios adaptables, teletrabajo y permisos de cuidados igualitarios. En casa, la consigna es sencilla pero potente: compartir las tareas. “Si lo usas, límpialo; si comes, cocina”, recuerda el informe.
La discriminación laboral sigue siendo una realidad cotidiana para millones de mujeres. Salarios más bajos, menos ascensos, invisibilidad en la toma de decisiones y mayor exposición a acoso o microagresiones son experiencias comunes en su trayectoria profesional.
A nivel global, las mujeres ganan un 20 % menos que los hombres y solo ocupan el 28 % de los cargos de gestión. Mientras tanto, el 47 % de las personas trabajadoras reclama mayor transparencia salarial, y más del 40 % considera insuficientes los esfuerzos de sus empresas para apoyar la equidad. En Estados Unidos, se estima que aún faltan 50 años para lograr una igualdad real en el ámbito empresarial. Para las mujeres blancas, la cifra baja a 22 años; para las mujeres racializadas, sube a 48.
Las consecuencias no afectan solo a quienes sufren la desigualdad. Estudios de McKinsey & Company confirman que las empresas con liderazgo diverso obtienen mejores resultados. Ignorar la equidad frena la innovación, limita el crecimiento y debilita las organizaciones.
¿Qué se puede hacer? Auditorías de políticas internas, promoción profesional equitativa, tolerancia cero frente al acoso y compromiso activo con la igualdad desde todos los niveles. Escuchar, señalar los sesgos y visibilizar a las mujeres es una tarea compartida.
La IA avanza a gran velocidad, pero no es neutra. Si se alimenta con datos y patrones sesgados, reproduce —y amplifica— desigualdades preexistentes. Así lo alerta el informe de ONU Mujeres, que pone el foco en los riesgos que conlleva ignorar el sesgo de género en los algoritmos.
Solo el 28 % de las personas encuestadas era consciente de este problema, aunque, una vez informadas, más de la mitad expresaron preocupación, especialmente entre las generaciones más jóvenes. Casos como sistemas de reconocimiento facial que provocan detenciones erróneas o softwares de selección laboral que favorecen a candidatos hombres, evidencian los riesgos de delegar decisiones críticas en tecnologías que no han sido diseñadas con perspectiva de género.
Además, las mujeres apenas representan el 35 % del personal en empresas tecnológicas y solo un 24 % de la población cree que la IA muestra frecuentemente representaciones misóginas. Esto refleja una falta de conciencia generalizada sobre los peligros del sesgo algorítmico.
¿Qué se puede hacer? Gobiernos, empresas e instituciones deben regular, auditar y rediseñar los sistemas digitales para que incorporen criterios éticos y equidad de género. La ciudadanía también tiene un rol clave: denunciar contenidos sexistas, exigir transparencia y promover una tecnología más justa.
Desde la esfera privada al desarrollo de nuevas tecnologías, la igualdad de género requiere una transformación profunda y colectiva. Esta hoja de ruta de ONU Mujeres no solo señala los problemas: ofrece herramientas concretas para pasar a la acción. La igualdad empieza en casa, se consolida en el empleo y se proyecta en los sistemas que diseñamos para el futuro. Como concluye el informe, “los espacios inclusivos son más justos, más inteligentes y más sostenibles”.