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A medida que la economía mundial comienza a salir de la crisis global generada por el coronavirus, ha llegado el momento de plantear quizás una de las preguntas más difíciles ¿Qué tipo de crecimiento queremos para el futuro? Y es aquí cuando el desarrollo sostenible emerge como la alternativa ganadora. Se trata de un gran reto social que implica no dejar a nadie atrás: ni a las personas ni al planeta. Para caminar rumbo a ese objetivo, un grupo de expertos de la agencia internacional McKinsey publicó, a finales de 2021, un informe en el cual proponen algunas claves para que los agentes del cambio en las empresas, los gobiernos y la sociedad, en conjunto, puedan construir un futuro en el cual hablar de desarrollo inclusivo no sea una alternativa, sino más bien una realidad.
¿Es posible construir un futuro que ofrezca crecimiento, sostenibilidad e inclusión?

Impulsar un desarrollo que sea sostenible e inclusivo no será tarea fácil. De cara a la reconstrucción económica y del tejido social en la era post pandémica, los retos son muchos y muy variados. Un informe publicado, a finlaes del pasado ejercicio, por un equipo de expertos de la agencia McKinsey afirma que se trata de un desafío quizás mayor que el que supone controlar la pandemia. Los tres elementos indispensables en la fórmula serán: crecimiento, sostenibilidad e inclusión. Que, a decir de los investigadores, estos se refuerzan mutuamente, pero no siempre tiran en la misma dirección. El informe no pretende ofrecer respuestas mágicas, en su lugar, propone una manera de que los agentes del cambio en las empresas, el gobierno y la sociedad exploren el problema, un modelo  que podría ofrecer la mejor oportunidad de alcanzar la respuesta.

La visión de los expertos plantea que para alcanzar un crecimiento sostenible e inclusivo el mundo tendrá que enfrentarse a tres problemas simultáneamente: en primer lugar, el crecimiento es esquivo. Al respecto, explican que en las economías desarrolladas del G-7, el crecimiento del PIB se ha reducido a la mitad, hasta el 1% anual de media, desde la crisis financiera mundial de 2008. Lo mismo ocurre en las economías emergentes: a pesar de algunas excepciones. En segundo lugar, la pobreza sigue siendo endémica, es decir, que, a pesar de los progresos realizados, más de 600 millones de personas seguían viviendo en la pobreza extrema en 2017. Y en 2022, otros 100 millones de personas, aproximadamente, se unirán a ellos como resultado de la pandemia de COVID-19. Esta situación persistirá a menos que los líderes actuales creen suficientes puestos de trabajo con salarios decentes, así como un contrato social sólido que garantice el acceso a una vivienda, una atención sanitaria y una energía asequibles para los quintiles inferiores de la población, dependiendo del país. Mientras tanto, una nueva amenaza para los ingresos personales está creciendo: el aumento de los cambios impulsados por la tecnología en las formas de trabajo, que la pandemia ha acelerado. Los expertos vaticinan que más de 100 millones de personas tendrán que realizar transiciones profesionales de aquí a 2030 en un conjunto de ocho economías avanzadas y emergentes.

Por último, la investigación afirma que garantizar un futuro sostenible requerirá una inversión masiva. Por ejemplo, la Agencia Internacional de la Energía estima que las emisiones netas cero podrían requerir inversiones de casi 5 billones de dólares cada año para 2030, y de 4,5 billones de dólares al año para 2050. La factura anual equivale a cerca de la mitad de los beneficios empresariales mundiales en 2019, o a cerca de una vez y media el aumento anual de la deuda pública en los 15 años anteriores. Las inversiones adicionales necesarias para la descarbonización en la agricultura, el transporte y otros sectores podrían casi duplicar la factura. Aunque muchas de estas inversiones producirían un rendimiento, su financiación o su precio aún no están establecidos.

Si bien para los líderes actuales los desafíos son grandes, el equipo de especialistas de McKinsey sostiene que hay solución. La clave está en que el ciclo virtuoso comienza con el crecimiento.  Así, el crecimiento inclusivo supone la ambición de aumentar la prosperidad y el bienestar, incluyendo el crecimiento de los beneficios económicos para las empresas, el crecimiento del PIB para las naciones, y la ciudadanía. Para ello, la inclusión es un pilar fundamental: la reducción de las desigualdades entre géneros, edades, etnias, orígenes familiares y lugares de residencia será prioritaria. Por último, en este ciclo de crecimiento, los investigadores argumentan que, en cuanto a la sostenibilidad, es preciso aspirar a la resiliencia medioambiental, que comienza con la reducción del riesgo climático, pero también incluye la preservación mucho más amplia del capital natural, así como la equidad intergeneracional, todo ello considerado en términos de costes y beneficios económicos y sociales.

Estos tres objetivos son abrumadores. Afortunadamente, el informe concluye que estos elementos pueden fortalecerse y reforzarse mutuamente de manera cíclica: El crecimiento apoya la inclusión. Los especialistas analizan que las economías emergentes han demostrado que el crecimiento favorece la inclusión, reduciendo en dos tercios la proporción global de personas que viven en la pobreza extrema -a menos del 10% de la población mundial- y dando la bienvenida a cientos de millones de personas a la clase media. Esto también se aplica a las economías avanzadas: desde principios de la década de 1990 hasta 2005, antes de la crisis financiera mundial, el PIB per cápita aumentó entre un 2% y un 4% al año y los ingresos medios reales de los hogares también aumentaron. Asimismo, el crecimiento permite la sostenibilidad al fomentar la inversión. El crecimiento económico refuerza la confianza de los consumidores, el gasto y la demanda, elementos vitales para un clima de inversión saludable, que la transición energética va a necesitar. En este sentido, la mayor inclusión y la sostenibilidad promueven el crecimiento a través de una nueva demanda y oportunidades de inversión. La sostenibilidad impulsa nuevas oportunidades de negocio en ámbitos como las tecnologías limpias. Por su parte, los expertos explican que la inclusión tiene efectos igualmente poderosos sobre el crecimiento.

Finalmente, la sostenibilidad refuerza tanto la inclusión como el crecimiento a través del "premio energético". El documento deja en claro que la transición energética tendrá como premio dos beneficios transversales: unos costes más bajos que hagan más accesible la energía y unas vidas más productivas. En los últimos diez años, el coste de la electricidad procedente de las energías renovables se ha reducido entre un 50% y un 85%. La reducción de las emisiones y de la contaminación atmosférica puede mejorar la salud y permitir que más personas participen productivamente en la economía. De este modo, si cada elemento del círculo del crecimiento sostenible e inclusivo creara refuerzos puramente positivos para los demás, el camino a seguir estaría claro.  SI bien, pueden aparecer piedras en el camino, la tarea será continuar en este rumbo, una senda larga y compleja pero, también, posible y necesaria.

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