Esta creencia provoca una pulsión continua a acumular: títulos, likes, seguidores, dinero, bienes materiales, reconocimiento, contactos… La lista es interminable, tanto como insaciable el deseo de acumular. El problema de la acumulación es que no para nunca, no tiene fin y acaba anestesiándonos: está dando lugar a una pérdida de la calidad de la experiencia debido al incremento cuantitativo de las vivencias, sin tiempo para saborearlas, experimentarlas, aprehenderlas, valorarlas. Pasamos de una a otra, sin que pasen por nosotras, sin tiempo para reflexionar sobre su sentido vital.
Son muchas las personas que se quejan de que no pueden "hacer bien su trabajo", porque la demanda de tareas es tal, para producir más y más, que van acumulando una tras otra sin poder dedicarles el tiempo necesario, sin conectar con su sentido, sin poder aportar algo propio a ellas. Importan más el número de personas atendidas, que la calidad de la atención ofrecida, el número de conversaciones de desarrollo realizadas que la profundidad de la misma o su resultado en términos de impacto para el colaborador. Todo ello tiene otro efecto perverso: acumulación de horas y horas de trabajo para acumular más y más tareas hechas y cumplir con estándares de desempeño imposibles que nos permiten mantener nuestro sentido de competencia y nuestra autoestima.
El fenómeno de la acumulación está impregnando todos los ámbitos de nuestra vida, y no solo reduce la calidad de la experiencia sino que también compromete la de los resultados. Sin ir más lejos, hace unos días el Diario El País publicada lo que está ocurriendo en el mundo de las revistas científicas[1], que están experimentando un aumento exponencial de publicaciones. Por ejemplo, la International Journal of Environmental Research and Public Health (IJERPH) publicó en el 2022 17.000 estudios científicos, 13 veces más que en 2016. Pero no es un caso aislado, en el 2022 las principales editoriales han publicado 1,6 millones de artículos, más del doble que hace nueve años. Como advierte Pablo Gómez Barreiro, en el citado artículo, “si esto sigue así, es posible que perdamos lo más importante de la ciencia, que es el rigor científico. Si pierdes eso, pierdes todo”.
Cuando las actividades que rodean nuestra vida sucumben a la “dinámica productivista” y se quedan enganchadas a la líbido de la acumulación, nuestro ecosistema vital se ve amenazado por todas partes: supervivencia económica, salud, seguridad, integridad, dignidad, etc. Ya hemos vivido experiencias que nos lo han mostrado. Valga como ejemplo, la acumulación voraz por construir y vender inmuebles unida a las ansias por tener primera, segunda y hasta tercera vivienda, apoyadas por unas entidades financieras que otorgan créditos sin ningún control y rigor, nos llevó a crear una burbuja inmobiliaria que desembocó en una de las mayores crisis financieras de la historia. Sus consecuencias deudas acumuladas, familias arruinadas, aumento del desempleo, negocios quebrados y vidas destruidas, que desembocaron en un incremento del número de suicidios[2]. La paradoja es que en el 2021, en España, tenemos 400.000 pisos vacíos más que en 2011, en 10 años, la cifra ha aumentado un 11,4%[3], y el número de personas sin hogar ha subido un 25% en diez años, del 2012 al 2022, según los últimos datos del INE.
Acumular es la motivación que lo mueve todo, especialmente el consumo. Compramos más comida de la que necesitamos y luego acaba en la basura,[4] acumulamos ropa que no tenemos tiempo a ponernos y que no cabe en el armario. Hasta nuestro anhelo más profundo, la realización y el desarrollo como personas, se ha contagiado del afán por acumular, si atendemos al incremento de las ventas de libros de autoayuda: según NPD Group ha sido de un 11% entre 2013 y 2019, disparándose más de un 40% durante la pandemia, cifra que se ha mantenido después, ya que en los últimos dos años lo incrementos están en torno al 47%. Lo curioso es que no parece que haya tenido una repercusión positiva en nuestro bienestar, dado que las cifras de estrés aumenta de forma alarmante, junto con las de adicciones y suicidios.
La libido de la acumulación es tal que hasta acumulamos pensamientos sin control, nuestra mente está continuamente produciéndolos y nos hemos vuelto incapaces de pararla. Entre otras cosas, por esa hiperestimulación e hiper motivación constante que sufrimos para hacer más y producir más que ha generado la sociedad de consumo, en detrimento del cultivo de un hacer más reflexivo nacido de una voluntad consciente y deliberada, como explico en mi libro “La Alquimia de la Motivación”[5]. La infoxicación que padecemos, el secuestro constante de nuestra atención a través de notificaciones y estímulos varios hace que nuestra mente no pueda parar de procesar información y producir pensamientos. Cuando estamos intentando asimilar el contenido del mail recibido, nuestra atención salta al mensaje de whatsapp que entra por el móvil. Nos perdemos en un ir y venir de tráfico y ruido mental agotador, que consume nuestra energía.
Somos esclavos de lo que el psiquiatra Augusto Cury denominó el síndrome del pensamiento acelerado, que es un reflejo más de la vida líquida y acelerada que llevamos. El pensamiento se acelera porque pasa continuamente de un estímulo a otro, no profundiza. Nuestra mente se queda enganchada a la necesidad de un nuevo estímulo, hasta el punto de sufrir una especie de “síndrome de abstinencia” cuando no entra un e-mail, un whatsapp, una llamada o una notificación en redes sociales. Este “mono” nos mantiene en estado de alerta constante y con una gran ansiedad.
Como relata Marina Panilla en la revista Ethic[6] “nuestra mente está constantemente activa procesando superficialmente pensamientos irrelevantes. La cultura de la productividad ha convertido nuestro cerebro en un campo de batalla.” Esta acumulación de pensamientos tiene efectos muy negativos para nuestra salud mental: fatiga, desmotivación, falta de sentido vital, problemas de concentración, lapsos memorísticos, insatisfacción ante los logros, intolerancia al aburrimiento y a la rutina, y ansiedad generalizada cuando los pensamientos se convierten en preocupaciones.
El impulso incontrolado de acumular nos está matando, está destruyendo nuestra capacidad de disfrute, nuestro descanso, nuestra paz mental, nuestras relaciones, nuestro sentido vital, nuestra felicidad y nuestro bienestar. También nuestro ecosistema natural y social, puesto que la obsesión por acumular para crecer está detrás de fenómenos como el cambio climático o la desigualdad, tal y como están advirtiendo un grupo cada vez más numeroso de economistas y antropólogos, entre los que se encuentra Jason Hickel, autor del libro “Menos es más” (2023).
Acumular no solo no nos llena ni nos hace estar satisfechos, sino que está generando insatisfacción y un gran vacío existencial, además de mucha contaminación (gases invernadero) y estrés. Somos consumidores acumuladores que hemos acabado consumidos: por la ansiedad de no llegar a todo, por la permanente atención a unas necesidades que nunca se colman, por horas y horas de trabajo físico y mental para ganar más con lo que comprar más, tener más y sentirnos más seguros, buenos o importantes. Estamos consumidos física, mental, emocional y existencialmente, experimentando un cansancio que nos acompaña permanentemente como si fuera nuestra propia sombra. Sufrimos estrés y agotamiento por acumulación.
“El precio de cualquier cosa es la cantidad de vida que ofreces a cambio”. Henry David Thoreau.
Estamos pagando un precio muy alto por acumular: la posibilidad de vivir de una forma más significativa, plena, ecológica, sostenible y solidaria. Estamos perdiendo vida por nuestra compulsión a acumular y, como dijo Pepe Mújica, no se puede ir a comprar vida al supermercado. Lo mismo que no podremos ir a comprar los bosques, la capa de ozono y otros muchos recursos naturales y vitales que estamos destruyendo.
[1] Diario El País 31/10/23 “ La burbuja de las revistas científicas se traga millones de euros de dinero público.
[2] “Impact of 2008 global economic crisis on suicide: time trend study in 54 countries.” Chang et al (2013). BMJ Septiembre 2013.
[3] Datos extraídos del Censo de Población y Vivienda 2021 publicados este viernes por el Instituto Nacional de Estadística (INE).
[4] Índice de desperdicios de alimentos 2021 del PNUMA: en el año 2019, hubo 931 millones de toneladas de alimentos desperdiciados, lo que implica que el 17% de la producción total de alimentos en el mundo fue a parar a la basura, en su mayor parte de los hogares. Cada persona desperdicia una media de 121 kilogramos al año.
[5] “La Alquimia de la motivación, como motivar la voluntad para vivir conectado a tu propósito”. Maria Luisa de Miguel (2022). Editorial Pirámide.
[6] https://ethic.es/2022/08/el-sindrome-del-pensamiento-acelerado/