La nueva agenda europea ha centrado, desde su creación, el análisis del impacto de las finanzas en el medio ambiente y el cambio climático, una decisión comprensible y compartible en gran medida. El cambio climático es ciertamente un tema importante y urgente que requiere una acción inmediata por parte también de la banca como principal agente de intermediación financiera a través de la cual se invierte en las empresas y la economía. Hoy más que nunca, sabemos que el sistema financiero actual tiene una responsabilidad enorme en la devastación del planeta y el clima, el impacto de las decisiones financieras sobre los mismos ya es fácilmente mensurable con indicadores específicos y el momento político es favorable.
La UE pretendía superar este déficit proporcionando una definición precisa de inversión sostenible. Según la nueva taxonomía aprobada, la inversión debe traducirse en una actividad económica que contribuya a un objetivo ambiental, medido con indicadores clave de eficiencia de los recursos en cuanto al empleo de energías renovables, la utilización de materias primas y de recursos hídricos y el uso del suelo, las emisiones de gases de efecto invernadero y su impacto sobre la biodiversidad y la economía circular. Sin embargo el último texto aprobado no responde con exigencia al desafío actual porqué termina incluyendo el gas y la energía nuclear como fuentes aceptables para la transición energética.
Por esta razón y varias otras, todavía hay una gran diferencia entre las «finanzas sostenibles» como las encuadra la UE y las «finanzas éticas» como las entienden decenas de instituciones financieras activas en Europa desde hace por lo menos varias décadas.
Podemos empezar por los objetivos fundamentales: maximización del beneficio vs. maximización de los beneficios para las personas y el planeta La diferencia primera y más básica entre ambos modelos reside en los propios principios fundamentales que guían sus actividades respectivas. Para la mayor parte de los intermediarios financieros, el objetivo es maximizar los beneficios y el valor de sus acciones
El enfoque de las finanzas éticas es totalmente a la inversa. Se busca la generación de beneficios, pero al servicio del objetivo principal: poner a las personas y al planeta en el centro. La misión de las finanzas éticas se persigue mediante la evaluación de los impactos y las repercusiones no económicas de las actuaciones económicas, siendo esta la brújula que guía todas las decisiones operativas.
La búsqueda exacerbada del beneficio máximo en el menor tiempo posible es el motor principal que impulsa a las empresas a no tener en cuenta los impactos ambientales, ni los sociales, fiscales o sobre los derechos laborales, a fin de perseguir los rendimientos impuestos por el sector financiero. Las finanzas éticas se sitúan en las antípodas absolutas de este planteamiento ya que están vinculadas a la economía real de forma indisoluble.
Por otro lado, el planteamiento de las finanzas sostenibles promovido por la UE se concentra casi exclusivamente en los productos financieros específicos, no en el conjunto de las actividades propuestas por un grupo bancario.Las entidades de las finanzas éticas, por el contrario, se basan en la coherencia del conjunto de sus actividades.
El enfoque «de producto» que sigue la UE para encuadrar las finanzas sostenibles no incluye el análisis específico de los modelos organizativos y de gobernanza de los intermediarios financieros. Para las finanzas éticas, por el contrario, dichos modelos son fundamentales y se basan en conceptos que están al orden del día, tales como la transparencia, la participación de la base social y una horquilla máxima de remuneraciones y sistemas de incentivación, entre otros.
Por último, entre los objetivos cruciales de las finanzas éticas, está el contribuir a cambiar los comportamientos de las empresas que tienen impactos negativos a gran escala, aplicando el compromiso y el accionariado activo. A través de fondos comunes de inversión ética o en colaboración con organizaciones no gubernamentales, otras instituciones financieras y asociaciones, las finanzas éticas se esfuerzan por ser interlocutoras activas de las grandes corporaciones, denunciando públicamente los comportamientos nocivos para las personas y el medio ambiente y orientándose a ejercer presión a través del diálogo para que mejoren las prácticas de gestión y gobierno.
Las finanzas éticas aspiran a un concepto de justicia social e inclusión que va mucho más allá de la propuesta de la UE. Términos como el beneficio, especulación, gobernanza, impacto, incidencia, la construcción de la ciudadanía adquieren un significado completamente diferente y constituyen un espacio coherente que no se limita a una agregación de iniciativas concretas, sino más bien a una propuesta completa sobre cómo debe operar la intermediación financiera para generar justicia social y el bien común.