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Una pregunta que no se puede contestar, simplemente, porque la paz no es una meta que se alcance y uno se siente a contemplar. La paz es un ideal regulativo que nos invita a resolver nuestros conflictos (intrínsecos a la naturaleza humana) de forma pacífica, es decir, sin violencia directa, estructural o cultural.

En este sentido, siempre he estado más cómoda con la pregunta ¿cómo se construye la paz? Y mejor aún ¿cómo hacemos las paces? De esta manera, el peso está en la capacidad humana para resolver y trascender los conflictos. La paz se puede concebir como la intersubjetividad en Hannah Arendt, es decir, como la capacidad de ponerse en la posición de la otra; pero no sólo como una cuestión de voluntad, sino como una cuestión natura, pues estamos abocados a comprendernos, la comunidad y relación son condición para la vida. La poesía sin duda es más clara para explicarlo, en palabras de John Donne:

Ningún hombre es una isla

entera por sí mismo.

Cada hombre es una pieza del continente,

una parte del todo. 

Si el mar se lleva una porción de tierra,

toda Europa queda disminuida,

como si fuera un promontorio,

o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia. 

Ninguna persona es una isla; 

la muerte de cualquiera me afecta,

porque me encuentro unido a toda la humanidad; 

por eso, nunca preguntes

por quién doblan las campanas;

doblan por ti.

En este poema encuentro las bases de esa paz como proceso, de esas paces que sólo tienen significado cuando se hacen, cuando se mueven, cuando se construyen.

Si trasladamos el poema a la actualidad internacional con más de 30 conflictos armados en el mundo (porque no hay que olvidar que además de la guerra en Ucrania tenemos más conflictos enquistados en la realidad mundial como Israel y Palestina, Armenia y Azerbaiyán, Yemen y Arabia Saudí, sólo por mencionar algunos de los que han dado noticias en las últimas semanas), ¿podría darnos pistas para construir la paz en el mundo?

Mi respuesta es evidente: ¡claro que sí! Pues si nos comprendiéramos como un todo interrelacionado e interconectado, la paz se volvería el ejercicio diario. Pero salgamos del propio misticismo al que nos invita el poema y pongámoslo en términos políticos reales (que no realistas).

El crecimiento económico y desarrollo tecnológico después de la IIGM, sin olvidar por supuesto la influencia de la Guerra Fría en los conflictos armados desde el 45 y la estructural polarización política del sistema internacional, estuvo basado en la cooperación, en la estrategia, en el acoplamiento y, sobre todo, en tratar de construir una comunidad internacional con herramientas para dialogar. Está claro que se pueden mencionar un sinfín de errores de la globalización y el “orden mundial multilateral” y la deuda aún pendiente con los pueblos originarios y los movimientos sociales como actores relevantes y esenciales del ordenamiento mundial capaces no sólo de trascender políticamente el individualismo irresponsable como causa primera de la desigualdad, sino capaces de mostrar el camino hacia la sostenibilidad de la especie.

Pero ese “orden” imperfecto sentaba unas bases que hoy son más necesarias que nunca. Debemos regresar a la negociación, pero no de suma cero, porque ese cero, deben comprenderlo bien aquellos que quieren ver la victoria en la guerra, es la muerte de vidas que merecen no ser lloradas sino vividas. “Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida”.

Que a nadie se le olvide que cada día de guerra, serán años de reconstrucción y reconciliación de aquellos que no han decidido enfrentarse.

¿Cómo hacer las paces entonces? Con responsabilidad y compromiso desde donde se esté, si es en la academia, enseñando a pensar y a dialogar; si es desde la calle, desde la bondad y la empatía; desde los medios de comunicación presentado escenarios para la desescalada, y todas juntas como personas del mundo, presionando para que los de arriba, se sienten por fin a negociar.

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