“Hay dos formas de difundir la luz: siendo la vela o siendo el espejo que la refleja”. Edith Wharton. Este artículo pretende ejercer de espejo que refleje una pequeña parte de la luz que las mujeres podemos regalar al mundo, y en ello estamos.
Cuando una mujer ya peina canas recuerda a veces situaciones vividas que pueden interpretarse desde el enfado hasta el regocijo. Una que viví con bastante frecuencia – siempre me tocó trabajar en un mundo de hombres – era la típica situación en que alguien se presentaba. Nueve veces de cada diez, el hombre que se presentaba me decía su nombre y a continuación me formulaba la consabida preguntita: ¿Señora o señorita?
Al principio me molestaba y contestaba muy seria y muy erguida: “Señorita, todavía no me he casado si es eso lo que desea saber”. Lógicamente, mi interlocutor se sorprendía y casi siempre se molestaba, cosa obvia en aquél ambiente. Además, provocar una situación así tampoco favorecía demasiado mis intereses de ascender, conseguir que me aprobasen una nueva idea, etc. etc.
De modo que decidí fabricarme una respuesta estándar que me permitiera expresar implícitamente mi desacuerdo con el planteamiento pero que no resultara excesivamente molesta. Mi frase-respuesta fue a partir de aquél momento: “Yo, señora. ¿Y usted, señor o señorito?”
El hombre casi siempre se sorprendía. Unas veces me explicaba que en hombres no era importante esa diferenciación, otras veces se reía, o se extrañaba de que yo fuera “señora” siendo tan joven, o se quedaba pensativo… pero yo siempre conseguía descolocarle sin resultar demasiado agresiva. Poco a poco fui puliendo el tono y la comunicación no verbal al soltar mi frase-respuesta, hasta que llegó a ser una fuente de regocijo; me encantaba que me presentaran a un hombre ?.
Aunque entonces no lo sabía, estaba muy de acuerdo con Marie Curie cuando decía: nunca he creído que por ser mujer deba tener tratos especiales, de creerlo estaría reconociendo que soy inferior a los hombres, y no soy inferior a ninguno de ellos.
De una forma más o menos consciente, siempre he creído que las mujeres tenemos una forma diferente de gestionar nuestra vida y la de las personas de nuestro entorno. Salvo excepciones, que las hay, preferimos buscar salidas que no “hagan sangre” ni para nosotras ni para ellos, porque tenemos claro que somos interdependientes.
En esto también nos parecemos a ciertas sociedades de animales no humanos (bonobos, elefantes, hormigas, abejas, orcas…) en las que las hembras tienen el protagonismo y, ¡oh sorpresa!, los grupos que lideran tienen aseguradas las necesidades sin tener que pelear como en las sociedades lideradas por machos. ¡Cuánto tenemos que aprender de la naturaleza!
Personas tan diferentes como Joaquim Bech de Careda (Solo los valores femeninos o de las mujeres pueden sacarnos del lío que hemos organizado los hombres. Son la única salida que tiene la humanidad en estos momentos) o Charles Darwin (En la larga historia de la humanidad y del reino animal, quienes aprenden a colaborar y a improvisar de la manera más eficaz son los que han prevalecido) nos lanzan el mensaje de que la forma de enfocar la vida desde una óptica femenina comporta muchas ventajas para las propias mujeres y para la sociedad en general.
Poco a poco las cosas van cambiando, afortunadamente. Pero la mentalidad femenina puede hacer aún mucho para que cambien antes, más y mejor. Como decía Angela Davis, No estoy aceptando las cosas que no puedo cambiar, estoy cambiando las cosas que no puedo aceptar. En ello estamos. Y contamos también con la buena predisposición de muchos hombres que entienden con Confucio que Saber lo que es justo y no hacerlo es la peor de las cobardías.
Seguro que lo conseguimos entre todos, porque además podemos abordarlo con ese espíritu alegre que domina en contextos colaborativos. Porque, como decía Teresa de Jesús, Tristeza y melancolía no las quiero en casa mía.
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