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Si respeto las normas de la RAE debería decir soy vieja y me alegro por ello, porque la alternativa es estar muerta. Pero como nuestros verbos copulativos son juguetones, a veces no explican con acierto la diferencia entre "ser" y "estar", de modo que la forma más adecuada de decirlo sería estoy vieja y me alegro por ello, porque la alternativa sería ser muerta.

Así que estoy una vieja viva, lo cual es una suerte para mí y para algunas personas que me quieren.  Y aprovechándome de esa suerte voy a hacer contigo algunas reflexiones sobre el hecho de ser mujer.  No temas, que a pesar de lo que dicen las malas lenguas sobre los viejos no acostumbro a colocar mis historietas al primer interlocutor que tenga a mi alcance J.

Una persona vieja  - por lo general y siempre que tenga dos dedos de frente - reúne un montón de experiencias de todo tipo que le ayudan a comprender mejor su forma de ser y el entorno en el que vive, la sociedad, la naturaleza y la vida en general.

Y todo ello puede ponerlo al servicio de familiares, amigos, colegas y clientes para ayudar a conseguir entre todos un mundo mejor.  Además, se da la circunstancia de que cuando aporta su granito de arena se elevan sus niveles de autoestima y de bienestar, lo cual genera una espiral virtuosa para sí y para los demás. Es mi caso, afortunadamente.

Esas son las ventajas de estar vieja. ¿Y qué ventajas tiene ser mujer?

Ser mujer supone,  muy a menudo y entre otras cosas:

  • ser el pilar de la sociedad en muchas circunstancias, desde una remota aldea africana hasta la abuela que cuida del nieto y además coopera a la economía familiar con su exigua pensión;
  • ser el paño de lágrimas de los miembros de la familia, las amistades, colegas del trabajo y otras personas de nuestros círculos habituales;
  • ser trabajadora hasta el punto de asumir responsabilidades laborales, familiares y sociales simultáneamente;
  • ser  quien lleva la peor parte en el reparto de bienes, no sólo económicos.

Me he limitado a resaltar cuatro de las muchas características que nos definen, y he escogido éstas porque tienen algo en común: la capacidad de cargar con responsabilidades propias y ajenas.  Conozco pocos hombres y muchas, muchísimas mujeres que lo hacen cada día como algo natural. (Aunque también conozco, obviamente, hombres magníficos y mujeres impresentables).

Y a pesar de esta carga injusta y ancestral,  las mujeres somos capaces de reír, buscar el lado bueno de las cosas, disfrutar de los pequeños regalos que trae cada día, alegrarnos y alegrar la vida a muchas personas de nuestra área de influencia.

Parece ser que el binomio mujer + vejez  nos convierte en seres  solidarios y nos empuja a cuidar de otros, a guiar a otros, a enseñar a otros …, como si nuestra vida hasta aquí hubiese sido un ensayo general para llegar a este momento en que cooperamos activamente para que florezcan planes y proyectos de otras personas. Lo cual es una suerte para nosotras y una suerte para quienes nos rodean. 

Afortunadamente,  la sociedad se va concienciando cada vez más de esta realidad y cada vez es más frecuente que las mujeres viejas (que calificamos de séniores porque queda más fino) se mantengan o reintegren al mundo profesional como empleadas, emprendedoras, consultoras y otras variantes que se están generando para aprovechar todos esos tesoros que brindamos.

Lo dicho, estoy vieja.  Afortunadamente.

¿Quieres leer una antigua y preciosa reflexión del gran Javier Marías?:  Las mujeres son más jóvenes

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