
Sin duda, algo no va como debería cuando quienes han de acompañarnos y guiarnos hacia el bien común están ellos mismos tan desnortados moralmente. Hay, por tanto, que ponerse manos a la obra juntos en esa indispensable regeneración ética de nuestra sociedad y de sus liderazgos.
Quien no parte desde el inicio de un principio certero, termina al final muy alejado de la meta correcta, enseñó Tomás de Aquino. De manera que, aquí, comenzamos por enunciar un punto de arranque esencialmente válido con respecto a cualquier liderazgo: “Forma en la virtud a los jóvenes hoy, y así no tendrás que castigar a los adultos mañana”. Tener clara esta máxima pitagórica supone dar el primer paso en el camino hacia un liderazgo ético en nuestra patria. Y es que, efectivamente, la formación representa, sin duda, la base o fundamento irrenunciable de la ardua empresa de liderar con ética.
Ahora bien, para poder formar a alguien en algo de modo adecuado se precisa saber de qué se trata, en qué consiste la actividad concernida, conocer mínimamente al menos su sentido fundamental. A este propósito, reiteramos ahora que la mejor comprensión de liderazgo es aquella que lo describe no como el simple y desnudo influir, mandar o ejercer un poder, sino como el arte de animar y orientar hacia el bien y el sentido (cf. el art. “¿Líderes éticos? Haberlos, haylos”, Diario responsable, 2025). Pero nadie puede guiar ni mover al bien si antes no participa de este desde la generosidad; lo que exige madurez ética y un compromiso con la misión o vocación tanto personal como comunitaria.
Enseguida, respecto a este asunto de la forja de verdaderos líderes, se advertirá que la mejor formación reclama de ejemplos concretos, modelos inspiradores (no moldes rígidos). Esto es: precisamos de testimonios válidos que alienten a las personas hacia el horizonte, siempre inacabado, de la mejora ética. Sin embargo, ¿en un contexto como el actual, en el que la corrupción parece invadirlo todo, dónde hallar estos referentes indispensables? El aviso del pasaje evangélico resulta clarividente sobre esto: “Si un ciego guía a otro ciego, los dos caerán en la fosa” (Mateo 15:14).
La respuesta a la última pregunta que ofrecemos aquí reside en fijar nuestra atención en aquellas personas cercanas de las que podemos aprender un liderazgo fructuoso. Es decir, tal vez no andan lejos de nuestro lado sujetos que, día a día, en la vida ordinaria, nos brindan un testimonio fértil y aleccionador de entrega al servicio del bien común -liderar es servir al bien común-. En medio del desconcierto y la desorientación presentes, no faltan de hecho padres y madres de familia, parientes, amigos, compañeros, profesionales de las más diversas áreas, que nos dan cotidianamente una serena y hermosa lección de liderazgo. Volvamos, pues, en mitad de la tormenta moral, los ojos hacia ellos, pues los tiempos reclaman esa atención y reconocimiento de lo valioso en nuestro entorno más próximo.
Por otra parte, cabe señalar que la formación para el liderazgo ético no es solo cosa de la juventud, sino que ha de plantearse como una espiral de progreso continuo, una educación permanente. El liderazgo ético demanda, entonces, una saludable actitud de humildad que ayuda a captar cierta evidencia, transcendental en este complejo territorio: la de que no hay nadie, por competente que se crea, que no pueda y deba crecer en todos los aspectos o dimensiones de su ser, su convivir y su cooperar. Liderar éticamente, según esto, equivale a colaborar con los sujetos a que se desarrollen y fructifiquen de un modo realizador y compartido. En suma: la clave del líder ético que necesitamos consiste en su servicio a la fecundidad de las personas y de los grupos o equipos. El líder ético representa, por consiguiente, un “servidor del encuentro”, de la relación con el otro, pues “cultiva” lo mejor de cada cual y de la comunidad.
Junto a lo precedente, recordamos otro elemento decisivo del liderazgo: el que comporta un determinado “discernimiento” del espíritu de los tiempos o del momento vivido, un saber atento a la persona y a su contexto real, una consciencia de sus oportunidades y fortalezas, de las amenazas o desafíos y de las fragilidades o vulnerabilidades que se enfrentan. Mas, en nuestro entorno hiper tecnologizado y mediatizado, eso implica la necesidad de cultivar un pensamiento crítico o un juicio propio -elemento clave del liderazgo-. Esto, a fin de proyectarlo sabiamente sobre nuestro marco cultural y cribarlo gracias a un prudente criterio, como por ejemplo hace con nuestro tiempo y sociedad el filósofo actual Byung-Chul Han. Por nuestra parte, a este factor, aquí, sumamos el de la existencia crítica, no ya solo el pensamiento, debido a que el pensar y el vivir tienen que darse la mano coherentemente y puesto que precisamos más de testigos de un liderazgo ético que de meros maestros, parafraseando a Juan Pablo II. Nuestro liderazgo, por tanto, demanda pensar y existir críticamente, combatiendo toda manipulación desde la creatividad, la unidad y la búsqueda de un sentido fecundo para la vida personal y organizativa, según ha propuesto la escuela de liderazgo patrocinada por A. López Quintás.
Cuanto se ha expuesto, pide en fin un fondo de “humanismo”, comprendido esto en su mejor alcance, tal como postuló E. Lévinas. Así, hoy, entre las zozobras de una tecnología e IA que lo invaden todo y nos hacen preguntarnos quiénes somos y qué es lo distintivamente diferencial de nuestra naturaleza, la sensibilidad humanitaria y la conexión fraterna ante el rostro menesteroso y apelante del otro -raíz de nuestra condición ética- se convierte en un asunto vital. En suma, sin humanismo y sin una reflexión personal a su respecto, no cabe progresar en la ética del liderazgo.
Por todo lo enunciado, conscientes de que las normas éticas y jurídicas no bastan para generar una cultura ética y de la responsabilidad, en el seno del Instituto de Oficiales de Cumplimiento, se ha propuesto engendrar un grupo de trabajo especializado en liderazgo ético. Por descontado, no será el único que pretenda recorrer esta senda, senda sobre la que, en cualquier caso, solo puede caminarse compartiendo esa fértil lucidez reservada siempre a la esperanza.
Javier Barraca Mairal (miembro del consejo asesor del IOC y profesor de la URJC).