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Quien ha visitado la curva del Níger, ese lugar donde el río más estrambótico de la Tierra cruza el mayor desierto del mundo, comprende para no olvidar jamás lo que vivir en un lugar hostil. Lo era cuando lo visitó el explorador Mungo Park, allá por finales del siglo XVIII y lo es hoy porque vida en 250 años ha mejorado muy poco.En medio de la nada, está la región de Gao, la puerta del Sáhara, cuya ciudad caravanera que en aquellos tiempos era capital del imperio Songhai, a orillas del gran río plagado de cocodrilos. Pero hoy no son los dientes el peligro de navegar por sus aguas ni el calor lo que impide caminar sus dunas.
Las mujeres de Mali: entre la guerra y el hambre

Las armas en manos de yihadistas llegaron hace casi una década a sus aledaños y hoy se extienden como un virus desde el norte sahariano al resto del país. Se contagia por las ‘gotículas’ de la pobreza que propician sequías como no se conocían, vaciando pozos y destruyendo cultivos donde el germinar de la vida ahora más que nunca es fronterizo con la guadaña de la muerte.

En ese entorno, algunas organizaciones locales, como la asociación feminista GREFFA, con 20 años de historia detrás, intentan salir adelante gracias a un apoyo internacional, incluido el que llega desde España, del que no pueden prescindir para atender a esa parte de la población que siempre es más vulnerable en los conflictos: las mujeres.  Más ahora, el temor es que la cooperación más institucional del norte europeo pueda suspenderse si la Junta Militar, que tomó el poder en Mali el pasado mes de mayo con un golpe de Estado, no convoca elecciones en febrero, tal como le exigen. La retirada militar de los franceses ya ha comenzado y la UE anuncia sanciones que al final pagarán los de siempre, los que no toman las decisiones.

En realidad, no es nuevo que detrás del agravamiento de un conflicto armado esté el cambio climático: Sudán del Sur, Túnez, Yemén.... En Irak o Siria, según denunciaba recientemente la ONU, los extremistas del Estado Islámico han “explotado la escasez de agua y han tomado el control de las infraestructuras hídricas para imponer su voluntad sobre las comunidades” y en Somalia la producción de carbón vegetal ha sido una fuente de ingresos para la milicia radical Al-Shabab. En el caso de Mali, la misma ONU reconocía hace unos días que los yidahistas se están aprovechando del conflicto entre pastores y agricultores para su reclutamiento. Guerra, sequías y hambre se dan de nuevo la mano mientras cerramos nuestras fronteras a los migrantes y enviamos misiones militares que cuestan más que la ayuda humanitaria.

Según el Foro Internacional de ONGs en Mali (FONGIM), los niveles de hambre en este país del Sahel son los más altos registrados desde que comenzó la crisis en 2012, con una sequía que ha acabado con más de 225.000 hectáreas de campos y ha afectado a más de tres millones de personas, sobre todo en las ciudades norteñas de Mopti, Ségou y Tombuctú. Aseguran sus datos que más de 400.000 personas han tenido que dejar sus hogares, asediados por los grupos armados que les roban el ganado y la poca comida disponible.

Oscar Revilla García, coordinador de Alianza por la Solidaridad-Action Aid en Mali, lleva meses sin poder acercarse a la región de Gao, donde la ONG española mantiene diversos proyectos junto a GREFFA. “Todos los suministros llegan a la zona en convoyes militares o aviones. Es casi imposible viajar y aún menos una persona blanca. Lo peor es que el conflicto se está extendiendo hacia el sur, ha llegado a Bandiangara, y los malienses están más preocupados ahora por la seguridad que por que haya o no elecciones. Tienen a los extremistas a sólo 200 kms de la capital”, explica.

La contratación de mil mercenarios rusos del grupo Wagner por parte de la Junta Militar maliense se ve de forma muy diferente dentro y fuera del país. Mientras la UE prepara sanciones contra este grupo relacionado con Putin, en Bamako hay manifestaciones de apoyo, al verles como solución frente a ataques de los que se sienten abandonados por el continente del norte. “Captan a los jóvenes con algo de dinero, en lugares donde no hay nada, ni justicia, ni sanidad, ni educación”, asegura el coordinador de Alianza.

El trabajo con GREFFA en la zona de Gao, donde hace un par de días aún había 2.500 soldados franceses, tiene mucho que ver con afianzar derechos, especialmente de las mujeres, en las que el impacto del conflicto es mayor. De hecho, según un informe de Fundación Alternativas, esta guerra en Mali se ha caracterizado “por una gran violencia sexual”, incluidos los matrimonios forzosos para “recompensar” a los combatientes en Gao y Tombuctú, donde las mujeres de las etnias Songhai y Bella son particularmente vulnerables.

Con financiación de la Generalitat de Valencia, el Cabildo de Gran Canaria y la Junta de Castilla-La Mancha, a través de los centros de salud,  detectan casos de violencia de género para brindarles ayuda. También lo hacen a través del One Stop Center de la ONU, especializado en atender a estas mujeres. En total, gracias a los fondos conseguidos en España se atenderá a 210 supervivientes de violencia de género en todo lo relacionado con sus salud, apoyo psicosocial y legal y ayudas económicas. También les repartirán bonos para comprar alimentos, equipos de higiene personal, ayudas económicas para mantener sus puestos en los mercados locales…. Y, algo fundamental, se formará al personal  médico y a agentes comunitarios, líderes religiosos incluidos, sobre la prevención de una violencia contra las mujeres que ha ido en aumento.

“No es fácil trabajar a distancia con unas comunicaciones que cada vez empeoran más, con una red de internet inestable, pero todo el equipo de GREFFA en Gao no deja de trabajar un solo día. Han normalizado la violencia en la que están para seguir adelante. Su labor es fundamental”, asegura Oscar, que vive en Bamako.

Si todo ello es importante allá donde prácticamente no llega nada, no menos lo es esa labor que llaman “construcción de paz”, un concepto abstracto que esconde actividades para reforzar la convivencia ahora que los conflictos en las comunidades van ‘in crescendo’, tanto por la llegada de violentos como de desplazados internos. La tradición maliense, desde hace siglos, tiene incorporada la existencia de comités de líderes comunitarios en donde siempre se ha debatido e impartido justicia, a nivel local, para solucionar los problemas. Entre la etnia de los dogones, el lugar de encuentro han sido espacios físicos concretos: ‘togunas’ o Casas de la Palabra. En otros lugares, basta la sombra de una acacia para el encuentro de los “comités de paz”, que en pasado siempre estuvieron conformados por varones y en los que ahora se busca integrar cada vez a más mujeres.

Ahora también existen las llamadas Cabañas de Paz, espacios en las que las mujeres shongay, peul, tuareg o bambara comparten actividades, formación, experiencias de su vida cotidiana, lugares para crear convivencia y cohesión social donde tanta falta hace. Ya se construyen dos en las comunidades de Soni Aliber y Anchawadja con GREFFA y Alianza.

Entre la guerra y el hambre, las mujeres del norte de Mali no se rinden. A Mungo Park en su primer viaje le salvaron de morir en alguna ocasión, como el mismo cuenta en sus memorias. Eso si, no las podemos dejar solas.

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