Un año más el 8 de marzo nos interpela, nos mueve y nos invita a la reflexión. Alcanzar la igualdad de género es aún una deuda pendiente en las sociedades contemporáneas. Si bien ha habido avances innegables, el camino por recorrer es aún muy largo y sinuoso. Vivimos un momento histórico sin precedentes, marcado por la superposición de múltiples crisis que se han visto agravadas tras la llegada de la pandemia. La desigualdad alimentaria, la crisis ecológica, sanitaria, social, política y democrática, todas afectan de manera especialmente negativa a las mujeres.
La lucha de las mujeres y del movimiento feminista ha sido protagónica en los últimos años en el mundo entero. Las discusiones que hoy nos parecen cotidianas, hace sólo 20 años atrás eran impensadas. Sin dudas, la discusión por mayor igualdad en todos los planos de existencia, es hoy, un debate tan necesario como urgente.
A pesar de las diferencias sociales, culturales, económicas y políticas de las mujeres alrededor del mundo, es posible identificar un patrón común: el sistema patriarcal. Este sistema, se dispone y ejecuta de múltiples maneras, alcanzando su forma más extrema: la muerte. Sólo esta semana, Camila falleció teniendo un aborto ilegal en Ecuador, Kushi fue violada en India, Kate murió en manos de su ex pareja en Estados Unidos, Nahir fue apedreada en Arabia Saudita, Anne se suicidó en Francia tras una violación y Kioni fue mutilada en Kenya.
Desde la segunda mitad del siglo XX se ha consolidado con fuerza el consenso en torno a la centralidad del reconocimiento de los derechos humanos. En esta misma línea, la conquista de los derechos de las mujeres irrumpe en el planteo, y se instala cada vez con mayor fuerza. Ya no estamos dispuestas a ceder lo que sabemos que nos corresponde ni a aceptar lo que sabemos que está mal. La academia ha ido acompañando a la lucha de los movimientos sociales y en ese diálogo continuo ha construído nuevas narrativas. Lo decía Bertold Brecht: la teoría, sea literaria o política, es sobre todo un “arma conceptual” en la lucha por la transformación creativa y afirmativa del mundo.
Hoy somos conscientes de muchas cosas que antes creíamos dadas, y como tales imposibles de cambiar. Hoy sabemos que las mujeres somos libres de decidir sobre nuestro cuerpo, nuestro deseo y nuestras decisiones. También sabemos que la participación en los espacios de poder debe ser equitativa y que las tareas domésticas y de cuidados deben tener un reparto por igual. También estamos convencidas de que no puede morir una mujer más en ningún lugar del mundo por el sólo hecho de haber nacido mujer.
El feminismo, que no busca otra cosa que la igualdad, lo está cambiando todo. Este, recrea un imaginario simbólico y conceptualiza los elementos para articular una crítica al sistema patriarcal reinante con variaciones en función de los contextos socio históricos. Las teorías feministas identifican un cuestionamiento riguroso a un sistema dominante, injusto y desigual, conceptualizando los elementos y paradigmas desde donde realizar la crítica y pensar porqué es legítimo y posible construir de otra manera un modelo emancipatorio.
Las luchas del movimiento feminista, contra la subordinación de las mujeres ante un
sistema patriarcal y heteronormado, figuran entre las más significativas en diferentes épocas. Evidentemente, las reivindicaciones han ido variando como así también las injusticias. Una teoría social crítica como es el feminismo, tiene como objetivo, entre otras cosas, arrojar luz sobre el carácter y las bases de la subordinación femenina, proponiendo alternativas posibles (Fraser, 2015). La propia conceptualización teórica es política.
La filósofa española Celia Amorós explica que la teoría feminista se trata de una crítica rigurosa a un sistema dominante, y que es preciso conceptualizar los elementos y paradigmas desde donde realizar la crítica y pensar porque es legítimo y posible construir otras alternativas. Resulta de suma necesidad seguir abordando, profundizando y complementando teorías críticas que insistan en cuestionar e intenten subvertir el entramado teórico tradicional, denunciándolo como discurso encubridor de los intereses hegemónicos por justificar y mantener un sistema de relaciones sociales, políticas, económicas, culturales e ideológicas, en el que la gran mayoría de los hombres y mujeres del mundo permanecen por debajo de las
condiciones mínimas de vida digna.
Insisto en que si, ha habido avances y no podemos perder el optimismo. Cada mujer desde diferentes ámbitos y con diversas estrategias que realiza un aporte en pos de lograr un mundo más igualitario es imprescindible. Todas somos igualmente necesarias. Pero aún queda mucho, mucho por recorrer. No podremos hablar de desarrollo sostenible sin igualdad de género. No podremos tener un mundo con justicia social mientras Camila, Kushi, Kate, Nahir, Anne o Kioni no puedan vivir la vida que desean y merecen.
Este 8 de marzo feliz día a todas las mujeres, o, mejor dicho, feliz lucha.