Como es sabido, cada crisis económica supone un respiro para el planeta, pero esto se produce en detrimento de la salud financiera de las empresas, el empleo, los salarios, el bienestar social, el crecimiento mundial… y la lista puede continuar. Sin embargo, la crisis también da pie a un ciclo que enlaza con una recuperación: cuando la profunda respiración en la que han caído los gases de efecto invernadero se compensa con las nuevas emisiones relacionadas con el arranque de la economía. Por ejemplo, las emisiones de CO2 disminuyeron un 1,4% el año siguiente a la crisis financiera de 2008, pero aumentaron un 5,1% en 2010, cuando la actividad económica comenzó a recuperarse.
Pero la conciencia ha evolucionado desde la última crisis mundial, en particular desde 2015, tras la reunión de la COP21 que condujo al acuerdo de París. Este fue un gran paso hacia un nuevo paradigma, en el que la posibilidad de tener una forma más ecológica de producir se convirtió en un objetivo real y se establecieron objetivos cuantificables. Actualmente, la sociedad está luchando contra la pandemia de Covid-19 y sus negativas implicaciones económicas.
La crisis de Covid-19 ha sido muy severa, sin precedentes y sorprendente en su propagación mundial. Mientras la mayor parte de la población estaba encerrada en sus casas, seguimos las aterradoras noticias de esta pandemia que se extiende rápidamente, afectando a la vida de millones de familias y ejerciendo presión sobre la capacidad de la infraestructura sanitaria de muchos países. Sin embargo, también observamos los inesperados y positivos impactos en el medio ambiente: aire limpio y cielos despejados gracias a la disminución de los niveles de partículas en el aire en las grandes ciudades.
De hecho, durante el confinamiento, el consumo de carbón disminuyó drásticamente al caer la demanda de electricidad y, según IEA, hemos visto la mayor disminución, a nivel mundial, del consumo de carbón desde la Segunda Guerra Mundial. En total, 2.600 millones toneladas de CO2 no serán emitidas ya que esperamos que la demanda de energía global descienda un -6% en el 2020, siendo este siete veces peor que lo que vimos después de la crisis del 2008.
Actualmente, los reguladores pueden ver esta pandemia como una oportunidad para integrar el medio ambiente en la recuperación económica y finalmente establecer nuevas reglas para dar un impulso a la economía, al tiempo que integran y consideran el impacto que puede tener en el planeta.