Escribo este artículo el 20 de junio, una fecha en la que cada año se conmemora en todo el mundo el Día del Refugiado, aunque no sé si hablando de refugiados hay algo que celebrar porque ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, nos acaba de recordar que en 2019 había 79,5 millones de personas desplazadas en el mundo, de los que un 40 por ciento son niños, niñas y adolescentes menores de 18 años. Seres humanos desplazados como consecuencia de persecución, conflicto, violencia, violaciones a los derechos humanos o acontecimientos que alteraron gravemente el orden público.
Según ese informe, el 1 por ciento de la población mundial se ha visto obligada a huir de sus hogares debido a la guerra, los conflictos y la persecución para buscar protección en algún lugar dentro de su país o en otro país, y a medida que el número de personas desplazadas ha aumentado más que nunca, cada vez menos personas han podido regresar a sus hogares, o incluso construir una nueva vida sostenible y satisfactoria en otro país. Como ha dicho Filippo Grandi, Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados, “estamos presenciando una nueva realidad, ya que el desplazamiento forzado no solo está mucho más extendido, sino que simplemente ya no es un fenómeno a corto plazo y temporal (...) Necesitamos una actitud fundamentalmente nueva y más receptiva hacia todas las personas desplazadas, junto con un impulso mucho más decidido para resolver conflictos y que están en la raíz de un sufrimiento tan intenso”.
Un fenómeno el de los refugiados al que, por cierto, ahora que tanto se habla de la Agenda 2030 y de una Nueva Era de la Responsabilidad Social, le prestamos poca o ninguna atención. Seguramente hay razones de alta política que a mí se me escapan pero, por ejemplo, siendo un asunto tan serio, no he encontrado una sola referencia a refugiados en los 17 ODS ni en ninguna de sus 169 metas aunque, eso sí, mandamases de toda clase y condición no dejan de lucir en sus apariciones públicas el pin colorido que simboliza los Objetivos del Desarrollo Sostenible, aprobados en Septiembre de 2015, y que cinco años después llevan camino de convertirse en “commodities” de las que presumir mucho y hacer poco. Los refugiados -deferíamos recordarlo cada día- tienen el amparo de la Declaración Universal de Derechos Humanos que, en su artículo 14, establece que “en caso de persecución, toda persona tiene derecho a buscar asilo, y a disfrutar de él en cualquier país”.
Una vez más nos encontramos ante un flagrante problema de injusticia social (por lo que luchaba el fundador de este Diario, Jordi Jaumà ) y de profunda indignidad. Si la pandemia ha puesto de relieve que habíamos abandonado algunos de los pilares de la dignidad humana, como la salud y la educación, bueno será volver los ojos a don Antonio Machado y sumergirnos en sus palabras por boca de Juan de Mairena: “Porque no he dudado nunca de la dignidad del hombre, no es fácil que yo os enseñe a denigrar a vuestro prójimo. Tal es el principio inconmovible de nuestra moral. ´Nadie es más que nadie, como se dice por tierras de Castilla. Esto quiere decir, en primer término, que a nadie le es dado aventajarse a todos sino en circunstancias muy limitadas de lugar y de tiempo, porque a todo hay quien gane, o puede haber quien gane, y, en segundo lugar, que por mucho que valga un hombre, nunca tendrá valor más alto que el de ser hombre...”
No sé si, alguna vez, lo aprenderemos.