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El plástico ha sido uno de los protagonistas de la agenda estival. Nos fuimos de vacaciones con la entrada en vigor de la Directiva sobre plásticos de un solo uso y regresamos con la noticia de que la “isla de plástico” del Pacífico tiene ya la superficie de tres veces Francia. Se hace imprescindible la transición hacia un modelo circular, en el que los productos mantengan su utilidad en ciclos sucesivos de uso y se minimicen tanto los residuos como las aportaciones de material virgen.

El plástico ha sido uno de los protagonistas de la agenda de sostenibilidad este verano, junto con el redescubrimiento de Freeman por parte de Business Roundtable y los incendios en la selva amazónica. Y es que nos fuimos de vacaciones con la entrada en vigor de la Directiva 2019/904 sobre plásticos de un solo uso y regresamos con la noticia de que la “isla de plástico” que flota en el Pacífico Norte tiene ya la superficie de tres veces Francia (¡uff!). La verdad, no parece el tipo de isla tropical que nos viene a la cabeza cuando pensamos en vacaciones.

Efectivamente, a los 7 continentes que conocíamos se les han “añadido” otros cinco que se localizan en zonas de corrientes marítimas estables, auténticas balsas de plásticos flotantes provenientes en un 80 % de vertidos en tierra (el resto de embarcaciones). La gran mancha de basura del Pacífico (GPGP por sus siglas en inglés) es la de mayor dimensión con 1,6 millones de kilómetros cuadrados. Muestreos efectuados en 2015 reflejan que está compuesta por 1.8 billones de trozos de plástico con un peso total de 80 000 toneladas, más o menos lo que pesan 500 de los antiguos aviones jumbo.

El tiempo de degradación del plástico depende de su composición y de las condiciones ambientales, pero puede llegar a varios cientos de años. Se trata de un contaminante a largo plazo que afecta a las especies de manera física (atrapamientos de peces y aves, obstrucción del aparato digestivo, etc.) y química (por la liberación de compuestos tóxicos que se propagan por la cadena alimentaria), sirviendo incluso como vehículo para la propagación de especies invasoras.

De alguna manera este impacto ambiental empaña el éxito del que quizás sea el mejor material que hayamos inventado nunca, el plástico. Generalmente obtenido a partir del petróleo, se trata de un material sintético de bajo coste que por su plasticidad puede ser moldeado para satisfacer infinidad de aplicaciones. Sin embargo, su fabricación y uso siguen el modelo lineal de extraer, fabricar, usar y desechar, que como sabemos genera tensiones respecto de la disponibilidad de materia prima, la contaminación del medio y el desaprovechamiento del valor contenido en materiales y productos.

El informe Repensando el futuro de los plásticos (2016) confirmaba esta “linealidad”, al afirmar que la gran mayoría de los envases de plástico se usan sólo una vez, con lo que se pierde un 95 % del valor del material y se generan externalidades negativas por valor de 40 millardos de dólares. Por eso es tan importante la transición hacia un modelo circular, en el que los productos de plástico mantengan su utilidad en ciclos sucesivos de uso y se minimicen tanto los residuos como las aportaciones de material virgen. Con esta idea se publicó la Estrategia europea para el plástico en una economía circular, que propone el objetivo de que todos los envases de este polímero sean reutilizables o bien puedan ser reciclados de forma rentable en 2030.

Como comentábamos al principio, el pasado junio se dio un primer paso en este sentido con la publicación de la Directiva 2019/904 que persigue reducir la cantidad de residuos generados y contribuir al ODS 12 de modalidades de consumo y producción sostenibles. Esta regulación establece, entre otros, qué plásticos de un solo uso se deberán reducir (e.g. vasos y recipientes para comida), cuáles no se podrán comercializar a partir de 2021 (e.g. bastoncillos, cubiertos, pajitas) y cuáles deberán contar con información para el consumidor (e.g. filtros para el tabaco, toallitas higiénicas).

Por su parte, el Compromiso Global por la Nueva Economía de los Plásticos (2018) es una iniciativa abierta a todos los grupos de interés, que cuenta con el impulso de la Fundación Ellen MacArthur y UNEP. Hasta la fecha, más de 400 firmantes se han comprometido con la visión de una economía circular para el plástico a través de tres acciones: eliminar todos los productos de este material que sean problemáticos o innecesarios, innovar para asegurar que los necesarios puedan ser reutilizados, reciclados o compostados, y en cualquier caso buscar formas de circularlos en los mercados para que no acaben como residuos.

Las empresas más innovadoras están ya adelantando esta tendencia. Como ejemplo de envase reutilizable, la startup finlandesa RePack ofrece paquetes de materiales reciclados pensados para las compras online. Una vez recibes tu pedido, puedes doblar el envase al tamaño de una carta y depositarlo en cualquier buzón para que retorne a RePack, obteniendo un cupón de descuento para futuras compras. Otro ejemplo de envase 100% reciclable en nuestro país es la botella Red de Lanjarón, fabricada enteramente con PET reciclado. Por último, la pajita Sulapac está fabricada con madera y aglutinantes naturales que la hacen 100% biodegradable y compostable. De hecho, el comparador de su web nos muestra que es la más sostenible para tomarse un mojito en una isla tropical. Aunque, ya puestos a pedir, ¿qué tal si el próximo nos lo tomáramos sin pajita, en un vaso reutilizable y reciclable, pero esta vez en una isla con arena de verdad?

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