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El mayor reto que encontré cuando empecé mi carrera en el mundo de la sostenibilidad fue, sin duda, reconciliar la responsabilidad de las empresas con el retorno financiero. ¿Acaso la sostenibilidad crea valor para el negocio? ¿Tienen algo que ver los pájaros y las flores con el ROCE (retorno sobre el capital empleado )?

Recuerdo perfectamente nuestras primeras conversaciones con la comunidad inversora. A un lado de la mesa, un grupo voluntarioso de creyentes aventurábamos que la adopción de aspectos sociales, ambientales y de buen gobierno en la toma de decisiones de inversión generaría valor, no solo para la sociedad, sino también para el inversor. Al otro lado de la mesa, un perfil de interlocutor educado, que escuchaba con interés, pero salvando honrosas excepciones, mostraba una expresión más bien escéptica, e incluso a veces, de condescendencia. Echando la vista atrás, su reacción no podía ser de otra manera. Siendo honesto, los apóstoles de la inversión sostenible nos presentábamos más cargados de fe y de intuición que de evidencias empíricas. Aquello, sin embargo, pertenece a una época pretérita. Algo ha cambiado en los mercados.

Este pasado martes celebrábamos el IX Evento Anual de Spainsif y, desde luego, la foto ha cambiado sustancialmente. Más allá de la cantidad de público y de su perfil – personas relevantes del mundo de la inversión y las finanzas- celebramos el gran crecimiento de Spainsif como asociación y, más importante aún, de la inversión sostenible en España.

Creo que este hay tres razones que explican que vivamos un momento único para el presente y el futuro de la inversión sostenible:

Fortaleza en el mercado: El mercado de la inversión sostenible ha despegado con fuerza. Solo en España el volumen de inversiones con criterios ASG ha alcanzado los 185.614 millones de euros, lo que representa un 46% del total de activos gestionados en nuestro país. La oferta total de fondos de inversión, incorporando los vehículos de inversión gestionados fuera de España, ha crecido un 32%, lo que supone 60% más que el total de mercado de fondos. A nivel global, las cifras son incluso más contundentes. Solamente el riesgo climático ha atraído a más de 100 billones de dólares de activos bajo gestión a las recomendaciones del TCFD. Esta fortaleza está viendo también su reflejo en el lado emisor. Lo vemos, por ejemplo, en el crecimiento de los bonos verdes. Un año más, 2017 marcó otro record en la emisión este tipo de instrumentos, creciendo nuevamente más de un 60% respecto al año anterior. Otra clara evolución es la mayor disponibilidad y calidad de la información en torno a la sostenibilidad de las compañías no solo a nivel de reporte, sino a la hora de poner en valor a las compañías. La integración de atributos ASG en los equity stories y en los folletos de emisión de instrumentos financieros es una tendencia clara por parte de los emisores. En definitiva, el mercado es fértil.

La gobernanza global: Un segundo elemento fundamental es la constatación de que la sostenibilidad ha entrado en la gobernanza global. Lo vemos con la adopción y el impulso de los ODS por parte de Naciones Unidas, que ha tenido una gran acogida tanto en el sector público como en el privado. Lo vemos también en la tracción generada por el Acuerdo de Paris en torno al cambio climático que, a pesar de la probable baja de Estados Unidos, sigue creando el marco de diálogo y compromiso de más de 190 países para abordar, quizá, la mayor amenaza que se cierne sobre la humanidad a futuro. Todo esto está gestando un fuerte corriente regulatoria, especialmente en Europa. La UE ha publicado durante los últimos años dos importantes directivas que sirven para cimentar el mercado de la inversión responsable. Por un lado, la directiva de divulgación de la información no financiera, que exige la publicación de información ASG a las compañías cotizadas en los mercados europeos. Por otro lado, la directiva de derechos de los accionistas que trata de facilitar un mayor activismo accionarial sobre aspectos ASG. Sin embargo, el proyecto más ambicioso hasta la fecha es el recientemente publicado Plan de Acción de Finanzas Sostenibles. De tener éxito este plan existirá un antes y un después en inversión sostenible. No podremos distinguir apenas la inversión sostenible de la que no lo es porque la estructura de mercado será, por defecto, sostenible.

Máximo consenso: La tercera razón es quizá la más importante, ya que valida y explica la fortaleza de las dos anteriores, y es que vivimos en un momento de máximo consenso en torno al investment case de la sostenibilidad. Inversores, emisores, reguladores, gobiernos, trabajadores y sociedad civil, comparten una idea común. Que la sostenibilidad es buena para los ciudadanos, que la falta de ella supone un riesgo sistémico para la economía y los mercados, y que proteger nuestro planeta- nuestro activo subyacente último –es una gran oportunidad de crecimiento y de inversión.

Este desarrollo, por tanto, ha sido un éxito de todos los actores del ecosistema de la inversión sostenible. Unos años después, la evidencia empírica ya soporta nítidamente ese investment case que predicábamos en un principio. Diversos estudios a nivel global muestran el vínculo entre sostenibilidad y creación de valor. Este fenómeno también se produce a nivel local. Por ejemplo, el informe El valor de la gobernanza: incrementando el retorno a través de la gestión extra financiera, muestra que las compañías con mejores atributos ASG cotizadas en España han generado retornos muy superiores al mercado durante los últimos años.

Estamos, pues, en el mejor momento para acelerar la adopción de la inversión sostenible. Cargados de razones, capturando el viento favorable del entorno regulatorio y con unos mercados enormemente receptivos a los atributos ASG. Ya preveía nuestro refranero: el ROCE (1) hace el cariño.

(1) El ROCE es una medida de rentabilidad muy utilizada por los analistas financieros, que pone en relación la capacidad de generar beneficios con la inversión de capital necesaria para producirlos.

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