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Hace unas semanas, Larry Fink, CEO de BlackRock, el mayor inversor del mundo, produjo una movida en el ámbito de la Responsabilidad Social (RS) al afirmar que las grandes empresas deben generar no solo beneficios, sino también contribuciones a la sociedad, y sugería que esto fuese tema de discusión en los consejos de administración y en los comités de dirección.

“Para prosperar a lo largo del tiempo”, afirmaba Fink, “cada compañía debe generar no solo resultados financieros, sino también hacer una contribución positiva a la sociedad”

Fink no está diciendo que hay que hacer más filantropía, sino que cada empresa debe tener su negocio bien fundado en algo más que los beneficios, y esto se tiene que notar, por ejemplo, también en los sistemas de remuneración de directivos y en las decisiones de inversión. Cada empresa debe partir de un propósito fundamental, y señalar las métricas que sus inversores deben controlar. Y, como decía Judith Samuelson, del Aspen Institute, ir más allá de sus accionistas activistas y comunicar sus planes a largo plazo. O sea, lo que Fink propone revisar es el modelo de negociomismo.

Estoy de acuerdo, y me alegra que sea un gran inversor el que proponga este cambio. ¿Por dónde puede entrar en las empresas? Por ejemplo, en los criterios para reducir costes. Lo más sencillo es quitarse de encima a los empleados sobrantes, pero esto significa pasar la patata caliente a las familias y a la seguridad social. Quizás es posible recolocar a esas personas, o darles formación adicional para que encuentren trabajo en otro sitio. O invertir en nuevos negocios, que abran posibilidades para esos empleados precarios, como hizo Danone en el valle de Ultzama, en España, cuando en 1996 se encontró con un exceso de capacidad que recomendaba el cierre de algunas plantas: la empresa reaccionó con planes de formación de trabajadores redundantes, y con ayudas a otras empresas para que ocupasen las instalaciones que ellos dejarían en aquel lugar, donde no había entonces oportunidades visibles. El resultado fue que, cuando Danone consumó su marcha, había más puestos de trabajo en el valle que los que había antes de clausurar la fábrica.

La conclusión es que hay, probablemente, mucho margen para solucionar los problemas de modo que todos salgan ganando. No quizás lo que cada uno esperaba, pero sí ganando algo.

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