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Los índices de RSC al uso se basan en criterios de gobernanza, de impacto ambiental y de impacto social. Los estándares laborales forman parte del capítulo social, pero su definición estática parece ignorar la transformación en curso en el mundo del trabajo. El futuro del trabajo tiene dos caras: por un lado, la persistente lacra del desempleo juvenil y una difícil reconversión para los trabajos rutinarios y repetitivos sustituidos por máquinas “inteligentes”

Por otro lado, el flujo emergente de nuevas oportunidades de trabajo para acompañar, explotar, controlar o dirigir los procesos digitalizados. La transición hacia una economía digital productiva y creadora de puestos de trabajo depende en gran parte de una educación abierta, flexible, y preparadora para el cambio.

Nuestra formación profesional es anticuada y carece de prestigio social. ¿Quién va a cambiar esta situación? Hace falta un movimiento de opinión, una confluencia de iniciativas de organizaciones civiles, de los interlocutores sociales y de la opinión pública. ¿No podrían lanzar este movimiento las propias empresas, desde una visión actualizada y revitalizada de la responsabilidad social corporativa? Su papel empieza en la formación continua que se imparte en la propia empresa, pero en una visión de futuro, ante la urgencia del problema para la sociedad, su actuación debería también abarcar la formación externa y la colaboración para los programas de formación dual.

Abundan los ejemplos en Europa de una formación profesional moderna con efectos decisivos en el empleo y en la calidad del tejido industrial. Sin ir más lejos, las instituciones de formación profesional concertada y la experiencia acumulada en el País Vasco aportan ejemplos reales de colaboración entre instituciones educativas y empresas, que pueden marcar las líneas de un modelo de formación profesional dual adaptado al contexto de la economía española.

Necesitamos flexibilizar la formación profesional reglada mediante un impulso nuevo a iniciativas de colaboración público-privadas, en las que los empresarios asuman un papel activo. Esto no ocurrirá mientras las empresas, grandes o pequeñas, no consideren la formación continua para el cambio como un elemento esencial de su responsabilidad corporativa.

Si no asume nuevas dimensiones acordes con las urgencias del momento, la RSC corre el peligro de su banalización definitiva, paralizada en el cumplimiento mecánico de los check-list en vigor y en la cultura de ‘ticking boxes’. La RSC nació como un concepto renovador de la empresa y del modelo económico, fundada en la necesidad y la voluntad de atender a los intereses de los stakeholders y, en primer lugar, de los que tiene más cerca: los accionistas, sí, pero ante todo los empleados. Si no despierta, la RSC acabará como otros tantos gadgets de una pseudo-cultura gerencial, lejos de su ambición y de su fuerza transformadora. Sólo las recobrará con una lúcida capacidad para detectar los problemas sociales agudos del momento; uno de ellos es la rehabilitación y el desarrollo de la formación profesional continua.

Domingo Sugranyes Bickel, es Presidente de la fundación vaticana Centesimus Annus pro Pontifice

 

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