“A largo plazo, los temas ambientales, sociales y de buen gobierno tienen impactos reales y cuantificables financieramente", sostenía Fink en su carta. Esta es una de cientos de opiniones que invaden hoy las mesas directivas y que retan a los líderes empresariales a re-interpretar su rol frente los nuevos significados que la sociedad da a las actuaciones de la empresa y sus líderes.
El Estudio Global de Inversión 2016 que elabora la gestora de fondos Schroders, y que recoge las opiniones de 20.000 inversores en 28 países, sostiene que la consideración de los criterios sociales y de governance aumentará significativamente en los próximos años. Ya el 22% de los asesores los toma en cuenta en sus recomendaciones de fondos y cree que constituyen un factor importante. Además, el 62% de ellos espera que esta forma de invertir gane todavía más importancia entre los inversores en los próximos cinco años, pues estos criterios resultan más importantes para los Millennials -los inversores del futuro- que para las generaciones anteriores.
Asimismo, el 82% de los inversores se mostró dispuesto a conceder más tiempo a las inversiones responsables para que den sus frutos. Actualmente, el horizonte de inversión medio a nivel mundial es de 3,2 años, pero los inversores estarían dispuestos a mantener sus inversiones responsables 2,1 años más que el resto de inversiones. Es curiosa la diferencia de actitud entre asesores financieros e inversores: los asesores atribuyen menos importancia a los criterios que los inversores a la hora de escoger sus inversiones. Pesa la conciencia a la hora de actuar: la mayoría de los inversores se plantearía, al menos, liquidar una inversión rentable si descubriera que la inversión no cumple los criterios sociales y de governance adecuados.
Esta tendencia indetenible exige un renovado esfuerzo por construir confianza para atraer inversores, y puede resumirse en una simple ecuación donde se suman las actuaciones de la empresa y se multiplican por la comunicación estratégica que hacemos de ellas. El desafío está en que ese resultado algebraico de la suma y multiplicación se divide entre el complejo entorno que rodea esas actuaciones, dando como resultado una fuerte o débil percepción de confianza en la empresa frente a los inversionistas y la sociedad en general. A mayor complejidad en el entorno, más grande es el esfuerzo que deben comunicar nuestras actuaciones y aun mayor la forma estratégica de hacerlas notorias y notables.
La aproximación que propongo es un nuevo modelo de gestión, un Proceso de Fortalecimiento Sostenible que asegure la alineación de la inteligencia económica, o business intelligence, que orienta las actuaciones empresariales y la inteligencia social, que se desprende del análisis estratégico de la escucha activa del entorno donde se opera y que influye en el negocio. Mas allá de las actividades que suelen enmarcar la responsabilidad social de la empresa y la vinculación con gremios y otras instituciones, me refiero a los procesos de gestión donde obtengo del relacionamiento un complejo entramado de expectativas y opiniones sobre aquello que hace o deja de hacer la empresa y sus líderes tanto en el actuar público como privado.
En la era de la trasparencia y la “post-verdad” es fundamental desarrollar nuevas habilidades para escuchar con humildad a la sociedad. Metodologías que documenten la red de relaciones construidas en cada actuación institucional de la empresa, mapas de influencia y poder, análisis de colectivos que ya han fijado posiciones públicas y hacen predecible sus comportamientos, tendencias que el entorno empresarial valora y apoya y críticas que orienten nuevos caminos para construir confianza.
(*) Italo Pizzolante Negrón, Académico y Consultor internacional en Estrategia y Comunicación.
Autor de numerosas publicaciones en Iberoamérica. @ipizzolante