La inversión sostenible, también llamada inversión socialmente responsable (en adelante IS o ISR) o inversión ética, se va consolidando como uno de los mecanismos financieros en auge en los últimos años. Además de los resultados estrictamente económicos, en este tipo de inversión se tienen en cuenta determinados valores sociales, entre los que predominan los relacionados con la justicia y la equidad, la salud y el medioambiente

Es cierto que este tipo de inversiones buscan, de algún modo, un impacto sobre el ámbito social, puesto que con la rentabilidad económica que pretenden obtener esperan favorecer algún tipo de desarrollo sostenible y equitativo que garantice la etiqueta de “responsabilidad social”. Sin embargo, no se debe pasar por alto un detalle significativo: el beneficio económico es lo que se pretende, mientras que el beneficio social es lo que se espera. Porque su principal objetivo es, simple y llanamente, el rendimiento económico que se obtiene. Porque la intencionalidad de la acción es aumentar los ingresos económicos propios, aunque se quiere hacer creer que con ello se consiguen beneficios para la humanidad. O dicho de otro modo, ¿puede considerarse ética o socialmente responsable una inversión que por su propia naturaleza trata de obtener, en primer lugar, un beneficio privado?

Ya hace tiempo que la economía está acercando e incluso haciéndose propios numerosos términos del ámbito social de forma totalmente indiscriminada. No cabe la menor duda de que el discurso económico está adoptando intencionadamente estos términos para aumentar su área de impacto, lo cual provoca que se acepten como “habituales” o “cotidianos” muchos comportamientos dudosos, si no contrarios, desde el punto de vista social. Y aunque se podría presuponer que lohace de forma benevolente, no deja de ser preocupante que acepte y, en ocasiones alimente, este tipo de comportamientos que normalizan actitudes propias de la competitividad y el individualismo. Además, y para más inri, muchos de ellos incluso están amparados por la legislación actual donde comúnmente suele resguardarse la economía.

Por ejemplo, vamos a fijarnos en aquello relacionado con la llamada IS o ISR, un tipo de inversión preferible a las realizadas en otros ámbitos, como el armamentístico o el del petróleo, que se esmera en llevar la etiqueta social o socialmente responsable, aunque en ningún caso la debería llevar. Porque toda inversión es el empleo o colocación de un bien en una aplicación productiva, es la persecución inconfundible de un hecho productivo, de un lucro personal, provecho o ganancia individual.Y a nadie se le escapa -o no se le debería escapar- que la consecución de una ganancia individual está motivada por el deseo de conseguir una ventaja sobre los demás, inspirada en la competitividad, en ser más y tener más que el otro. Las empresas se esfuerzan para competir entre ellas para obtener más beneficio económico, no para atender a las necesidades de los demás. Y esto no tiene nada que ver con la responsabilidad social ni con la ética. Sólo cooperando entre todos para conseguir el mayor bien común para la sociedad en su conjunto estaríamos en disposición de hablar de ética, y todos sabemos que no es el caso. Por ello, es inaudito referirse a un acto codicioso e interesado, como es el de invertir en beneficio propio, con atributos tan nobles y generosos como son los de ético, social o responsable.

Tampoco es posible situar este concepto en el ámbito social, ya que se debería evaluar la inversión con indicadores sociales y no indicadores puramente económicos. ¿Acaso la dignidad humana, la solidaridad, la sostenibilidad ecológica, la justicia social o la igualdad distributiva son indicativos del modelo económico? Parece ser que no, puesto que todos los indicadores de progreso, de crecimiento y de desarrollo se reducen a parámetros puramente económicos como son el nivel de consumo, la renta per cápita o la prima de riesgo. Es más, apenas se contempla alguna posibilidad de progreso en la humanidad que no sea medida, calibrada, evaluada e interpretada con parámetros básicamente económicos y mercantiles.

Y si todavía quedaba alguna duda, cabe reflexionar acerca de quién puede invertir y quién no. Está claro que no está al alcance de todos. Sólo alguien a quien le sobra la riqueza y no sabe qué hacer con ella tiene la posibilidad de invertir, tiene la capacidad para invertir y tiene acceso a las oportunidades de inversión. ¿Es esto, acaso, igualdad y equidad? Y aún más: ¿cómo ha podido el inversor acumular tanta riqueza y, en cambio, cómo hay tantísima gente que vive sin ella, o incluso faltándole lo más esencial para vivir? La vida no debería ser supervivencia, aquello con lo que desgraciadamente mucha gente se ha acostumbrado a vivir a diario. Éste debería ser realmente el debate en el que deberían participar los inversores.

Tanja Kolacny Arias es Técnica Auxiliar de Programas en un ayuntamiento.

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