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El Tercer Sector, el sector de las ONG (OSC u ODS), lleva años debatiendo sobre la necesaria renovación de sus modelos de gestión e intervención, pero hasta la fecha la mayoría de las aportaciones han resultado estériles. Si nos ceñimos a las ONG de desarrollo (ONGD), las que llevan a cabo cooperación internacional (y por lo tanto excluimos del análisis las de acción social, que intervienen en los propios países) no han conseguido grandes logros en los últimos cuarenta años, décadas en cambio en que se ha producido su eclosión, en que han movido ingentes cantidades de recursos públicos y privados.


El modelo imperante en el sector, entendiendo que siempre hay pequeñas variantes de entidad a entidad, es el que se llama modelo de contrapartes, por el cuál la ONGD capta fondos públicos o privados en origen e invierte en destino en desarrollo a través de entidades locales, las llamadas contrapartes.


Hay que señalar que la mayoría de recursos públicos y buen parte de la ayuda oficial al desarrollo (AOD) se canaliza a su vez a través de estas ONGD, por lo que Tercer Sector y sector público aúnan sus esfuerzos en la mejora de las condiciones de vida en los países en desarrollo (o bien en ayuda humanitaria cuando hay desastres naturales puntuales).


En los años 70 fue cuando se acuñó (y calculó) la famosa cifra del 0,7%, cantidad que equivalía al porcentaje del PIB de los países 'ricos' que era necesario destinar a paliar los efectos de la pobreza y desigualdades en los países más 'pobres', y que ha servido durante 40 años para referenciar la cantidad que se pedía a los gobiernos que dedicaran a cooperación. Luego de estas cuatro décadas, sólo lo cumplen básicamente los cuatro países nórdicos, mientras que se ha multiplicado como mínimo por cinco la cifra real necesaria (se calcula que es necesario según las fuentes entre un 3,5 y un 6% del PIB de los 'ricos' para paliar la pobreza y desigualdades en el Mundo).


Es cierto que habrá quien afirmará que no podemos achacar este fracaso conjunto estrictamente a la cooperación internacional. Pero lo cierto es que ésta ha sido la vía por la que el sector público y el no lucrativo han vehiculado sus iniciativas dirigidas a ese nunca conseguido 0,7%. El aumento exponencial de la población y, especialmente, el capitalismo salvaje de los últimos 20 años (luego de la caída del muro de Berlín), han terminado por afectar el entorno de la cooperación internacional que, en cualquier caso, algo ha hecho mal a su vez.


Así pues entre el todo y el nada, yo me quedo en que una parte (yo creo que mayoritaria, pero dejémoslo en simplemente un punto medio) es debida a la mala gestión de la cooperación internacional. El modelo de contrapartes es ineficiente, burocrático, difícilmente verificable y perverso, pues se alimenta a menudo de la corrupción incontrolable en las entidades de los países destino. Y lo cierto es que nadie puede asegurar que los proyectos existan, pues a menudo simplemente un papel lo justifica. Todo ello sin que necesariamente medie mala intención, pero sí exceso de buenismo.


Cuando se abordan los retos del Tercer Sector se limita a aspectos superficiales o simplemente instrumentales, que lógicamente deben tenerse en cuenta, pero que no son la esencia de ningún nuevo paradigma. Así pues aspectos como las nuevas tecnologías (TIC), la capacitación, la transparencia, etc., son lógicamente importantes, pero no son la clave.


Pongamos un símil con el mundo empresarial: cuando una empresa busca internacionalizarse tiene en esencia, y para simplificar, dos vías, o bien busca contrapartes comercializadoras o bien se plantea operar directamente en la zona objetivo. Y lo cierto es que el ideal en la mayoría de casos es la segunda opción, pero por motivos normalmente de costos opta a menudo por la primera. Pero el auténtico símil sería con empresas de servicios y no de productos, que difícilmente actúan con 'contrapartes' (excepto con modelos como las franquicias).


Así pues, el que podemos llamar modelo de intervención directa en el Tercer Sector también existe, tal es el caso de una gran ONGD como Fundación Vicente Ferrer o una pequeña como Fundación privada Por una sonrisa en África. Estas entidades esencialmente lo que practican es tanto la captación en origen como la intervención en destino. Es cierto que ninguna entidad que trabaje bajo este modelo podrá decir que "estamos en 60 países", como gusta proclamar a tantas ONGD, pero sin duda lo hará con mayor profundidad que amplitud y, casi con absoluta seguridad, con mayor éxito. En el primer ejemplo la entidad actúa en la India, mientras que la segunda lo hace en tres poblados de Senegal.


Lo cierto es que el modelo de intervención directa parece mucho más efectivo. Este modelo incluye la apuesta por lo que más falta en el Tercer Sector, la colaboración entre entidades, y aboga también por la erradicación de otra lacra, los personalismos y lobbies (en general religiosos, pero no sólo). Va siendo hora que demos paso a la creación de redes de ONGD, e incluso de otros actores, ya sea en origen o en destino.


La creación de redes de ONGD en origen implica que las entidades trabajen colaborativamente en la captación de fondos (caso por ejemplo de Barcelona Acció Solidària, que con la Caravana Solidaria agrupaba a buen número de pequeñas entidades que hacían acopio esencialmente de enseres, maquinaria, alimentos y otros tipos de ayuda), incidiendo especialmente en la captación de fondos privados, ya sean particulares o empresariales. Resulta especialmente relevante que las ONGD sean capaces de aproximarse a las realidades empresariales, de modo que también las empresas puedan participar en el diseño de intervenciones acordes con sus objetivos estratégicos. Ello lleva implícito que el purismo ideológico de muchas ONGD, que perciben la empresa como su antítesis, debe ser limado con sumo cuidado, pero de forma incisiva. Sin fondos públicos, cada vez más escasos, el modelo actual de muchas entidades no puede sobrevivir, y si las empresas ya han dado un paso de evolución al integrar la responsabilidad social (RSE) en su gestión, también las ONGD pueden evolucionar integrando algunos aspectos empresariales. Por su parte, la creación de redes de intervención en destino (p.e. la ONGD Umbele asegura que cada euro que recapta llega a destino, a través de una colaboración con una red de intervención ya existente en destino, la de las misiones en África) debe favorecer la generación de sinergias y evitar solapamientos, aunando esfuerzos en planificación en las zonas de intervención y fomentando los partenariados con actores locales. También en este caso la colaboración con proyectos de negocios inclusivos o de base de la pirámide, promovidos por empresas, puede formar parte de su agenda, así como la creación de empresas sociales que normalmente son más ágiles que entidades asociativas en el desarrollo de proyectos. Estas redes de intervención en destino se convierten en la práctica en operadores privados que deben colaborar con los entes públicos que gobiernan la región, territorio o comunidad.


Así pues las redes en origen puede agruparse para crear estructura propia en destino, o bien las redes en destino pueden buscar financiación propia en origen o bien colaborar con ONGD individuales o en red, o bien captarlo de fondos públicos. La creación de redes enriquece el modelo de intervención directa y lo complementa. Y lo más curioso es que la mayoría de ONGD que actúan bajo un modelo de intervención directa obtienen la mayoría de sus fondos de donantes privados, y apenas canalizan AOD o recursos públicos (que acostumbran a situarse entre un cero y un 15% del total de ingresos), que si se destinara a este tipo de entidades (o redes de captación y de intervención) ofrecería una mayor seguridad de resultados para quienes contribuyen con sus impuestos a los recursos que los gobiernos destinan a cooperación internacional.
Este tipo de planteamientos, y si no en esta línea como mínimo con esta profundidad, son los que deberían proponerse en los múltiples foros y charlas sobre retos del Tercer Sector, y obviar otras cuestiones superficiales e instrumentales no finalistas que sólo tapan agujeros y para nada (r)evolucionan la cooperación internacional, como se ha comentado anteriormente.

En paralelo al cambio de modelo imperante en la cooperación internacional, sería preciso que los territorios, regiones o comunidades que quisieran recibir ayudas garantizasen una capacidad para generar efectos multiplicadores, a través de un sistema de gestión territorial formalizado, del mismo modo que se gestionan las organizaciones. Ello debería ser una exigencia para cualquier ONGD o agencia pública de cooperación internacional para la intervención en dichos destinos.


Un sistema de gestión territorial formalizado garantizaría la existencia de procesos de diálogo y cooperación entre los distintos actores de destino (públicos y privados), así como la existencia de mecanismos formales de gestión eficiente. Ello haría más efectiva y eficiente la cooperación internacional que, caso de que los destinos no pudieran desarrollar dichos sistemas de gestión, podría ser ello el primer paso de la intervención.
En resumen, pues:


1.- Dudemos de los modelos de contrapartes por su demostrada ineficiencia y, a menudo, perversión.
2.- Promovamos un modelo de intervención directa origen-destino.
3.- Generemos dinámicas de creación de redes de captación en origen y de intervención en destino.
4.- Establezcamos sistemas de gestión territoriales formales en los destinos para mejorar la gestión y transparencia.
5.- Avancemos del 'buenismo' a una visión más empresarial del Tercer Sector.

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