
La reunión que se celebra esta semana en la sede de Naciones Unidas no es un trámite diplomático más: para muchos Estados representa una cuestión de pura supervivencia. Inundaciones en Asia, incendios en Norteamérica y olas de calor sin precedentes en Europa confirman que el cambio climático avanza a mayor velocidad que la respuesta política.
En este contexto, el Secretario General de la ONU, António Guterres, ha convocado una Cumbre sobre el Clima el 24 de septiembre, coincidiendo con la semana de alto nivel de la Asamblea General. A diferencia de las negociaciones habituales, este encuentro no busca consensuar textos, sino anunciar compromisos concretos por parte de gobiernos, empresas y sociedad civil. La cita actúa como lanzadera hacia la COP30 de Belém (Brasil) en noviembre, donde se debatirá sobre justicia climática, protección forestal y transición energética.
Según informa Naciones Unidas, los países firmantes del Acuerdo de París deberán presentar medidas nuevas o reforzadas que reflejen “acción audaz para la próxima década”. La urgencia es clara: con los planes actuales, las emisiones solo caerían un 2,6% para 2030 respecto a 2019, muy lejos del 43% necesario para mantener el aumento de la temperatura global por debajo de 1,5°C.
Guterres ha advertido que los compromisos vigentes son insuficientes y que apenas un puñado de países cuenta con estrategias listas para 2025. La Cumbre, por tanto, combina presión y oportunidad: se espera que los líderes no solo anuncien objetivos, sino también cómo los ejecutarán y cómo se alinean con una transición energética real.
La ciencia aporta las señales más alarmantes. 2024 fue el año más caluroso registrado, con una media de 1,6°C por encima de los niveles preindustriales. A ello se suma la fragilidad política: Estados Unidos, uno de los mayores emisores históricos, abandonó en 2025 el Acuerdo de París, generando incertidumbre sobre la financiación comprometida para los países más vulnerables.
Sin embargo, también emergen signos de esperanza. La inversión global en energías limpias alcanzó los dos billones de dólares en 2024, superando por primera vez a los combustibles fósiles. Asimismo, el Tratado de No Proliferación de Combustibles Fósiles gana apoyos internacionales, enviando un mensaje claro sobre la incompatibilidad entre nuevas explotaciones de carbón, petróleo o gas y los objetivos climáticos.
Los analistas señalan tres cuestiones críticas que marcarán la ruta hacia Belém:
De no avanzar en estos frentes, la COP30 corre el riesgo de convertirse en otro ejercicio de promesas incumplidas. Más allá de la diplomacia, esta cita de septiembre se percibe como una prueba de confianza en el multilateralismo y en la capacidad de la acción climática para generar beneficios económicos y sociales. No obstante, para las comunidades que sufren inundaciones en Pakistán o sequías en el Cuerno de África, el clima no es una oportunidad, sino una cuestión de supervivencia.
La Cumbre de Nueva York no sustituye a la COP30, pero puede ser igual de decisiva si logra compromisos sólidos, financiación real y un rumbo claro respecto a los combustibles fósiles. En juego está nada menos que la credibilidad del Acuerdo de París.