Cada 23 de agosto el mundo recuerda una fecha que marcó la historia de la libertad. En la noche del 22 al 23 de agosto de 1791, en Saint Domingue —la actual República de Haití— comenzó la sublevación que sería determinante para la abolición del comercio transatlántico de esclavos. Dos siglos más tarde, esta jornada fue instaurada por la UNESCO como el Día Internacional del Recuerdo de la Trata de Esclavos y de su Abolición, con el propósito de mantener viva la memoria de aquella tragedia y reflexionar sobre sus causas, sus métodos y sus consecuencias.
La primera conmemoración oficial tuvo lugar en 1998 en Haití y, al año siguiente, en la isla de Gorea (Senegal), lugar simbólico de la salida de miles de personas esclavizadas hacia América y el Caribe. Desde entonces, el 23 de agosto se ha convertido en una cita ineludible para denunciar la explotación humana y reivindicar la dignidad igual e incondicional de todas las personas.
Esclavitud: del pasado colonial a la explotación laboral del presente
Aunque pueda parecer un episodio superado, la esclavitud adopta hoy otras formas menos visibles pero igualmente devastadoras. La trata de personas con fines de explotación laboral o sexual, el trabajo forzoso de migrantes y las condiciones precarias en sectores como la agricultura, la industria textil o el servicio doméstico son ejemplos de lo que se ha llamado la “esclavitud moderna”.
En España, colectivos de defensa de los derechos humanos han alertado en numerosas ocasiones sobre la situación de miles de trabajadores migrantes que, en provincias como Huelva o Almería, recogen frutos y verduras en condiciones de explotación extrema, sin contratos dignos, con salarios de miseria y expuestos a jornadas extenuantes. Una realidad que recuerda que la cadena de explotación no es un vestigio del pasado, sino un problema estructural del presente.
La UNESCO insiste en que este día no es solo un acto de memoria, sino un compromiso para el futuro. Recordar a las víctimas y a los defensores de la libertad del pasado implica también mirar de frente a las injusticias actuales, denunciar las desigualdades y trabajar para construir sociedades basadas en la justicia y el respeto a los derechos humanos.
En un mundo globalizado, donde el consumo barato a menudo se sostiene sobre la explotación de los más vulnerables, abolir la esclavitud del siglo XXI significa garantizar condiciones laborales justas, proteger a los migrantes y erradicar cualquier forma de trata y servidumbre.
Hoy, 25 de agosto, el recuerdo de quienes lucharon por la libertad en Saint Domingue interpela directamente a nuestro presente: ¿seremos capaces de acabar de una vez por todas con la explotación humana?