
En un contexto donde la salud y el bienestar individual se han convertido en prioridades cotidianas para millones de personas, la ingesta de complementos alimenticios y alimentos funcionales se ha disparado. Pero esta tendencia, aparentemente positiva, esconde interrogantes urgentes sobre su seguridad y sostenibilidad. Así lo revela el informe “Inocuidad de los alimentos en la nutrición personalizada” publicado recientemente por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
Según la FAO, aunque estos productos prometen beneficios más allá de la nutrición básica —desde el refuerzo del sistema inmune hasta la mejora del rendimiento cognitivo—, muchas de estas afirmaciones carecen aún de respaldo científico sólido. A ello se suma la falta de regulación coherente y rigurosa en distintos países, especialmente en aquellos con ingresos medios y bajos.
“Un etiquetado claro y evaluaciones exhaustivas pueden ayudar a que los consumidores tomen decisiones informadas y seguras”, señala Maura Di Martino, autora del informe.
El análisis destaca que la inocuidad de estos productos depende no solo de su composición y concentración, sino también de su trazabilidad, su interacción con medicamentos, y la presencia —o ausencia— de antecedentes de consumo seguro. Aspectos todos clave para proteger a los consumidores y garantizar que el auge de la nutrición personalizada no se convierta en un problema de salud pública a medio plazo.
En este sentido, el informe subraya la necesidad urgente de reforzar los marcos normativos. Si bien algunos países cuentan con estándares exigentes, otros presentan vacíos legales o clasificaciones poco claras que dificultan el control de estos productos. La FAO plantea que armonizar estas normativas sería un paso esencial no solo para mejorar la seguridad alimentaria, sino también para fortalecer la confianza en un mercado global en expansión.
Además, se hace hincapié en la importancia de que este desarrollo no entre en conflicto con los principios de sostenibilidad de los sistemas alimentarios, especialmente en relación con el uso intensivo de recursos, la producción industrializada y la posible generación de residuos innecesarios vinculados a envases o ingredientes no biodegradables.
El informe también analiza el comportamiento de los consumidores, cada vez más influenciado por las tendencias de bienestar, la salud personalizada y el consumo “consciente”. Esta popularidad de los alimentos funcionales —como los yogures enriquecidos, los batidos con vitaminas añadidas o las cápsulas antioxidantes— plantea el reto de diferenciar entre productos verdaderamente beneficiosos y aquellos que se aprovechan del marketing para posicionarse como “saludables” sin pruebas suficientes.
Frente a este panorama, la FAO propone adoptar enfoques inclusivos, basados en la evidencia y en la transparencia, que permitan seguir innovando en el sector sin comprometer la salud ni la sostenibilidad. También llama a fomentar el acceso equitativo al conocimiento científico, clave para que los consumidores puedan decidir de forma crítica e informada.
En un momento donde los sistemas agroalimentarios están en el centro del debate sobre la transición ecológica y justa, regular con eficacia este tipo de productos es más que una cuestión sanitaria. Es una forma de garantizar que el discurso de la salud no encubra prácticas poco sostenibles, y que el derecho a una alimentación segura, saludable y justa esté por encima de las modas o intereses del mercado.