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Un reportaje publicado en la sección de Sostenibilidad de la web de BBVA advierte sobre la creciente presencia de contaminantes emergentes en los ecosistemas del planeta. Estos compuestos, difíciles de eliminar y aún poco regulados, ya se detectan incluso en entornos tan remotos como la Antártida. La comunidad científica reclama medidas urgentes para frenar su expansión y proteger la salud ambiental.
Contaminantes emergentes, la amenaza invisible que ya ha llegado hasta la Antártida

Los contaminantes emergentes —también conocidos como sustancias de preocupación emergente— son compuestos químicos y biológicos que, pese a estar presentes desde hace décadas, solo recientemente han comenzado a ser detectados y estudiados gracias a los avances en la química analítica. Según el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (MITECO), se trata de una categoría diversa de sustancias que no están aún reguladas y que pueden tener efectos negativos sobre los ecosistemas y la salud humana, incluso en concentraciones muy bajas.

A diferencia de los contaminantes tradicionales, estos compuestos no se eliminan con facilidad mediante los sistemas convencionales de depuración de aguas. Esto los convierte en una amenaza silenciosa, persistente y difícil de controlar.

¿Qué sustancias se consideran contaminantes emergentes?

La lista es larga y sigue creciendo. Incluye medicamentos de uso humano y veterinario (como antibióticos o antidepresivos), pesticidas, plaguicidas, aditivos industriales (retardantes de llama, plastificantes, anticorrosivos), productos de higiene y limpieza (detergentes, cosméticos), así como drogas de consumo habitual. Muchos de ellos llegan al medioambiente a través de vertidos de aguas residuales, incineración de residuos o incluso por la simple actividad cotidiana de millones de personas. Uno de los aspectos más preocupantes es que estos contaminantes no actúan de forma aislada. La combinación de varias sustancias puede generar efectos sinérgicos, es decir, multiplicar su toxicidad, incluso cuando cada compuesto por separado no resulta dañino.

 

Aunque en general se encuentran en bajas concentraciones, numerosos estudios ya han documentado consecuencias graves a medio y largo plazo. La investigadora Marcela Ayala, del Instituto de Biotecnología de la Universidad Nacional Autónoma de México, destaca algunos de los impactos conocidos: “Malformaciones genéticas en anfibios, feminización de peces, alteraciones en el sistema hormonal o incremento de la resistencia bacteriana a los antibióticos”.

Especialmente alarmante es el efecto de los llamados disruptores endocrinos, capaces de interferir en el sistema hormonal de los organismos. Su exposición prolongada, aunque sea leve, puede tener repercusiones profundas en la salud y la reproducción de muchas especies, incluida la humana.

 

Un reciente informe citado por El País alerta de la presencia de contaminantes emergentes incluso en la remota isla Livingston, en la Antártida. Allí, pese a la escasa actividad humana, se han detectado restos de nicotina, cafeína, protectores solares, analgésicos y compuestos industriales. Estos contaminantes llegan transportados por corrientes marinas y atmosféricas desde miles de kilómetros de distancia, lo que confirma su capacidad de dispersión global.

El continente helado, con sus condiciones extremas y su aparente aislamiento, se ha convertido en una suerte de “termómetro ambiental” que muestra hasta qué punto estas sustancias pueden infiltrarse en los ecosistemas más vírgenes del planeta.

Soluciones posibles: prevenir, identificar y actuar

Ante esta situación, el reto es doble: por un lado, se necesita avanzar en el conocimiento de estos compuestos, su toxicidad y sus efectos a largo plazo; por otro, urge desarrollar tecnologías de tratamiento más eficaces que puedan eliminarlos del ciclo del agua antes de que alcancen ríos, lagos, acuíferos u océanos.

Cada año, la Comisión Europea publica una lista de observación con las sustancias emergentes más preocupantes, que actualmente incluye 75 compuestos. Este trabajo de identificación es clave para guiar la investigación, establecer nuevas normativas y orientar a las industrias hacia prácticas más sostenibles.

La lucha contra los contaminantes emergentes requiere una acción coordinada entre gobiernos, empresas, instituciones científicas y ciudadanía. Reducir su uso, mejorar la gestión de residuos y reforzar los sistemas de depuración son pasos imprescindibles. Pero también lo es fomentar una mayor conciencia colectiva sobre la conexión entre lo que usamos en casa y lo que termina afectando a ríos, mares y especies. Como recuerda Ayala, “el mayor riesgo es invisible, pero no por ello menos urgente. Solo entendiendo el problema podremos empezar a solucionarlo”.

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