
La resiliencia climática es la capacidad de las personas, comunidades, ecosistemas y economías para anticiparse, prepararse, resistir y recuperarse de los impactos del cambio climático. No se trata solo de adaptarse a las tormentas, sequías o incendios que ya estamos viviendo. Se trata también de transformar la forma en que producimos, consumimos y vivimos para reducir los riesgos a futuro.
Dicho en palabras simples: no podemos evitar todos los efectos del cambio climático, pero sí podemos fortalecer nuestras respuestas para que esos efectos no nos destruyan. Y eso implica cambiar estructuras injustas, modelos económicos que destruyen la naturaleza y desigualdades que dejan a muchas personas sin herramientas para protegerse.
¿Por qué es importante? Porque el cambio climático no afecta a todas las personas por igual. Quienes menos han contribuido al problema suelen ser quienes más sufren sus consecuencias. Las comunidades rurales, las mujeres, las infancias, las personas mayores y los países del sur global están más expuestos y tienen menos recursos para adaptarse.
Además, sabemos que los fenómenos extremos serán más frecuentes. La resiliencia climática es, entonces, una forma de cuidar la vida. No solo la humana, sino toda la red de vida que sostiene este planeta. Es una forma de justicia climática.
¿Y qué papel juega el sector privado?
Durante mucho tiempo, las grandes empresas han sido responsables de una parte importante de las emisiones que causan el calentamiento global. Muchas han priorizado el beneficio económico por encima del bienestar de las personas y del planeta. Pero eso no significa que no tengan un papel en la solución. Al contrario: tienen una gran responsabilidad.
El sector privado puede y debe asumir un rol activo en la resiliencia climática. ¿Cómo? Aquí algunas ideas clave:
Pero cuidado: no se trata de pintar de verde lo que no lo es. Lo que no necesitamos son más campañas de marketing con slogans vacíos. Necesitamos compromisos reales, medibles y con participación ciudadana.
La resiliencia climática no es solo una palabra bonita. Es una necesidad urgente. Implica cambiar la forma en que entendemos el desarrollo, la economía y nuestras relaciones con la Tierra y entre nosotras. Y para lograrla, hace falta que todos los sectores —incluido el privado— asuman responsabilidades y actúen con coherencia, transparencia y justicia. Este Día de la Tierra no basta con plantar un árbol o compartir una frase inspiradora. Es hora de exigir transformaciones profundas. Porque la Tierra no necesita discursos, necesita acciones.