En la lucha contra el trabajo infantil, dos elementos son esenciales e insustituibles: políticas públicas efectivas y una educación accesible y de calidad. A pesar de los avances significativos en la reducción del trabajo infantil en las últimas décadas, la pandemia de COVID-19 ha revertido muchos de estos logros, haciendo que la erradicación del problema sea aún más urgente y compleja.
La crisis sanitaria y económica provocada por la pandemia ha exacerbado las vulnerabilidades de las familias en situación de pobreza, empujando a más niños al trabajo infantil. Según datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), el número de niños trabajadores ha aumentado por primera vez en 20 años. Esta regresión subraya la necesidad de un enfoque renovado y robusto en la implementación de políticas públicas y la promoción de la educación.
Según la Encuesta Nacional de Trabajo Infantil (ENTI) 2022, en México hay 3.7 millones de niñas y niños en situación de trabajo infantil, lo que representa una tasa del 13.1%. Esta cifra es 1.7 puntos porcentuales más que en 2019. El trabajo infantil a menudo genera deserción escolar o afecta significativamente el rendimiento académico de los niños. Además, impone responsabilidades inapropiadas para su edad, limita su convivencia con otros niños y pone en riesgo su salud e integridad física, perpetuando el ciclo de pobreza.
Cada 12 de junio se conmemora el Día Mundial contra el Trabajo Infantil para concienciar sobre esta problemática. Este año, el tema se centra en la celebración del 25 aniversario del Convenio N° 182 de la OIT sobre la eliminación de las peores formas de trabajo infantil, que en 2020 se convirtió en el primer Convenio de la OIT ratificado universalmente.
Para abordar eficazmente el problema del trabajo infantil, es imperativo contar con políticas públicas bien diseñadas y ejecutadas. Estas políticas deben incluir:
La educación es un elemento crucial en la lucha contra el trabajo infantil. Los niños que están en la escuela no solo se mantienen alejados del trabajo, sino que también se preparan para un futuro mejor. Las estrategias educativas deben centrarse en:
Erradicar el trabajo infantil es una tarea compleja que requiere un compromiso sostenido y multifacético. Sin una combinación efectiva de políticas públicas y una educación accesible y de calidad, los esfuerzos por resolver esta problemática se verán limitados. La inversión en estos dos pilares no solo ayuda a reducir el trabajo infantil, sino que también sienta las bases para un futuro más equitativo y próspero para todos. La lección de la pandemia de COVID-19 es clara: debemos redoblar nuestros esfuerzos y no dar marcha atrás en la protección y el desarrollo de nuestros niños.