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El 2021 será recordado como el año de la gran reconstrucción. Si bien la pandemia aún no ha terminado, lo peor ya pasó y es momento de re pensar el futuro. Evidentemente, la llegada del coronavirus nos ha mostrado que veníamos cometiendo muchos errores como sociedad. Nuestro vínculo tóxico con el medioambiente, la desigualdad social y de género reinante y la falta de políticas que transformen un sistema económico y social que solamente genera pobreza y contaminación han sido algunos de los tópicos que emergieron con fuerza en el debate público en los últimos meses. Si queremos un cambio verdadero, será momento de caminar distinto.

Si lo que buscamos es un crecimiento económico que genere oportunidades para la sociedad, será indispensable que empresas, gobiernos y sociedad civil redefinan su papel y su compromiso como organizaciones responsables, sostenibles y transparentes que impacten positivamente en la sociedad. Es aquí a donde la economía inclusiva tiene un papel central y parece que ha llegado para quedarse. Tras los peores meses del confinamiento y con vistas a este año de reconstrucción en todos los planos, la necesidad de una economía inclusiva comenzó a ganar protagonismo en el debate. “La recuperación de la crisis de la COVID-19 debe conducir a una economía diferente”, escribía el 31 de marzo de 2020 el secretario general de la Organización de Naciones Unidas, António Guterres y continuaba: “Todo lo que hagamos durante y después de esta crisis debe centrarse en la construcción de economías y sociedades más equitativas, inclusivas y sostenibles, que sean más resistentes a las pandemias, al cambio climático y a muchos otros desafíos mundiales a los que nos enfrentamos”. El mensaje es claro: debemos orientar la economía y construir un desarrollo económico que beneficie a la sociedad en su conjunto.

No se trata de un debate académico o una reivindicación sociopolítica minoritaria. La inserción en la agenda global del crecimiento inclusivo pone en evidencia una mirada diferente para mejorar el desarrollo social y económico del planeta urgente. Pero ¿qué entendemos por crecimiento inclusivo? El Observatorio Empresarial para el Crecimiento Inclusivo (OECP) en su IV Informe de investigación, denominado “Crecimiento inclusivo. En busca de la prosperidad compartida” lo define como “crecimiento económico empresarial cuyos beneficios se distribuyen por toda la sociedad, en busca de una prosperidad más amplia y para todos, que no deje a nadie atrás”. Es decir, un crecimiento económico capaz de generar oportunidades para todos los segmentos de la población, en especial para los más desfavorecidos. Una ecuación perfecta.

El informe hace hincapié en que el concepto de crecimiento inclusivo responde a un cambio de mentalidad. La realidad socioeconómica solo puede prosperar si contribuimos, entre todos, a reducir la pobreza y la desigualdad que sufren, hoy en día, millones de personas. En este contexto, las empresas tienen un papel especialmente importante. La necesidad de que el sector privado comience a actuar en función de un propósito poniendo el foco en el crecimiento a largo plazo será vital para alcanzar un crecimiento que no deje a nadie atrás. La investigación citada afirma que, estos nuevos valores empresariales se engloban cada vez más en el acrónimo inglés ESG –Environmental, Social and Governance (Medioambiental, Social y Gobernanza)– y su incorporación supone una apuesta hacia la sostenibilidad y el impacto positivo de una empresa en la sociedad. Aunque los factores ESG son cada vez más tangibles y afectan directamente a la cuenta de resultados, también resultan más difíciles de medir. Incluyen, por ejemplo, el compromiso con el entorno en el que operan, la integración de colectivos en riesgo de exclusión, la promoción de la diversidad o políticas que promuevan la buena gobernanza o buen gobierno.

Afortunadamente, la sostenibilidad está cada vez más unida a la rentabilidad. Ya hay evidencia empírica que afirma que las compañías que apuestan por la sostenibilidad tienen importantes oportunidades de crecimiento económico. Las compañías españolas son cada vez más conscientes de que han de responder a nuevos desafíos ligados a la sostenibilidad del planeta y al impacto social de su actividad. El estudio afirma que, en España se han dado pasos importantes en los últimos años hacia un mayor compromiso social. Existen ya muchos casos de empresas nacionales que están dando un paso adelante para redefinir su propósito empresarial en la actualidad. Estas han decidido apostar por un cambio de rumbo, en el que los paradigmas de la buena gestión empresarial parecen que están evolucionando.

Es claro que el impacto social de las empresas ha adquirido una relevancia cada vez mayor. El mejor ejemplo quizá sea en el ámbito medioambiental, con el reposicionamiento sostenible de no pocas compañías, especialmente tras el ciclo verde iniciado con el Acuerdo de París durante la Conferencia sobre el Clima de París (COP21) en diciembre de 2015. El documento publicado por OECP sostiene que las empresas, cuando operan éticamente, contribuyen por regla general, a través de la generación de empleo y la actividad económica, al bienestar de la sociedad en la que operan. Es aquí a donde puede verse claramente cómo con el crecimiento inclusivo se trata de dar un paso más, pues este defiende y promueve un crecimiento económico cuyos beneficios se distribuyan por toda la sociedad. Una empresa comprometida con el crecimiento inclusivo ha de buscar decididamente ese impacto positivo a través de todas sus áreas de negocio y de forma incluyente e innovadora.

Una vez que efectivamente se haya optado por esta transformación radical en la empresa, será momento de medir su impacto. El estudio identifica cuatro grandes dimensiones que deben tenerse en cuenta a la hora de medir este impacto y contribución empresarial al crecimiento inclusivo:

  1. En primer lugar, la creación de valor económico, porque solo un negocio con éxito puede impactar positivamente en la sociedad. Las empresas son quienes más riquezas crean, principalmente a través de la generación de empleo, y en momentos de crisis, a través del mantenimiento de esos puestos de trabajo. Valor económico empresarial que también aporta riqueza para otros cuando siguen prácticas tributarias adecuadas y, que es la premisa para poder innovar en productos y servicios que cubran necesidades sociales o realizar inversiones responsables.
  2. En segundo lugar, otra dimensión incluye las prácticas éticas. Esta dimensión tiene que ver con un buen número de temas: el respeto de los derechos humanos a lo largo de toda la cadena de valor, la reducción de brechas salariales junto a compensaciones dignas en aquellos países donde la legislación es más laxa, o el diseño y venta responsable, tanto de productos como servicios.
  3. En tercer lugar, se encuentra el valor social generado con las actividades empresariales. La apuesta de la empresa por la formación y desarrollo de sus empleados y de sus proveedores, el establecimiento de fórmulas que potencien y garanticen la diversidad en
    sus plantillas, la eficacia de políticas efectivas de no discriminación o la creación y distribución de productos y servicios inclusivos, son manifestaciones de que la empresa está comprometida con la inclusión.
  4. Por último, la cuarta dimensión que propone el informe analiza la capacidad amplificadora de las empresas en la promoción del crecimiento inclusivo, no
    solo hacia el interior, sino también en su esfuerzo por contribuir a la transformación de
    la industria y del tejido empresarial. En este sentido, destaca la definición y defensa de un propósito corporativo que incorpore el impacto positivo en la sociedad y el impulso de mecanismos de gobierno ESG que promuevan un modelo más inclusivo.

Así, la filosofía del crecimiento inclusivo implica un salto cualitativo. A diferencia de otras formas de contribución, la promoción del crecimiento inclusivo ha de impregnar el propio ADN de la empresa. Es decir, ya no se trata de llevar a cabo proyectos sociales, sino de conseguir un impacto social de forma transversal, desde las diferentes áreas de la empresa. Este amplía la mirada hacia todos los grupos de interés, con especial atención a aquellos que están en riesgo de exclusión, y con una proyección a largo plazo alineada con la sostenibilidad.

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