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El 2020 ha sido devastador para casi la totalidad de las economías mundiales. Sin embargo,los países más pobres cuyas poblaciones ya sufrían los embates de un sistema desigual se han visto doblemente perjudicados. Las cifras son alarmantes. Detrás de cada número hay vidas, historias de hambre y dolor. El Banco Mundial llevó a cabo una encuesta para realizar un análisis inicial de los impactos socioeconómicos de la pandemia en los países clientes de la AIF, la Asociación Internacional de Fomento la entidad del Banco Mundial que presta ayuda a los países más pobres. Para dicha investigación se emplearon los datos armonizados derivados de las encuestas telefónicas de alta frecuencia sobre la COVID-19, del Banco Mundial. Esta información permiten realizar comparaciones entre los distintos países y a lo largo del tiempo utilizando una amplia gama de indicadores socioeconómicos.

Los análisis realizados con los datos indican impactos generalizados  en los ingresos, el empleo y el capital humano que probablemente acrecentarán las desigualdades preexistentes entre los países ricos y los pobres y entre los sectores privilegiados y los desfavorecidos dentro de cada país.

El informe del Banco Mundial se basa en los datos derivados de la primera ola de encuestas telefónicas de alta frecuencia (al 7 de diciembre de 2020), realizadas en 24  países clientes de la AIF donde vive casi la mitad de la población total de los 74 países que actualmente pueden recibir asistencia de la Asociación. El grupo de comparación incluye 20 países que representan el 12 % de la población total de los países en desarrollo que no son clientes de la AIF.

En términos generales la investigación aborda a la conclusión acerca de que los países más pobres sufren la peor parte de los impactos, con efectos monetarios y no monetarios. Si bien la promesa de la vacuna es una esperanza en medio de un panorama adverso, lo cierto es que injustamente estos países que se han visto más afectados por la pandemia son los que menos vacunas recibirán. Con lo cual es válido afirmar que la pandemia, que aún sigue entre nosotros, continuará haciendo estragos entre los más vulnerables del mundo.  

En primer lugar, los datos más elocuentes indican que a raíz del aislamiento obligatorio y el parón que este supuso para la economía, las pérdidas de ingresos en los países más pobres son más prevalentes que en los otros países. Es importante recordar que la posibilidad del teletrabajo es un privilegio de clase. Ciertos oficios no permiten la posibilidad de tele trabajar y aquellos trabajadores de la economía informal cuyo sustento diario está vinculado al trabajo cotidiano de cada día se han visto sin la posibilidad de adaptar su realidad laboral.  Vendedores ambulantes, obreros de la construcción o empleadas domésticas, por nombrar algunos ejemplos, claramente no tienen la posibilidad del trabajo en remoto, lo cual se traduce en hambre y mayor desigualdad.

Si bien las encuestas indican que los hogares de todos los países han sufrido pérdidas de ingresos, en el caso de los países más pobres aumenta la probabilidad de que esas pérdidas se hayan registrado desde el inicio de la pandemia. En promedio, alrededor de dos tercios de todos los hogares de un país cliente de la AIF declara pérdidas de ingresos, en comparación con el 59 % de los hogares de los otros países, si bien con variaciones considerables dentro de cada grupo.

Las encuestas develan que en promedio, el 29 % de los encuestados que tenían empleo antes de la pandemia dejaron de trabajar en la última semana anterior a la encuesta en los países clientes de la AIF, en comparación con el 39 % en los otros países. Como se afirmó previamente, esto obedece, probablemente, a que muchos trabajadores de los países de ingreso bajo pertenecen al sector informal o son independientes y no reciben cobertura de redes de protección social, como el seguro de desempleo. Por lo tanto, no pueden darse el lujo de dejar de trabajar, incluso cuando sus ingresos son escasos.

Las pérdidas de ingresos de los hogares también están vinculadas a una disminución de las remesas enviadas, generalmente, por familiares que trabajan en regiones o países diferentes. En promedio, el 60 % de los hogares de todos los países incluidos en la base de datos del Banco Mundial declara que las remesas disminuyeron desde el inicio de la pandemia.

La pérdida del empleo tiene como correlato el hambre. El 51 % de los hogares de los países clientes de la AIF declara que, en los últimos 30 días, un adulto se salteó al menos una comida debido a la falta de recursos, en comparación con el 34 % de los hogares de los otros países. Si bien esta privación no se puede atribuir totalmente a la COVID-19, la disminución de la seguridad alimentaria en los países más pobres del mundo durante una pandemia es un motivo de grave preocupación.

La educación ha sido la otra gran pérdida de los países con economías más débiles desde la llegada del coronavirus. Una vez más la posibilidad de continuar con el dictado de clase a través de la virtualidad ha sido un privilegio de unos pocos. La brecha digital y la falta de conectividad de muchos países ha hecho que continuar con las clases de manera remota hay sido imposible.

El acceso a la educación durante la pandemia ha disminuido marcadamente en consonancia con el producto interno bruto (PIB) per cápita de los países y es muy bajo en la mayoría de los países más pobres según muestra la encuesta. En todos los países clientes de la AIF, salvo dos, en menos del 30 % de los hogares con niños que asistían a la escuela antes de la pandemia se completó una tarea educativa desde el inicio de la COVID-19. La grave pérdida de aprendizaje tiene y tendrá amplias consecuencias en términos del capital humano y la movilidad social en el futuro.

Una vez más las mujeres constituyen el segmento poblacional más afectado. Tanto en los países clientes de la AIF como en los otros países, la probabilidad de que las mujeres encuestadas dejen de trabajar es mayor que en el caso de los hombres encuestados. Estos números indican importantes diferencias de género en los impactos en el mercado laboral. La variable del género es central a la hora de realizar un análisis interseccional de la realidad que la covid-19 ha dejado tras su paso.

Para los habitantes de los países más pobres atravesar la pandemia ha sido una carrera por sobrevivir. No solo para no contagiarse con el virus, sino también, para poder afrontar las consecuencias que la pandemia dejó. Las encuestas realizada por el Banco Mundial advierten que para enfrentar las pérdidas de ingresos, la probabilidad de que los hogares de los países clientes de la AIF utilicen sus ahorros para emergencias o vendan activos es mayor que en el caso de los hogares de los otros países. Esto implica que las estrategias de respuesta adoptadas por los hogares de los países más pobres pueden afectar su capacidad futura para enfrentar perturbaciones económicas y generar ingresos.

Asimismo, aunque parezca contradictorio, en los países que más lo necesitan, la asistencia social es más limitada que en los otros países. La cobertura media de asistencia social que reciben los hogares en los países clientes de la AIF asciende al 14 %, en comparación con el 30 % en los otros países. Se observan grandes brechas en materia de cobertura: muchos de los habitantes de los países más pobres que declaran inseguridad alimentaria no reciben asistencia social. Las diferencias entre los países reflejan, probablemente, déficits de recursos, de capacidad institucional y de cobertura del sistema público de protección social preexistente.

La pandemia no ha hecho más que contribuir a ampliar la brecha entre rico y pobres. Las conclusiones preliminares que esbozan los expertos del Banco Mundial indican que los efectos de la pandemia en el bienestar monetario y no monetario fueron peores, en promedio, en los países de ingresos más bajos que en el resto del mundo en desarrollo. En los primeros tres meses después del inicio de la crisis, los habitantes de los países clientes de la AIF enfrentaron un riesgo más alto de pérdida de ingresos, mayores perturbaciones en el aprendizaje de sus niños y desnutrición, en comparación con los de otros países.

Asimismo, estos países fueron más propensos a adoptar estrategias de respuesta con consecuencias perjudiciales en términos de pobreza y movilidad social en el largo plazo, y fue menos probable que recibieran la asistencia social que habría reducido la necesidad de adoptar esas medidas en primer lugar. En el marco de las medidas para mitigar los efectos de la crisis y respaldar la recuperación, la comunidad del desarrollo debe asignar prioridad a las necesidades de los países más pobres.

La Agenda 2030 parece cada vez más lejana y las metas allí propuestas se tornan cada vez más inalcanzables. La cooperación internacional y las políticas públicas de cada país serán clave para lograr una reconstrucción. En la solidaridad y la empatía está la posibilidad de revertir la realidad de miles de personas que tras la llegada del virus su preocupación no es poder volver a eventos sociales o irse de vacaciones, su desvelo es poder comer.

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