La pandemia COVID-19 ha sido un cambio de juego. El mundo ha sido testigo de guerras, crisis económicas y financieras, incendios forestales, escasez de alimentos, olas de migración, y epidemias locales y estacionales. Pero esta pandemia no se parece a nada que las generaciones actuales hayan experimentado antes. Se extendió por todo el mundo, afectó directa o indirectamente a miles de millones de personas, bloqueó las sociedades, cerró las fronteras y detuvo sectores enteros, y todo esto en cuestión de meses.
Han pasado ya seis meses desde que muchos países de Europa pusieron en práctica medidas de bloqueo para combatir la COVID-19. Tras la primera sacudida de este cambio masivo y abrupto, las sociedades siguen intentando comprender el virus y la magnitud de sus impactos, y encontrar soluciones para mitigarlos. Hans Bruyninckx, Director Ejecutivo de la Agencia Europea del Medioambiente, sostiene que los próximos meses serán críticos para definir los planes de recuperación e inversión. Es por esto que, explica el experto, debemos asegurarnos de que cada decisión en este camino nos lleve un paso más cerca de la sostenibilidad.
La forma en que el coronavirus afecta a las personas varía. Los grupos vulnerables, como los ancianos o los que tienen enfermedades y condiciones de salud preexistentes, parecen correr un riesgo más grave. Las mismas personas vulnerables suelen verse también más afectadas por los peligros ambientales para la salud, en particular la mala calidad del aire. La exposición a largo plazo a los contaminantes atmosféricos -incluso a niveles de concentración bajos- y a otros contaminantes puede perjudicar la salud humana y causar enfermedades crónicas, lo que hace que las personas sean más vulnerables a enfermedades existentes y nuevas, como la COVID-19.
Un informe publicado por la Agencia Europea del Medioambiente titulado "Medio ambiente sano, vidas sanas" pone de relieve que una de cada ocho muertes en Europa puede atribuirse a la mala calidad del medio ambiente, lo cual se vincula directamente con la actividad económica. También llama la atención sobre las desigualdades en términos de impacto sobre la salud tanto en Europa como en el resto del mundo. La reducción de la contaminación ambiental y la garantía del acceso a un medio ambiente limpio pueden reducir la carga de la enfermedad y ayudar a las personas a llevar una vida más sana. En este sentido, construir sistemas económicos basados en paradigmas de sostenibilidad puede ser de gran ayuda.
La COVID-19 es una enfermedad zoonótica. Es decir, se trata de un nuevo virus que ha saltado de las especies animales a las humanas. Está comprobado que es más probable que estos saltos ocurran cuando los animales salvajes entran en estrecho contacto con las poblaciones humanas, principalmente como resultado de la expansión de las actividades humanas en zonas naturales, de las interacciones entre el hombre y el animal en instalaciones de producción intensiva de carne o mediante la captura de especies salvajes para el consumo humano. Lo cual indica que, con otro tipo de actividades económicas que fueran más respetuosas con el medioambiente podría haberse evitado esta pandemia.
Una vez más, la COVID-19 es sólo un ejemplo de los vínculos entre la degradación ambiental más amplia y sus impactos concretos en nuestra salud y bienestar. En los últimos días se publicaron dos informes clave: Perspectivas Mundiales de la Biodiversidad 5 del Convenio sobre la Diversidad Biológica y el Informe Planeta Vivo 2020 del WWF. Ambos ponen de relieve el alarmante ritmo de disminución de la diversidad biológica y piden que se adopten medidas decisivas y urgentes a nivel mundial. Las mismas tendencias preocupantes se observan en Europa, que afectan a la resistencia, la productividad y la capacidad de la naturaleza para abastecernos.
Es por esto que Hans Bruyninckx explica que es probable que el aumento de la resistencia de la naturaleza a nivel mundial mediante la protección, la conservación y la restauración de las zonas naturales y el cambio hacia un sistema alimentario sostenible no sólo reduzca los riesgos asociados a las enfermedades zoonóticas, sino que también garantice nuestro bienestar a largo plazo.
La forma y el ritmo en que utilizamos los recursos naturales - incluyendo los combustibles fósiles, los bosques y la tierra - también se encuentran en el corazón del cambio climático. Desde los últimos incendios forestales en los EE.UU. hasta el derretimiento de los glaciares en los Alpes, los impactos ya son devastadores. El referente de la Agencia Europa de Medioambiente sostiene que a menos que logremos reducir drásticamente las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero y nos adaptemos a un clima cambiante, nos enfrentaremos a muchos más choques graves, que afectarán a nuestra sociedad y economía.
La COVID-19 desencadenó una crisis de salud pública, así como una profunda crisis económica. En respuesta, la Unión Europea y los Estados miembros han estado poniendo en marcha planes de recuperación económica, la verdadera pregunta es: ¿Cómo podemos recuperarnos de esta crisis actual de manera que podamos evitar que otras crisis -ambiente, clima, economía y salud pública- se produzcan en el futuro? La respuesta, para Bruyninckx es construir una sociedad más justa y una economía ecológica
Las medidas de bloqueo introdujeron cambios masivos y repentinos en el modo de vida de Europa. Había menos vehículos en las carreteras y casi ningún vuelo comercial. Muchas actividades se desplazaron al formato on-line, lo que redujo aún más la necesidad de movilidad. Los efectos en el medio ambiente eran evidentes. La calidad del aire mejoró en las ciudades en pocas semanas. A medida que se levantan las restricciones y la actividad económica se acelera, empezamos a ver un retorno gradual hacia los niveles anteriores a la Covid.
La COVID-19 ha demostrado que los países que actuaron con rapidez y decisión tenían en general tasas de infección y mortalidad más bajas, incluso entre los grupos más vulnerables. Las medidas de bloqueo introdujeron cambios significativos en los estilos de vida en períodos cortos, reduciendo las presiones sobre la naturaleza, y la digitalización puede ofrecer algunas soluciones. Del mismo modo, una acción decisiva que desencadene un cambio fundamental en nuestros sistemas de producción y consumo puede marcar una verdadera diferencia.
Las ambiciones políticas a largo plazo de Europa se identifican en el Acuerdo Verde Europeo, sus estrategias y planes de acción. El discurso sobre el Estado de la Unión pronunciado por la Presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, no sólo reconfirmó el compromiso de Europa con estos objetivos, sino que también elevó aún más las ambiciones climáticas. Estas ambiciones deben alcanzarse mediante una transición justa, poniendo las medidas relativas a las desigualdades y la justicia social en pie de igualdad con los objetivos climáticos.