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El Imperio de la Ley es un dogma de origen medieval que ha servido para impartir justicia en Occidente. Pero ya es hora que ese Imperio se reconvierta en un Estado, y de talante democrático; porque es evidente que está muchos pasos por detrás de las necesidades ciudadanas.

Cuanto más retos se plantean a la legislación que nos rige, más evidente se hace la necesidad de una renovación. Cuanto más problemas se presentan a las democracias europeas, más impostergable se hace su reformación en democracias democráticas.

 

Desde mediados del siglo XX y tomando como hito cronológico de partida la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, se ha intentado encontrar fórmulas de entendimiento en la solución pacífica de los conflictos que la misma dinámica social genera entre individuos o Estados. Lamentablemente, cinco décadas más tarde aún no hemos logrado dicho objetivo» nos dice el magistrado y profesor de Derecho Santiago Vidal, en su ponencia redactada para un congreso internacional celebrado en Madrid (07.12.2012).

«Nuestros dirigentes políticos con responsabilidades de gobierno tienen que entender que la enseñanza y la sanidad pública son una prioridad absoluta […] y si no lo entienden, debemos hacer todo lo necesario para que lo comprendan» añade Vidal en la misma ponencia, aludiendo esta vez directamente a la situación en España, donde los recortes sociales están quitando derechos civiles a los ciudadanos. Pero el magistrado no solo mira la paja en el ojo ajeno, también hace autocrítica. «Los jueces hemos confundido independencia con autismo, hemos vivido hasta ahora en una burbuja de cristal» apunta en su conferencia. Aunque también vislumbra cambios esperanzadores, y pone como ejemplo la posición adoptada por un sector mayoritario de los jueces frente a la ley hipotecaria de España.

El cambio de actitud aludido por Vidal, se expresa en un informe público donde los jueces hablan claro: «A lo largo de la última década el exceso de confianza motivado por las burbujas inmobiliaria y financiera, unido al sueño de tener un hogar propio y a la mala praxis de las entidades bancarias, se ha traducido en una generalizada extensión del crédito hipotecario sin valorar las posibilidades reales del deudor, y en la comercialización irresponsable, cuando no torticera, de productos financieros complejos [...]. A estas alturas ya nadie discute que las entidades bancarias no han sido ajenas al estallido de la burbuja económica que ha generado la crisis y en no pocas ocasiones han actuado con cierta ligereza en la concesión de créditos hipotecarios. A pesar de ello disponen de una importante ventaja frente a cualquier acreedor: un procedimiento privilegiado para el cobro de créditos hipotecarios creado en 1909».

En el citado congreso, Vidal fue más allá de los aspectos puramente legales: «El riesgo de exclusión social de cada vez más ciudadanos es inminente» advirtió. «No puede ningún poder legislativo, ningún parlamento desoír a un millón de ciudadanos» manifestó en referencia a las iniciativas que agrupaciones civiles presentan y son completamente ignoradas por los gobernantes de turno. Y respecto a los políticos acotó: «Ellos son nuestros representantes y nuestros delegados... ¿Cómo pueden hacer oídos sordos a nuestras demandas?»

No necesitamos permiso para ser libres; Somos radicales porque vamos a la raíz; No somos antisistema, el sistema es anti-nosotros; No falta dinero sobran ladrones; Error de sistema, reinicie, por favor... son algunas frases ingeniosas, pero con mucho fondo, que escribieron los ciudadanos españoles en las manifestaciones de los últimos meses en toda España, y que se asemejan mucho a las ideas expresadas por el juez Vidal, con otras palabras y matices. El magistrado y la organización a la que pertenece -Jueces para la Democracia- parecen coincidir en los asuntos esenciales con los grupos de ciudadanos que reclaman una democracia más participativa y una equidad en el reparto de la riqueza.

Este lunes la Unión Europea recibía en Oslo el Premio Nobel de la Paz, en medio de la peor crisis financiera que ha enfrentado en su medio siglo de vida. El presidente del Consejo de la UE, Herman Van Rompuy, reconocía ante el auditorio que la paz, por muy meritoria que sea, está amenazada por los problemas sociales. «Familias que llegan a duras penas a final de mes, trabajadores que han perdido su puesto de trabajo, estudiantes que temen que, por mucho que lo intenten, no encontrarán su primer empleo… En un momento en que la prosperidad y el empleo -las piedras angulares de nuestras sociedades se ven amenazados- es natural que los corazones se endurezcan, que nuestros pensamientos sean más mezquinos, que se reabran antiguas fracturas y reaparezcan viejos estereotipos» manifestó Van Rompuy.

Efectivamente; se puede premiar a Europa por la paz, si tomamos como referencia la Segunda Guerra Mundial. Pero se le puede reprobar en democracia si evaluamos la última década, cuando Europa ha experimentado un retroceso en la calidad de vida y la participación de sus ciudadanos en las decisiones centrales. La luz de Europa peligra, la voz de Sócrates y Platón; de Kant y Montesquieu; de Russell y Eco parecen extraviarse en las brechas crecientes entre las élites y las mayorías.

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