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Nunca es suficiente. Desde hace unos años parece que conseguir objetivos nunca es suficiente y siempre que llegamos a una línea de meta queremos más. Quizás esta autoexigencia nace de la naturaleza humana, pero sin duda ha sido exponencialmente alimentada por un capitalismo voraz que lleva décadas a pleno funcionamiento.
 Marcha por el clima en Belém, Brasil, 15 de noviembre.

Esta sensación de insatisfacción constante también se observa en el continuado descrédito que vienen soportando los organismos multilaterales en los últimos tiempos. Instituciones a las que se critica su escasa gobernanza mundial en temas y momentos tan importantes como la sanidad durante la pandemia, por poner solo el ejemplo de la Organización Mundial de la Salud. Sin embargo, es crucial volver a ponerlas en valor no solamente como puente entre pueblos, sino también como espacios de diálogo multicultural, donde todas las voces de la sociedad pueden ser escuchadas por muy minoritarias que sean.

Hace unos días pudimos ver una muestra de ello con el final de la ‘COP30’ que se celebró en la ciudad brasileña de Belém. Esta Convención de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP) es una reunión que lleva 30 años organizándose, donde todos los países, independientemente de su demografía o peso geopolítico, vienen abordando de forma conjunta la crisis climática. En estas tres décadas, se han logrado avances tan importantes como el Acuerdo de París y, lamentablemente, también retrocesos como el incumplimiento sistemático de los compromisos de reducción de emisiones de CO₂.

En parte de la opinión pública, el inmovilismo que se desprende de las últimas COP ha servido como justificación suficiente para ponerlas en duda. Si bien es cierto que a la ciudadanía puede llegarle una imagen distorsionada, las COP son los espacios más importantes que tenemos para abordar y hablar sobre una crisis climática que solamente en Europa matará a 2,3 millones de personas de aquí a final de siglo, si no lo remediamos. Tal vez el éxito más palpable de las COP en estos años haya sido lograr concienciar e involucrar a la ciudadanía de a pie y pasar del “si nadie lo remedia” a “si no lo remediamos”.

En gran medida, este cambio de narrativa viene motivado por la movilización de grupos de activistas que durante años han presionado tanto a gobiernos como a empresas multinacionales para proteger los derechos de la naturaleza. Un compromiso real que, por desgracia, solo el año pasado provocó que al menos 146 defensores y defensoras del medio ambiente desaparecieran o fueran asesinados en todo el mundo.

Entre esta multitud de personas comprometidas, destacan las mujeres latinoamericanas que se han erigido como defensoras de la Amazonía. Se trata de mujeres mayoritariamente indígenas que, además de los asesinatos, tienen que sobrevivir a otras formas de violencia como el maltrato, la discriminación y los abusos físicos y mentales. Una durísima situación a la que se le suma otro desafío más: el de luchar, a menudo de forma invisibilizada, por su derecho a manifestarse y participar dentro de sus comunidades y familias.

Tal vez la imagen que mejor evidencia esta discriminación haya sido su ausencia en la protesta indígena que irrumpió en la sede de la COP30 hace unas semanas. La escena mostró la escasa presencia de mujeres entre los líderes indígenas que intentaron acceder a la zona de negociación de la declaración final. Una tensa manifestación que buscaba presionar para que las comunidades que más sufren el cambio climático y el modelo extractivista actual pudieran sentarse en la mesa de decisiones. Algo que, como era esperable, finalmente no se produjo.

“Ser mujer y aportar a la defensa de la Amazonía no es un honor ni un privilegio, es un mandato”, así de contundente se expresa Anitalia Pijachi, lideresa indígena del pueblo Okaima. Junto a ella y junto a las muchas mujeres indígenas que se han movilizado para proteger su comunidad, las ONG Entreculturas y Alboan llevamos años apoyando y acompañando su defensa de la Amazonía. Un trabajo que realizamos a través de nuestra campaña Somos Amazonía que busca sumar a más personas a la lucha colectiva contra el cambio climático. Una batalla que no entiende de razas, clases sociales ni fronteras y que debe hermanar a todo el planeta en pos de un futuro mejor para las nuevas generaciones. Suena a utopía, pero debemos conseguir que sea realidad.

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