El derecho a un medioambiente sano no debería ser una aspiración, sino una garantía universal. Sin embargo, más del 90% de la población mundial respira aire contaminado, según la OMS, y cerca de 2.000 millones de personas no tienen acceso a servicios básicos de gestión de residuos. Estas cifras son el reflejo de un modelo de desarrollo que ha puesto en riesgo la salud humana, la biodiversidad y la estabilidad climática del planeta.
Ante esta realidad, urge una profunda transformación social, económica y política para revertir los efectos de décadas de un modelo extractivo basado en la producción intensiva, el uso de combustibles fósiles y un consumo desmedido. El Día Mundial del Medioambiente nos recuerda que la sostenibilidad no es opcional, sino una urgencia. Y, en este contexto, la innovación emerge como la palanca imprescindible para impulsar soluciones que permitan avanzar hacia un mundo libre de contaminación.
La transición ecológica no debe abordarse solo desde la contención del daño. Se necesitan nuevas ideas, herramientas y procesos que reduzcan el impacto ambiental desde el origen. Tecnologías que minimicen el consumo energético, que eliminen residuos en su diseño, que cierren el ciclo de los materiales o que reemplacen fuentes contaminantes por alternativas limpias.
Un ejemplo tangible es el potencial de la eficiencia energética en el entorno laboral. Tecnologías emergentes como la impresión Sin Calor (Heat-Free) pueden ayudar a reducir el consumo eléctrico de los negocios y oficinas, lo que se traduce en menos emisiones de CO₂ y una menor presión sobre los recursos naturales. A pequeña escala puede parecer un gesto menor pero, a nivel global, su impacto agregado es significativo y medible.
Más allá de soluciones específicas, necesitamos una nueva lógica industrial. Una que deje atrás el modelo lineal de “extraer, producir, desechar” y apueste por circuitos cerrados, donde los materiales sean recuperados, reutilizados y reintroducidos contínuamente en el proceso productivo. La economía circular es un marco viable gracias a tecnologías que ya existen, como sistemas que permiten la regeneración de papel a partir de fibras recicladas hasta soluciones para la recuperación de textiles o residuos electrónicos.
Esta transformación implica también repensar nuestras cadenas de suministro. La industria tecnológica, por ejemplo, enfrenta el reto de minimizar su huella en todas sus etapas: desde el diseño de producto hasta su transporte y reciclaje. Priorizar rutas marítimas frente al transporte aéreo, como se ha demostrado en algunas regiones, puede reducir toneladas de CO₂ al año, además de favorecer modelos logísticos más eficientes y sostenibles.
La innovación no ocurre por sí misma. Para que sus beneficios se escalen y generalicen, es imprescindible contar con políticas públicas coherentes, alianzas estratégicas y marcos regulatorios ambiciosos. Normativas como la Ley Europea de Materias Primas Críticas o el Reglamento de Informes de Sostenibilidad Corporativa (CSRD) están marcando una nueva era de responsabilidad y transparencia ambiental. Asimismo, instrumentos como los Fondos Next Generation EU han servido de catalizador para muchas pymes y administraciones públicas que buscan descarbonizar sus operaciones.
Pero la política debe ir más allá de la regulación. Debe facilitar la colaboración multisectorial, fomentar la investigación aplicada y garantizar que la transición ecológica no deje a nadie atrás. Solo así lograremos que las soluciones tecnológicas sean accesibles, equitativas y relevantes para todas las personas.
La lucha contra la contaminación es inseparable de la lucha por la justicia social y climática. La buena noticia es que tenemos las herramientas, el conocimiento y, cada vez más, la voluntad colectiva para cambiar el rumbo. En Epson, tenemos claro nuestro papel: poner la innovación al servicio del planeta y de las personas. No como un ejercicio de reputación, sino como un compromiso auténtico con las generaciones presentes y futuras.