A esto hay que sumarle que las olas de calor, cada vez más frecuentes, intensifican la evaporación del agua y reducen su disponibilidad, comprometiendo así la seguridad hídrica de millones de personas y acelerando la degradación de los ecosistemas, con impactos directos en la biodiversidad, la producción agrícola y la calidad del suelo.
Tal y como señala el Intergovernmental Panel on Climate Change, órgano intergubernamental de las Naciones Unidas, en su informe Climate Change 2021: The Physical Science Basis, el cambio climático está transformando las precipitaciones y temperaturas en la región mediterránea, proyectando una reducción en las lluvias y un aumento de las temperaturas. No hay lugar a duda: actualmente, nos encontramos ante un Mediterráneo sediento. La región enfrenta un déficit hídrico sin precedentes, agravado por la sobreexplotación de recursos superficiales y subterráneos. La agricultura intensiva, la disrupción o degradación de las redes de drenaje natural y la compactación y alteración del suelo limitan su capacidad de infiltración, profundizando aún más la crisis.
Pero la escasez de agua no es sólo un problema de abastecimiento. La pérdida de humedad en los suelos acelera la erosión y la desertificación, afectando la fertilidad y poniendo en riesgo la biodiversidad. Según la Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación, más del 20% de las tierras del Mediterráneo ya están afectadas por estos procesos.
Las soluciones basadas en la naturaleza, claves para revertir la crisis hídrica
Frente a esta realidad, las administraciones públicas han apostado por soluciones tecnológicas como la regeneración de agua y la desalinización. Sin embargo, estas estrategias no son suficientes por sí solas, ya que no abordan la degradación de los ecosistemas ni los problemas estructurales que afectan el ciclo del agua. Ríos, humedales y suelos saludables desempeñan un papel clave en la purificación del agua, la regulación del ciclo hídrico y el almacenamiento de carbono. Sin su regeneración, los efectos de la escasez serán aún más graves a largo plazo.
En este contexto, las Soluciones Basadas en la Naturaleza (SbN, por sus siglas en inglés) representan una alternativa eficiente y sostenible para la gestión del agua. Una de las estrategias es la gestión forestal a escala de cuenca, clave para equilibrar el ciclo hidrológico y para la reducción de incendios.
Asimismo, la restauración de cauces, la cobertura vegetal de suelos desnudos y la creación de humedales artificiales contribuyen a regular el flujo y la calidad del agua, mejorar la infiltración y prevenir inundaciones, favoreciendo a su vez la biodiversidad. Estas acciones, junto con la adopción de prácticas agroecológicas en el sector agrícola, optimizan el uso del agua y reducen el impacto ambiental, aunque requieren políticas de apoyo para facilitar la transición hacia modelos más sostenibles.
En los entornos urbanos, los Sistemas Urbanos de Drenaje Sostenible (SUDS) juegan un papel clave en la gestión de aguas pluviales, ayudando a regenerar ecosistemas y mejorar la calidad del agua. Integrando estas estrategias, es posible lograr una gestión hídrica eficiente y en armonía con el medio ambiente, asegurando la disponibilidad del recurso para el futuro.
Modelos de financiación para la gestión del agua
Para que estas soluciones sean viables y escalables, es fundamental diversificar las fuentes de financiación y reducir la dependencia de fondos públicos. Existen mecanismos innovadores como los créditos de gestión forestal, que incentivan la conservación de bosques y la captura de carbono; la compensación de huella hídrica, en la que empresas con alto consumo de agua invierten en proyectos de restauración de cuencas; y los fondos de inversión en biodiversidad, destinados a la conservación de ecosistemas.
Además, los sectores dependientes del agua, como regantes, empresas industriales y distribuidores, pueden participar en la financiación de infraestructuras naturales, asegurando un suministro estable y reduciendo costes a largo plazo.
No obstante, la verdadera transformación resiliente de un paisaje la encontramos cuando los sectores económicos que operan en el mismo integran en sus estrategias de negocio la protección de los recursos naturales como un activo imprescindible en sus cadenas de valor.
Apostar por una gestión integral del agua mediante SbN y modelos de financiación innovadores no sólo permite optimizar el uso del recurso, sino que también ofrece beneficios ambientales, económicos y sociales. Sin embargo, la falta de una gobernanza integrada del agua y del paisaje sigue siendo un desafío pendiente. Para lograr un impacto real, es fundamental coordinar esfuerzos entre administraciones, sectores económicos y comunidades locales, impulsando estrategias conjuntas que eviten solapamientos y maximicen los recursos disponibles.
En un contexto de vulnerabilidad climática crítica, adoptar estrategias que conjuguen tecnología, regeneración ecológica y gestión eficiente de los recursos hídricos es una necesidad inaplazable. No actuar con urgencia significaría condenar al Mediterráneo a una sed irreversible, con ecosistemas colapsados, suelos erosionados y comunidades cada vez más vulnerables. Porque un Mediterráneo sediento no es solo una metáfora, es una realidad que exige respuestas inmediatas.