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Toda acumulación, abundancia y exceso genera un déficit y se producen disfuncionalidades en los sistemas. La naturaleza, la sociedad, el ser humano son sistemas que buscan el equilibrio, cuando este se quiebra suelen aparecer problemas que los degradan, los dañan e, incluso, amenazan su supervivencia y sostenibilidad. La libido de la acumulación , que domina nuestra existencia, la está convirtiendo en deficitaria.
Los excesos generan déficits

En nuestro ecosistema natural llevamos años padeciendo los males del exceso: tala masiva de árboles, emisiones descontroladas de gases de efecto invernadero, consumo irresponsable de agua, entre otros. La situación ha derivado en que la Tierra entró en “déficit ecológico”, declarado formalmente el 8 de agosto de 2016: el consumo de recursos naturales excede la capacidad del planeta para generarlos.

En el ser humano, la entropía psicológica es uno de esos problemas derivado de un exceso de cambios, incertidumbre, pensamientos sin control, demandas que exceden nuestros recursos y sobreestimulación. Cuando aumenta y se acelera acaba afectando a nuestra mente y nuestra salud. Estudios de la Universidad de Toronto (Canadá) relacionan la entropía psicológica con los trastornos de ansiedad. El síndrome del “pensamiento acelerado”, acuñado por el psiquiatra Augusto Cury, es un reflejo del caos mental que produce la acumulación contínua de pensamientos sin poder atenderlos y procesarlos adecuadamente.

Maslow[1] habla de la patología de la abundancia material, derivada del exceso de satisfacción de necesidades materiales, que da lugar a fenómenos como el aburrimiento, el egoísmo, el elitismo, la inmadurez y el individualismo. En la sociedad actual, repleta de canales de televisión, plataformas de vídeo, información sin límites en la red y la nube, acceso a experiencias de ocio y otro tipo, que nos concede todo lo que deseamos al instante (comida, ropa, películas, música, amigos, citas), las conductas inmaduras, egoístas e individualistas cada vez están más presentes.

En un alarde especulativo Maslow llega a hablar de una patología que podría surgir en el futuro bajo el nombre de “abundancia psicológica”, para expresar las consecuencias del exceso de ser adorados, reconocidos, admirados y aplaudidos, de ser el centro del escenario y de tener sirvientes leales. Reconocía que era una intuición sin base empírica para demostrarlo. Hoy solo necesitaría echar un vistazo a las redes sociales para tener todas las pruebas para comprobarlo.

Me pregunto si el famoso, y cada vez más recurrente, “síndrome del impostor” no refleja un déficit de confianza y seguridad en uno mismo, derivado de un exceso de exposición para captar la atención, usando para ello lo que sea, aunque implique negarnos, engañarnos a nosotros mismos, traicionar nuestras ideas y valores, plegándonos a los dictados del algoritmo y las masas de sirvientes leales que nos aplauden y alagan.

La teoría de Maslow plantea que la gratificación de las necesidades sin medida y sin control podría producir déficits en el ser humano, entre ellos, el de una ausencia de valores, de significado y de realización vital, que denominaba meta patología. En esta misma línea se pronunció Viktor Frankl al señalar que la sociedad industrial y de consumo se ha dedicado a satisfacer todas nuestras necesidades e, incluso, a crear otras nuevas y, en cambio, no solo es incapaz de cubrir la más humana de todas ellas: la necesidad de sentido, sino que también llega a frustrarla. Todo ello ha dado lugar a un déficit cada vez más frecuente en la actualidad: el vacío existencial. Este déficit, como advirtió el propio Frankl, está detrás de la tendencia creciente de mortalidad por suicidio año tras año desde el 2008.

Otro exceso que ha generado un déficit en la vida humana está relacionado con la motivación, como explico en mi libro “La Alquimia de la Motivación”[2]. La atención desmedida que se le ha dado a la necesidad de motivar a las personas y el uso de incentivos extrínsecos para lograr que sean más productivas, para que aporten más a la empresa, para que consuman más o para que publiquen más en las redes sociales ha desequilibrado la balanza. El ser humano está hipermotivado de forma extrínseca pero no tiene fuerza de voluntad interna. Es incapaz de comprometerse con algo por voluntad propia y necesita de miles de satisfactores, recompensas, incentivos, gatilladores que lo impulsen a hacer las cosas.

Las consecuencias del exceso de motivación son un déficit de voluntad, y sin voluntad no hay compromiso. Los resultados del último informe de Gallup[3] reflejan la caída en picado del compromiso de las personas con el trabajo: sólo 1 de cada diez empleados en España está a gusto con su vida laboral y una cuarta parte experimenta tristeza a diario. En Europa y el resto del mundo, tal y como revela el citado informe, la situación no es mucho mejor. Lo que revelan todos estos datos es un déficit de compromiso derivado de un exceso de presión por la productividad laboral. El modelo productivo imperante está comenzando a ser deficitario, el consumo de energía laboral excede la capacidad de las personas para regenerarla.

La hipermotivación extrínseca nos ha vuelto una sociedad impulsiva[4], que todo lo quiere ya, que no puede esperar a conseguir las cosas mañana, que es incapaz de autorregularse, de perseverar y de aplazar las gratificaciones. Funcionamos a golpe de deseo e impulso. Los efectos están por todas partes: personas arruinadas porque han invertido en criptomonedas para hacerse rico ya, al instante, en el menor tiempo posible, sin esfuerzo y sin trabajar; otras que se endeudan al comprar a crédito para tener lo que quieren ya, en lugar de ahorrar para tenerlo en el futuro, y luego tiene problemas para hacer frente a los préstamos. Este déficit de voluntad e incapacidad de inhibir los impulsos puede que explique el incremento en un 15,1% de los delitos contra la libertad sexual en 2023 con respecto al año anterior.

El exceso motivacional se traduce en un exceso consumista que ocasiona un déficit energético en las personas. La adicción a la satisfacción inmediata de cualquier necesidad o deseo nos acaba haciendo trabajar más y más para mantener o incrementar el poder adquisitivo, que a su vez nos permite consumir más y más, hasta el punto de sufrir una metamorfosis y pasar de consumidores a consumidos. Consumidos por la ansiedad de no llegar a todo, consumidos por la permanente atención a unas necesidades que nunca se colman, consumidos por horas y horas de trabajo físico y mental para ganar más, para poder comprar más, poder tener más y poder sentirnos más o mejor e, incluso, más seguros con todo ello.

Otro de los excesos de nuestra era está relacionado con la información, que genera un déficit de atención. Lo predijo, a finales del siglo pasado, el economista Herbert Simon: “En un mundo rico en información, el superávit informativo deriva en una carencia de otro tipo, en una escasez de aquello que la información consume. Y lo que la información consume es bastante obvio: consume la atención de sus receptores. Así pues, la riqueza informativa provoca una carestía atencional y obliga a repartir eficientemente esa atención finita entre la infinidad de recursos informativos capaces de consumirla”.

La situación se ve agravada con la dinámica de la “aceleración” tan característica de nuestro tiempo, como apunta Hartmut Rosa, porque cuando la velocidad de emisión informativa es excesiva, nuestro cerebro no la puede procesar y comienzan a producirse consecuencias negativas: pérdida de control sobre nuestra atención, pensamiento acelerado, estrés, entropía psíquica. Una mente en este estado es más fácil de dominar, con lo que a todos los déficits señalados se añade el de autonomía y el de libertad.

Contra el exceso, practicar la ecuanimidad. En cada acto de nuestra vida deberíamos tener presente la famosa máxima de Aristóteles “en el equilibrio está la virtud”. Practicar un “hacer reflexivo”, pensar en los déficits que pueden ocasionar nuestros excesos: cuando hablamos y no escuchamos, cuando estamos pegados a la pantalla del móvil y no atendemos a la persona que está enfrente, cuando dejamos correr el agua mientras nos lavamos los dientes, cuando pedimos más comida en el restaurante de la que podemos comer…

 

[1] Maslow, Abraham (1954). Motivación y Personalidad. Ediciones Díaz Santos. Madrid.

[2] De Miguel, María Luisa (2022). “La Alquimia de la Motivación: cómo motivar la voluntad para vivir conectado a tu propósito”. Editorial Pirámide. Madrid.

[3] “State of the Global Workplace 2024. The voice of the world’s employees” 2024. https://acortar.link/el7wRw

[4] De Miguel, María Luisa (2023). “Entrena tu voluntad: el antivirus de la impulsividad”. Sintetia.com.

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