Hemos avanzado mucho. Pero qué duda cabe de todo lo que queda por recorrer.
Una gran brecha en el ámbito profesional es la brecha cultural y educacional machista, que influye directamente en las posibilidades de puestos de responsabilidad, de salarios y de carrera. Pero eso no se puede cambiar. Es un reto largoplacista para las siguientes generaciones.
A largo plazo, la base está en la educación. Numerosos estudios y experimentos sociales demuestran que no existen brechas en la infancia. Hay que preguntarse cuándo y por qué aparece después y se afianzan en la adultez, generando una sistema socio-económico machista. Personalmente, he vivido y sigo viviendo innumerables actitudes y situaciones machistas en el ámbito profesional, y micromachismos instaurados culturalmente en la sociedad.
A corto plazo, creo que hay que aceptar que la igualdad no reside en ser iguales hombres y mujeres, porque no lo somos. Si no en aceptar que somos diferentes, con los mismos derechos. Una de esas grandes diferencias entre hombres y mujeres es la maternidad que, por desgracia, desemboca en varias brechas. Y hasta que no se acepte la maternidad como algo positivo, se proteja como un bien futuro y se premie el milagro de la vida, seguirá existiendo esta brecha laboral. Una brecha que está enviando un mensaje negativo respecto a ser madre, y los datos demográficos lo demuestran. Muchas mujeres lo ven como un freno y/o un riesgo en su carrera profesional. Estas creencias ancladas en el tiempo son peligrosas.
Creo que lo más urgente y resolutivo es regular en la medida de lo posible este tema y que los responsables tomen medidas al respecto. Que las siguientes generaciones tengan una mentalidad positiva en ese respecto. Que, social y laboralmente, se sientan acompañadas y se potencie esa virtud. De quien quiera serlo, claro.