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Hace tiempo que los politólogos y sociólogos nos han informado de la degradación democrática que se percibe en el mundo. Da la impresión de que los políticos actuales, con los medios que disponen de comunicación y propaganda interesada, se sienten autorizados para deformar la realidad en su propio interés, utilizando precisamente nuestro dinero, el aportado con los impuestos. Esta situación descrita ha sido siempre así, aunque ahora es especialmente preocupante por los medios tecnológicos existentes. No se trata de conseguir democracias utópicas, pues Aristóteles y Maquiavelo ya manifestaron que sería imposible, sino corregir los errores cometidos para no degradar la dignidad de las personas y, por supuesto, la naturaleza.
Virtud vs populismos y nacionalismos

Conseguir este objetivo, en absoluto baladí, requiere políticos honestos y preparados con capacidades demostradas, sin despreciar la ayuda de todos los ciudadanos y organizaciones influyentes.

 Para que los ciudadanos podamos ayudar en esta importantísima tarea es necesario tener establecida una ética desde la justicia, la lucidez y la prudencia que nos obligaría a aspirar a una libertad real y no dirigida por tendencias interesadas. Mi criterio es que necesitamos, cada vez más, conseguir una excelencia de carácter, lo que los antiguos griegos definieron como “virtud” y que ahora definimos sencillamente como disposición de las personas para actuar de acuerdo con unas normas morales, en definitiva, con honestidad.

Es este momento que nos toca vivir, especialmente en España, da la impresión de que el relativismo se ha apoderado de la verdad, de la eficacia, del esfuerzo, del respeto y de la organización del Estado con principios, y ha sido sustituido por normas cambiantes según las circunstancias que aprecie el presidente de turno, sin importarles las consecuencias que puedan provocar de desestabilización y de ofensas a los ciudadanos que se sientan perjudicados. Los ciudadanos sabemos que esas normas, para hablar de democracia deben ser iguales para todos. Las Comunidades Autónomas, en su trayectoria de estos últimos 44 años, han desbordado las previsiones con populismos y nacionalismos que cada día van adquiriendo rasgos exasperantes, que los políticos deberían corregir, pero vemos que no solo no hacen nada para detenerlo, sino que se sienten orgullosos de la destrucción de nuestro país.

Nuestro gran Ortega y Gasset decía: “La vida humana es quehacer y el quehacer ético es quehaceres, apropiarse de las mejores posibilidades con vistas a una vida buena. La vida humana es proyectar, crear, anticipar, derrochar fantasía hacia el futuro que nos convierte en agentes de nuestra existencia.” Si hacemos una breve reflexión a estas palabras del gran filosofo, podríamos estar de acuerdo en que no conseguiremos una sociedad auténtica si no compartimos proyectos avalados por valores morales, imposible de conseguir si no existe coherencia entre lo que se sabe y lo que se vive.

 No sé si con lo expuesto hasta ahora podemos considerar que la política española se ajusta al quehacer ético, cuando se premia a los insurgentes y a los populismos dirigidos por políticos sin conocimientos, pero con una capacidad tremenda para conseguir su propio beneficio. Esto significa, sencillamente, que los políticos hacen todo lo necesario para conseguir su “modus vivendi” sin aportar valor a su gestión, incluso creando valores negativos a todos los ciudadanos que les manifiestan su apoyo mediante el voto. Me refiero a que todos los nacionalistas y populistas repiten, cada día, apostar por un país más libre, más eficaz, más humano y sobre todo más justo y lo que hacen es precisamente todo lo contrario. No voy a poner ejemplos por todos conocidos, unos con armas para matar y otros con armas para deformar la realidad, destruyendo el bien económico de la zona y eliminando la libertad de todos aquellos que no se integran en el dislate ofrecido.

 La palabra como comunicación, conocemos todos que es necesaria para el bienestar, para los proyectos comunes y sobre todo para el dialogo nacional. Si esto es así, ¿cómo es posible que, en un país como el nuestro, con el segundo idioma más influyente del mundo, no se pueda hablar español en algunas comunidades?  

                 Diariamente percibimos que, a nuestro presidente actual, le da todo igual con tal de permanecer en el cargo, por lo que debe ser la sociedad española en su conjunto la que se sienta obligada a exigir, con valentía, un solo idioma para toda la nación, reforzando el valor de la comunicación que estamos destruyendo. Así se cumplirían las palabras de Julián Marías cuando manifestaba que valor es valentía. Pero, por los acontecimientos que se han ido produciendo en los últimos meses, parece también razonable pedir un solo parlamento, una sola sanidad, una sola justicia y, sobre todo, para que los problemas que vivimos se reviertan, una educación igual en todo el país.

Estoy seguro de que muchos no estarán de acuerdo con esta opinión sencilla y clara, sobre todo si se sienten favorecidos en esta España autonómica, pero es precisamente este favor lo que les debería hacer sentirse mal, al apreciar que otros, sus vecinos, con capacidades y esfuerzos mayores son perjudicados. Es conocido desde hace mucho tiempo que esto nunca es así porque el favorecido suele pensar que ha hecho todo lo preciso para conseguirlo, aunque se haya limitado a decir sí a todo lo que le ha pedido su jefe, aunque fuera apoyar la corruptela y la malversación. Es entonces cuando la política y la justicia, si son aptas para ello, que no es lo habitual actualmente, deben actuar evitando la degradación, la ineficacia, los populismos y nacionalismos que tanto daño están haciendo a España.

Intencionadamente he repetido la palabra España, no solo porque sea nuestro país del que me siento orgulloso, sino para que lo escuchen todos aquellos que se esfuerzan en eludirla, cuando no en considerarla ofensiva y propia de épocas pasadas. Si España fuera única e igual para todos, los favorecidos actualmente con los nacionalismos, tendrían que trabajar duro y no vivir con subvenciones y trabajos inútiles que les aportan posición económica y social.

Queridos lectores, habría preferido escribir en este principio de año 2023 algo mucho más positivo, sobre los buenos proyectos para mejorar la educación, sobre la independencia de la justicia, las buenas perspectivas económicas, las mejoras iniciadas de la sanidad y, sobre todo, la mejoría cívica que se respira en nuestro país. Lamento no poder hacerlo, aunque si la sociedad en su conjunto toma conciencia de la triste realidad que vivimos y realizamos el esfuerzo necesario obtendremos resultados positivos. Si lo conseguimos, me comprometo a escribir ese ansiado artículo. Sería una gran satisfacción personal y una excelente noticia para las generaciones futuras.

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