Las semanas han pasado y los gobiernos de toda la Unión Europea han tenido que pasar de lo abstracto a lo concreto, proponiendo medidas para llegar a los porcentajes acordados. Es evidente que este era el momento en el que toda la supuesta armonía en torno a la hermandad europea y a salvar el planeta (y el próximo invierno) debía ser la prioridad. Pues resulta que no. En España, gobierno y oposición se enzarzan en su ya habitual discrepancia estéril.
Todo el mundo se queja. Representantes institucionales de todos los niveles y de todos los partidos se han resistido a unas medidas de ahorro energético que, hay que decirlo, en comparación con lo que otros países han decidido implementar y sobre todo en comparación con las restricciones a las que tendremos que hacer frente en las próximas décadas, son irrisorias. No solo ahorramos menos sino que nos resistimos más. ¿Misterio español?
A grandes rasgos, se nos ha pedido controlar - con bastante flexibilidad - el aire acondicionado así cómo apagar las luces de los escaparates durante unos horarios en los que el alumbrado público debería ser suficiente para hacer seguras nuestras calles. De momento no se nos han pedido esfuerzos extraordinarios (spoiler: no tardarán en llegar) ni recortes que afecten a sectores estratégicos ni nos han prohibido estar frescos en verano. Recalco una vez más: esto no es nada en comparación con lo que viene.
Pero en lugar de aceptar las medidas cívicamente hemos decidido jugar a la irresponsabilidad y transmitir a la ciudadanía (y a Europa) un sospechoso mensaje de individualismo y egocentrismo ibérico. Lo triste además es que a pesar del teatro que vemos ahora, las medidas irremediablemente se acabarán implementando. De hecho, el problema es ese: el teatro.
Sinceramente, no hay necesidad de dividir a la ciudadanía y plantar en ella la semilla del “yo primero” cuando podemos aprovechar esta magnífica oportunidad para sentar las bases de la cooperación y el sentido común que tanta falta nos van a hacer en unos años. Lamentable. Hoy nos enfrentamos a una crisis de suministro de energía, pero hay otras crisis que están ya entre nosotros y para las cuales no habrá teatrillos que valgan. Por ejemplo la gran y temida sequía o la subida inminente del nivel del mar con todas sus consecuencias.
Llegará un día en el que ya no haya un Putin con el que negociar (o al que culpar) ya que el problema no será de superpotencias sino de super emergencias que, por cierto, no cuentan con representantes institucionales y para las cuales la palabra chantaje no tendrá mucho sentido.
A menudo se utiliza el término “generación mimi” para referirse a las nueva generación a las que pertenezco, la que ha nacido después de los millennials. Se nos considera más individualistas, egocéntricos, incluso quejicas, ya que parece que aparentemente seguimos a rajatabla el principio de "mi bienestar y mi felicidad” por pedir mayor conciliación laboral, mayor compromiso con el clima o simplemente un poquito de salud mental para dejar de sobrevivir.
Sin embargo, ya va siendo hora de que aquellas generaciones más senior que se autodenominan solidarias y herederas de mayo del 68 y que son las que nos gobiernan ahora, hagan un poco de examen de conciencia. Lo sentimos mucho pero últimamente las más individualistas y egoístas están siendo ellas.