Cuando elijo a una marca pequeña, con un modelo de negocio sostenible, estoy cambiando el mercado. Si no, miren cómo están entrando las marcas grandes a este negocio, atraídas por sus tasas de crecimiento. Que las marcas nicho sostenibles en una categoría sean elegidas en el supermercado, hace que las grandes empiecen a cambiar sus modelos de producción.
Y cuando elijo un negocio cerca de mi casa para hacer las compras, estoy ayudando a sostener la familia de mis vecinos y a mantener la vida del barrio. Y de rebote, estoy limpiando el aire que respiramos y descongestionando las calles.
Cuando elijo productos bio o con menos químicos, ayudo a que el suelo se limpie y a que mis nietos tengan alguna posibilidad de cultivar en él.
Y si compro a granel y evito envases, le doy una posibilidad a mis hijos de que, cuando esto pase, se bañen en mares de agua y no en océanos de plástico.
Si compro ropa o electrónica o juguetes de segunda mano evito que se llenen los vertederos de basura textil y electrónica que ya no sabemos dónde meter. Y les ahorro un problemón a los que vengan detrás de mí que tendrán que gestionar estos residuos, porque en su generación el problema será ya urgente.
Y así, con todas mis decisiones económicas: hay una sobre la que tengo poder y que deja mi metro cuadrado más limpio y más seguro; siempre hay una alternativa que nos acerca más a la senda de asegurar que le doy la oportunidad a mis hijos y a mis nietos de poder seguir viviendo.
El Green Friday es justo esto: una invitación a repensar el por qué y el para qué de lo que consumo. A tomarme un tiempo para pensar si hay opciones mejores, porque traen más beneficios en el corto y en el largo plazo. A reorganizar mi presupuesto porque quitando esto que tampoco necesito tanto, libero recursos para poder comprar lo demás de otra manera. A unirme a otros en comunidades físicas o virtuales que están empujando por construir(nos) de otra manera.