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En Europa seguimos sufriendo por el COVID-19. Miles de fallecidos, incertidumbre económica, dificultades para adaptarnos… Hemos de seguir trabajando y lograremos salir de esta juntos. Pero me gustaría llamar la atención sobre otros lugares donde el punto álgido de la pandemia está aún por llegar o se está alcanzando y donde esa recuperación económica y social no será tan sencilla.

Si esta crisis empezó en Asia, siguió por Europa, y ahora parece estar en su apogeo en América, tanto del Norte como del Sur, pero ¿qué pasa con África? Como casi siempre, es el continente más olvidado de las noticias. Y aunque parece que aún no han llegado los momentos más crudos de la crisis, ya se están viendo sus estragos, con el agravante de la pobreza, la escasez de recursos y la falta de agua. En zonas como Kenia, Congo o el Chad el avance de la pandemia lleva un ritmo diferente al que hemos visto en el ‘norte’, todavía no se han visto los momentos más graves, los temidos ‘picos’ de una curva que es imposible saber si será posible aplanar. Sin contar con que sus sistemas sanitarios son muy precarios.

Según nos cuentan nuestros aliados en estos países, la situación es cuanto menos incierta. Todo dependerá de cómo evolucione el número de personas infectadas y de las medidas que adopten, o puedan adoptar, los gobiernos y las comunidades. Por ejemplo en Kenia, donde día tras día ya mueren miles de personas por brotes de diferentes enfermedades, independientemente del COVID-19, mientras organizaciones de cooperación como Fundación Kirira tratan de continuar con la ayuda humanitaria. O en el Congo, donde nuestros colaboradores de la ONG Virunga nos explican que se están detectando muchos positivos, y que dada la delicada situación por la que de por sí atraviesa este país, no tener agua puede ser devastador. Ahora mismo la escasez de puntos de agua que permitan mantener la higiene necesaria para prevenir el riesgo de contagio, la desinformación sobre la enfermedad y la falta de material de protección son los problemas más acuciantes de estas comunidades, y las mujeres sufren de manera diferenciada estos riesgos, como también están viendo desde ALBOAN.

Lo sabemos bien porque igual que estas organizaciones, o más bien gracias a la colaboración con ellas, trabajamos en muchas comunidades desfavorecidas para tratar de llevar agua allí donde se necesita, ¡y se necesita mucha! El agua es, como decíamos arriba, fundamental no solo por lo más evidente: deshidratación y enfermedades, sino por la pobreza y las guerras, porque muchas mujeres y niños (sobre todo ellos) dedican miles de horas cada año a caminar con bidones en busca de agua, a veces de fuentes no seguras, para cubrir unos mínimos en sus comunidades, tiempo que dejan de trabajar, de ir a la escuela o de realizar otras tareas de desarrollo personal o de ayuda social en sus poblados.

Pandemia, pobreza y desarrollo

¿Qué sucede ahora que lavarse las manos puede ser un seguro de vida? Ahora que la distancia social puede librarnos del virus. Sin agua, sin alimentos, sin muchas oportunidades de futuro, la crisis mundial se convierte, para estas personas, en un desastre aún mayor. Y las medidas de confinamiento que ya están tomando muchos de estos países, agravan la situación porque, como en todas partes, paralizan la actividad económica (la poca que hay) lo que repercute en los proyectos de cooperación basados en el desarrollo de infraestructuras. Y cierran los colegios, como en todas partes, con lo que muchos niños, jóvenes y familias, pierden su único lugar de acceso a agua potable, porque muchos de estos centros educativos están gestionados precisamente por ONG internacionales que construyen pozos o tanques para su utilización en la comunidad.

Los cooperantes queremos seguir ayudando, pero nos está costando mucho sacar adelante los proyectos que ya estaban previstos. Las ayudas internacionales, en buena parte, se han visto ralentizadas o directamente bloqueadas. Hay decenas de convocatorias que se han cancelado o han desaparecido. Muchas ONG dependen de estas fuentes de ingresos y no podrán continuar con sus actividades. Sin contar con que las restricciones a los viajes internacionales impedirán que la ayuda y los voluntarios lleguen físicamente a los lugares donde se les necesita. O nuestro propio caso que, como empresa social, hemos visto frenados nuestros ingresos (los que dedicamos a proyectos para llevar agua donde se necesita), y si este año teníamos previsto llegar a generar hasta 13,6 millones de litros de agua potable que podrían haber beneficiado a cerca de 20.000 personas y ahorrado hasta 335.000 horas de largas caminatas cargando con pesados bidones, ya no va a ser posible hacerlo.

Desde aquí pedimos, tanto a los fondos públicos como a tantas y tantas personas solidarias, que sigan apoyando este tipo de causas. En nuestro país es necesaria la colaboración y la cooperación, sin duda, y debemos seguir prestándola, pero no olvidemos a los demás. Allí también ha llegado el virus, también ha habido infectados y fallecidos, también se han perdido puestos de trabajo y se enfrentan a un futuro incierto. Allí la crisis sanitaria se está convirtiendo ya en una crisis humanitaria. No les dejemos en la estacada.

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