Cuando observamos a los cetáceos en su medio y conseguimos avistarlos; la mayoría de las veces los vemos jugando. Es muy habitual ver a las ballenas francas jugando con sus ballenatos, golpeando sobre la superficie del mar con su aleta caudal, jugando con algas o rascándose la espalda en la arena del fondo.
Pero hay una situación muy peculiar y llamativa, que algunos biólogos han observado: las ballenas francas hacen “la vela”.
Esto consiste en que estos enormes animales marinos, sacan su cola y se dejan llevar por el viento, como si fueran un velero, como si estuvieran a la deriva. Lo curioso de esta situación también es que la cola se encuentra fuera del agua pero su cabeza está a más de 10 metros de profundidad (o más, dependiendo del largo del ejemplar) y que esto acarrea una diferencia de presión de más de 1 bar de diferencia.
El eterno anhelo del ser humano ha sido siempre alcanzar la felicidad. La dificultad reside en saber en qué lugar se encuentra. ¿Y si quizás no tenemos que alcanzar “la felicidad”, sino que debemos hacer “la vela” un poco más y dejarnos llevar para atraerla?
Hace ya bastantes años descubríamos “La demora” de Platón en nuestros “Quiero Filosofía”. La demora: un término maldito en nuestros días por lo que significa de tardanza, pérdida de productividad, falta de eficacia y quién sabe qué más cosas de dudosa utilidad.
Pero demorarse para Platón hablaba del placer de recrearse en una obra, de la capacidad de pasar el tiempo disfrutando de algo y de sentir que uno vive plenamente ese instante infinito.
¿Por qué no somos capaces de demorarnos más? Hay veces que durante el día vivimos situaciones complejas, angustiosas, estresantes que hay que afrontar…. La demora como disfrute nos proporciona un balón de oxígeno.
El movimiento Slow (slow food, slow life, etc..) ha ido tomando mucha fuerza en los últimos años, reacciona contra ello mediante la exaltación de los valores de disfrutar y saborear la vida. Parar para reconectar, quitar el freno del acelerador.
Las ballenas son slow. A pesar de su gran tamaño y dimensiones, son lentas en sus
movimientos pero con un absoluto control de ellos. La ballenas son viajeras, son especies migratorias, y realizan viajes existenciales acompasadas por las estaciones del año. La mayoría de las ballenas viven durante el verano en zonas cercanas a los círculos polares (ártico y antártico) donde se alimentan, y durante el invierno, migran a zonas más templadas para aparearse. Recorren miles de kilómetros guiadas solamente por su instinto, por el recuerdo del primer viaje realizado junto a su madre, dónde la madre le dedica todo su tiempo a enseñarle el camino que luego recorrerá a lo largo de toda su vida.
Dedicar tiempo al juego, horas al disfrute de las pequeñas cosas, a regodearse en el viaje, a la experiencia, a pasárselo bien…. es simplemente necesario. Esos espacios en los que no estamos limitados, ni sujetos a reglas estrictas, ni encerrados en normas ni tiempos… en los que solo nos dejamos llevar, en los que hacemos la “vela” y estamos a la deriva….
Esos momentos de parón, sin constricciones, sin tiempo, sin limitaciones, son los mejores momentos, los que siempre se quedan en el recuerdo y probablemente donde hayamos sentido alguna vez la felicidad en estado puro, ¿no crees?
¿En qué momento te has sentido más feliz? ¿Qué estabas haciendo?¿”Hacías la vela”? ¿Nos estamos dedicando el tiempo suficiente a hacer el viaje que debemos hacer?
Joseba Bontigui y Patricia Valdés