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Todo lo que no se da, se pierde. Siempre a tu estilo, a tu modo, a tu manera de hacer. Y al mismo tiempo, siempre abierto a acoger, a acompañar. Eso sí, siempre fiel a ti mismo, con tus aciertos y tus decisiones menos lúcidas.

Así te he sentido yo desde que te conocí. Una tarde de 1993. Fui a Ayuda en Acción para ofrecerme como voluntaria y allí estaba el responsable de los voluntarios. Te recuerdo con un chaleco de punto hecho a mano del que creo que presumiste de que te lo había hecho tu novia de entonces- ¡fíjate que cosas recuerda una al cabo de casi 30 años! También recuerdo un toque tierno y arrogante a un tiempo. Habías dejado tu trabajo como auxiliar de vuelo para lanzarte a la aventura de intentar cambiar el mundo –hablo de aquellos años en los que cuando llamábamos diciendo que éramos de Ayuda en Acción al otro lado del teléfono decían algo tipo ‘¿Llamas de ayuda en carretera?’-. En aquel despacho compartido de la calle Barquillo 8 tenías colgada una foto que te apasionaba y que la última vez que estuve en tu casa pude ver en tu salón: Pablo Alcalde -tu amigo y el que sería mi jefe- y tú sentados en el suelo y apoyados en un coche con una cerveza en la mano en ¿El Salvador? ¿Nicaragua? No recuerdo bien. Guapos, llenos de vida y con deseos revolucionarios.

Fuiste el primer budista que conocí y el que tuvo un detalle que me ha acompañado durante años, que creo que te define. Diria que fue en mi primera Navidad como parte del equipo de comunicación de Ayuda en Acción -¡claro, yo también quería unirme a esa revolución por un mundo mejor!-, cuando me regalaste un pequeño Belén de pequeñas figuras infantiles de plástico que aún conservo. Así eras tú, imprevisible, generoso y un poco gamberro. Discutíamos sobre el cristianismo y el budismo y sobre casi cualquier tema que se pusiera sobre la mesa. Porque los dos disfrutábamos del encuetro humano. Y creo que ha sido por ello por lo que nos hemos ido encontrando de modo intermitente a lo largo de estos muchos años.

Gracias por compartir tu ternura, Jordi, por tu ejemplo vital aceptando que ‘lo que es, es’ y por aquella frase impagable que en aquellos años en los que nos conocimos me regalaste y que repito una y otra vez en múltiples ocasiones: todo lo que no se da, se pierde.

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OpiniónPalabras para Jordi

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