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Son las palabras latinas que todavía lucen hoy en uno de los muros de la catedral de Ginebra, en la capilla situada a la derecha de la nave central, el aula donde Calvino explicaba en el siglo XVI la Reforma y sus tesis. Una frase que se convirtió en el lema de la Reforma, que fue la primera gran revolución moderna, mucho antes que la francesa o la norteamericana. Fue, además, la primera gran explosión de la voluntad en la historia moderna. Seguirían luego otras.

Conviene recordar que aquella crisis fue, primero, una crisis moral -por el estado de relajación, de vicios y de corrupción de la Iglesia de entonces- y, después, una crisis intelectual, política y social con repercusiones que llegan hasta hoy.

Muchas veces se han opuesto Reforma y Renacimiento. En realidad quieren decir lo mismo: deseo de un nuevo nacimiento, necesidad de una renovación profunda, desde las raíces; y ahora, en pleno siglo XXI, muchos demandan un mundo nuevo para el día después de la pandemia por coronavirus que está dejando y dejará destrucción, dolor, decenas de miles de muertos, millones de afectados y, en opinión de los expertos, una economía muy maltrecha, una recesión tan intensa como las que padecimos tras las guerras y las crisis que castigaron a la Humanidad en el siglo XX. Y si entonces hubo que reconstruir y recuperar, hoy se habla de que la economía mutará tras el virus y, como ha escrito Garcia Vega: “La crisis sanitaria no solo traerá una recesión. Agitará el sistema actual con cambios de calado en los modelos de negocio de las empresas y en los hábitos de consumo”.

La cuestión es si esos cambios serán posibles en una Europa ( y en una España) donde las conductas solidarias de antes han mutado, como el propio virus, en movimientos interesados -alimentados por razones políticas, dirigentes incapaces y contiendas electorales- que buscan el provecho, la ganancia y el rédito de quienes ondean las banderas del propio interés y olvidan que, como nos ha recordado el Papa Francisco el 12 de abril, ”hoy, la Unión Europea se enfrenta a un desafío histórico del que dependerá no solo su futuro, sino el del mundo entero. Que no pierda la ocasión para demostrar, una vez más, la solidaridad, incluso recurriendo a soluciones innovadoras”.

Si la crisis que vivimos es “un punto de inflexión en la historia”, al decir de John Gray y de otros muchos expertos, tendríamos que ser lo suficientemente cuerdos, “pro domo sua”, por nuestro propio beneficio, para preparar la postcrisis porque el futuro no puede improvisarse: habrá que diseñar estrategias, objetivos y planes de actuación; cuantificarlos y presupuestarlos, y trabajar mucho, esforzarse, ser decentes, prescindir de privilegios, contagiar valores, practicar la austeridad, predicar con el ejemplo e invertir en Educación, la masa madre en la que las ideas de democracia, libertad, justicia, igualdad, ciudadanía, derecho a la crítica, solidaridad, tolerancia y bien común -que no es público ni tampoco privado- pueden experimentar un vigoroso desarrollo. Justo el que vamos a necesitar en los próximos tiempos.

España, toda ella y todos nosotros, se enfrenta hoy a uno de los retos mas graves de nuestra historia moderna, afirma un editorial del periódico La Vanguardia. Si es así, y así parece,  precisaremos imperativamente consensos para salir de la crisis, remontar la recesión y  alcanzar objetivos comunes, pero sólo durante algunos meses, porque, como nos enseño Tony Judt, “una democracia de consenso permanente no será una democracia durante mucho tiempo”.

Habrá que pactar, entre todos nosotros -sin exclusiones y sin postureos- y con Europa. Necesitamos trazar el futuro y sellar un compromiso histórico entre todas las fuerzas políticas, económicas y sociales. Otras veces lo hicimos y lo volveremos a hacer. Los ciudadanos esperamos ese pacto y respaldamos su firma, estoy seguro, mayoritariamente, aún sabiendo que puede ser muy difícil conseguirlo, pero en ello nos va nuestro porvenir como pais y el bienestar futuro de nuestros hijos y nietos. En “Los Conjurados”, el ultimo libro que publicó en vida, Borges nos cuenta como fue posible y marcó la senda: “Se trata de hombres de diversas estirpes, que profesan diversas religiones y que hablan diversos idiomas. Han tomado la extraña resolución de ser razonables. Han resuelto olvidar sus diferencias y acentuar sus afinidades...”

Hay que ponerse de acuerdo, precisamente, en ponerse de acuerdo, y a partir de ahí el pacto será mas fácil, o mas trabajoso, no importa. Lo trascendente es conseguirlo; que  en esta Nueva Época seamos capaces de hacerlo posible con la ayuda del Estado y de la Union Europea, que debería recordar sus principios fundacionales y olvidarse de nacionalismos excluyentes y populistas. Ya habrá tiempo de votar y, seguramente, los ciudadanos recordaran a los políticos que no quisieron arrimar el hombro ni plasmar su firma en un eventual Pacto.

Solo podremos ser libres si somos responsables, y cuando el FMI nos anuncia caídas del 7/8 por ciento del PIB en 2020, el Pacto, de consuno, hombro con hombro, es absolutamente imprescindible. Solo así podrán exigirse sacrificios a los ciudadanos para que, con transparencia y sin engaños, mutemos la esperanza en confianza y todos podamos ayudar a construir sin artificios un proyecto común y ver, después de las tinieblas, la luz. Si no es así, si así no ocurre -Borges otra vez- “algún día mereceríamos no tener gobernantes”.

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