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Desde que se decretó el estado de alarma en España, se han sucedido una serie de acontecimientos que, si bien son por todos conocidos, algunos de ellos requieren de una mayor reflexión.

El primero es la falta de conciencia real de que vivimos en un mundo globalizado. Desde los orígenes de la globalización en el S. XVI con la colonización de América y su integración en el mercado mundial, se han sucedido distintas etapas que han ido perfeccionando ese proceso hasta nuestros días. Thomas Friedman (2006) distingue tres grandes momentos: el primero liderado por los Estados-nación, una segunda fase por las corporaciones multinacionales y una tercera, la globalización 3.0, liderada por internet. En los momentos actuales, la globalización, en su faceta económica, ha alcanzado su máximo exponente: desde mediados del siglo XIX, el comercio mundial se ha multiplicado por más de 140 (Maddison, 2008); La participación de las exportaciones en el PIB mundial ha pasado del 4,6% en 1870 al 30,1% en 2018, tomando protagonismo en los últimos años el comercio de servicios, cuyo crecimiento es superior al de mercancías (Organización Mundial del Comercio y Banco Mundial). El fenómeno de la globalización no solamente se ve reflejado en el crecimiento del comercio. El número de pasajeros en avión ha pasado de 310 millones en 1970 a 4.200 millones en 2018 (Banco Mundial, 2020) y el flujo de turistas internacionales ha pasado de 278 millones en 1980 a 1.133 millones en 2014 (García Pascual, 2017).

Es interesante observar que, pese a que vivimos en un mundo totalmente interconectado, desde que China anunció el primer caso de coronavirus, la atención prestada desde países occidentales y la idea instalada en el imaginario de sus ciudadanos es que se trataba de un problema alejado de nuestra realidad. Incluso en etapas avanzadas de propagación del virus, se hablaba de “casos importados” como si se tratase de un componente electrónico que pudiésemos devolver por estar defectuoso. El posterior desarrollo de los acontecimientos, acompañado de declaraciones y actuaciones de líderes nacionales de distintos países, denota que nos encontramos ante una globalización carente de mecanismos e instituciones capaces de reaccionar de manera conjunta ante una amenaza global: los Estados compiten entre ellos por el material sanitario independientemente de las necesidades reales y hay una carencia de medidas conjuntas planificadas. Son muchos los países y laboratorios que pujan por ser los primeros en obtener una vacuna o en mejorar los tratamientos contra el virus en lugar de aunar sus esfuerzos ante una pandemia que afecta a la especie humana en su conjunto.

Otro elemento de reflexión es la pérdida de capacidad de los Estados para reaccionar adecuadamente ante un desafío como el actual. Un fenómeno que ha acompañado a la globalización en las últimas décadas es el crecimiento exponencial de la deslocalización y externalización de la producción de bienes y servicios. Actualmente, China produce la cuarta parte de los productos manufactureros a nivel mundial. Esto tiene un efecto directo sobre la estructura económica de países como España, en el que el peso de la industria manufacturera sobre su economía se sitúa en mínimos de nuestra historia contemporánea. La industria manufacturera representaba en 2018 tan solo el 12% del PIB lejos del 17,8% que representaba en el año 2000. Una derivada de este proceso en la situación de emergencia actual es la incapacidad para producir material sanitario esencial: mascarillas, test de detección, reactivos, respiradores, trajes de protección…, teniendo que acudir a terceros países, principalmente China, a los que, por razones de optimización de costes, en su día decidimos externalizar la producción de bienes. A lo anterior hay que añadir la privatización de empresas de sectores estratégicos para el país que en algunos casos están en manos de inversores foráneos que, por lo general, no entienden de emergencias nacionales: Iberia, Repsol, Telefónica o Endesa son algunos ejemplos.

Otro elemento interesante para el análisis es el papel que está jugando China que, además de ser el  proveedor de bienes para Occidente, se ha convertido en el país que está acudiendo en auxilio de países europeos con mayores necesidades: Italia y España. Mientras tanto, Estados Unidos, que en 2019 declaró la guerra comercial a China y desencadenó un conato de guerra de divisas, mira para otro lado. Lo anterior denota que el equilibrio a nivel global alcanzado en la segunda mitad del siglo XX está virando. Trump, aunque no es el único ejemplo, quiere revertir el fenómeno de la globalización dando la espalda a los que tradicionalmente han sido aliados naturales de EEUU.

La principal lección aprendida de la emergencia sanitaria es el baño de realidad que pone en evidencia la vulnerabilidad del ser humano como especie. Ahora todos tenemos clara la prioridad: detener al virus. Los problemas derivados de la pandemia y los existentes con anterioridad los abordaremos más adelante. Ojalá aprendamos la lección y apliquemos el criterio de priorizar lo verdaderamente importante a partir de ahora. El cambio climático no deja ver sus efectos de manera tan evidente e inmediata como el coronavirus pero las consecuencias si no actuamos a tiempo serán letales para la especie humana y para el planeta. 

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