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Es un hecho. Todas las empresas dependen de una u otra manera de los recursos naturales e impactan sobre los ecosistemas, ya sea de manera directa o indirecta. Esta cuestión que ya era evidente para expertos en medio ambiente y evaluación del impacto ambiental, es también evidente para las propias compañías.

Sin ir más lejos, en el último foro de Davos, el medio ambiente y la crisis climática estaban en el podio de los riesgos identificados por las principales corporaciones a nivel mundial. Esta información ha sido respaldada por los gestores de grandes fondos de inversión como BlackRock, que alertaba sobre los peligros de que las empresas no integren indicadores ambientales en su toma de decisiones. No posicionarse con respecto al cuidado del medio ambiente ya no es una opción.

Decirse a favor del medio ambiente incluye distintos niveles de compromiso, que se traducen en estrategias de evaluación ambiental y RSC más o menos complejas. En el nivel de implicación más ambicioso, algunas empresas están apostando por incluir criterios para la valoración y gestión del capital natural en su toma de decisiones.

Tomar decisiones en base a la valoración de capital natural implica cuantificar los bienes y servicios sobre los que impacta preferentemente una organización, y llevar a cabo acciones que permitan reducir, corregir y compensar estos impactos de manera eficiente. En último término, algunos impactos residuales que exceden el alcance de los propios proyectos, pasan a abordarse a través de acciones voluntarias, es decir, en el ámbito de la RSC. Pero ¿por qué alinear las acciones de RSC con los mismos criterios de valoración del capital natural que se aplican a nivel de proyecto?

Alinear los compromisos de la empresa con la regulación ambiental internacional

Los marcos legislativos internacionales detrás de la descarbonización de la economía, como el Acuerdo de París o el Green Deal europeo, recogen la importancia de medir el impacto ambiental en términos de capital natural. La cuantificación de los impactos de las compañías de manera precisa ayuda a orientar las estrategias de RSC para asegurar la no pérdida neta de biodiversidad (No net loss). Además, estos sistemas de medida pueden emplearse a su vez como indicadores de progreso en la implementación de la agenda 2030 en las empresas.

Mejorar el reporte del desempeño ambiental

La entrada en vigor de la Ley de información no financiera, ha hecho que los sistemas de reporte como los elaborados por la Global Reporting Initiative (también conocidas como memorias GRI) ahora sean obligatorios, no sólo para grandes empresas. De hecho, las principales decisiones de inversión se basan en el desempeño ambiental de las empresas y en la calidad de sus sistemas de reporte. En este sentido, incluir la valoración del capital natural en la toma de decisiones de la empresa y en sus estrategias de RSC permite aportar más y mejor información que ayude a la compañía a su posicionamiento en los rankings de sostenibilidad.

Aumentar el retorno de inversión de las acciones voluntarias

En tanto en cuanto seamos capaces de conocer cómo impacta la actividad de nuestra empresa en el capital natural, podremos definir unos valores corporativos más sólidos y establecer compromisos ambientales más ambiciosos. Tomando los valores y compromisos como la base de una estrategia de RSC basada en capital natural, podremos seleccionar organizaciones con las que colaborar y acciones voluntarias que realizar, verdaderamente alineadas con nuestros impactos. La coherencia entre impactos, valores y acciones voluntarias aleja a las empresas del greenwashing y las acerca a sus grupos de interés, mejorando así el retorno para la empresa en términos de imagen y reputación.

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