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En los últimos años hemos alcanzado un nivel de consciencia global, representada en el Acuerdo del Clima de París y en los ODS, y parece que, como sociedad, nos hemos dado cuenta por fin de que el antiguo paradigma del cortoplacismo, la maximización del beneficio y el sistema lineal de producción está agotando los recursos y poniendo en riesgo la vida en el planeta tal y como la conocemos.

En este nuevo contexto, las finanzas sostenibles son uno de los grandes aprendizajes de la crisis de la década pasada. Una visión de la regeneración del sistema financiero en el que entran nuevas variables y en el que ya no solo cabe la rentabilidad económica. El impacto que se genera con las inversiones financieras deben ser la base sobre la que construir nuevos modelos de negocio. A la hora de desarrollar cualquier actividad financiera no es lo mismo mirar primero dónde maximizar la rentabilidad y minimizar el riesgo que identificar antes, y por su contribución a la sociedad, qué sectores o proyectos abordar y, a partir de ahí, buscar una rentabilidad razonable con una buena gestión del riesgo.

Las finanzas sostenibles no son una línea de “negocio verde” dentro del sistema convencional, sino la única forma de hacer finanzas. Ya no es válido el modelo centrado en maximizar la rentabilidad y hacer dinero del dinero. Debemos hacer la transición hacia uno nuevo que contribuya a resolver los desafíos de la sociedad a través de un uso responsable y efectivo socialmente de una de las herramientas más eficaces de las que disponemos, el dinero.

Porque ninguna decisión financiera es neutra. Actualmente, más del 90 % de la huella de carbono generada por el sector financiero proviene de sus carteras de préstamos e inversiones.  Se trata, pues, de un cambio de modelo en el que el sector reconozca que cada euro invertido tiene un impacto positivo o negativo, y en el que asuma la responsabilidad de decidir qué financiar según ese impacto. Y qué no.

Nuestra experiencia de 40 años en Europa - y la de los más de 60 bancos de la llamada banca ética o con valores en todo el mundo- pone de manifiesto que ese cambio de paradigma es posible. Un modelo de negocio con una cartera de préstamos que financian únicamente iniciativas de la economía real con impacto positivo, que equilibra el reparto de valor entre los grupos de interés, con productos y servicios definidos desde la premisa de la sostenibilidad y con criterios tanto positivos de financiación, así como de exclusión de inversiones en iniciativas que comprometan el futuro o que favorezcan, aunque sea por omisión, la desigualdad.

En España, la mayor parte del sistema financiero está dando ahora sus primeros pasos en este ámbito. Es especialmente significativo el Compromiso de Acción por el Clima, firmado en la Cop25 de Madrid por el 95 % de los bancos que operamos en nuestro país para alinear las carteras de préstamos e inversiones con el Acuerdo de París y contribuir a limitar el aumento de la temperatura global por debajo de los 2ºC (esforzándose para que no supere los 1,5ºC). También establece la necesidad de publicar objetivos para lograr ese alineamiento en los 3 años siguientes a la firma.

Este compromiso es el comienzo del camino hacia la descarbonización de las inversiones en España y un buen punto de partida. Aunque aún no es tan preciso y ambicioso como nos gustaría si lo comparamos con el que se firmó en el verano pasado en Holanda y del que también fuimos impulsores. Ahora comenzamos la fase de implementación, que es la verdaderamente importante. El sector financiero español tiene la oportunidad única e inaplazable de demostrar que no se trata de un simple lavado de cara y que es capaz de dar los pasos necesarios para la efectiva descarbonización de las inversiones, y al ritmo adecuado.

El documento supone además la oportunidad de recuperar la confianza de la sociedad española y de dejar claro que estamos del lado de las soluciones. Es también una excelente plataforma de colaboración entre las entidades financieras, las instituciones públicas y organizaciones no gubernamentales que trabajan por el cambio en las finanzas.

En los próximos años nos jugamos mucho. El gran dilema es si la transición del sistema financiero será valiente porque, independiente de lo firmado, hay pasos que ya se pueden dar y no se están dando. Las consecuencias pueden ser graves si se sigue a la espera de la administración pública regule sin tomar la iniciativa.

Debería ser ya una realidad generalizada la transparencia radical de las carteras de préstamos e inversión. Actualmente, los ahorradores no saben lo que su banco hace con su dinero y deberían exigir esa información.

Es tiempo también de financiar lo verde e inclusivo, pero de momento solo se financia lo “verde” como business as usual y la mayoría de los bancos todavía no se han decidido a no hacer nuevas inversiones altamente contaminantes.

La aprobación de la taxonomía europea y su trasposición a las normativas de país no puede ser tampoco una excusa para no avanzar en la medición de las emisiones del sector financiero porque la de la huella de las carteras existentes ya es posible. Y aunque reducir de las carteras existentes o desinvertir es un algo más complejo, sí es exigible que los bancos publiquen, a lo largo de este año, sus planes de reducción para cumplir con París.

Es evidente que se trata de un gran desafío. Un cambio en la forma de entender el negocio para contribuir de una forma significativa a la transición ecológica e imprescindible para frenar la emergencia climática en la que nos encontramos.

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OpiniónMedio ambientefinanzas sostenibles

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