Este es uno de los temas clave de una Cumbre del Clima que comienza su segunda y decisiva semana, pero no es el único: otro pasa por la demanda de los países en desarrollo de obtener más fondos para unos desastres causados por fenómenos climáticos extremos que ya generan miles de millones en pérdidas y que se están costeando de sus presupuestos. Y aún hay un tercero que afecta a las mujeres.
De puertas para afuera de Ifema, también fue la semana de una manifestación en Madrid convocada por los jóvenes de Fridays For Future que arrastró a decenas de miles de personas en el centro de la ciudad y también de la llegada a la ciudad de la joven sueca Greta Thunberg, convertida hoy en todo un fenómeno mediático que está contagiándose a la juventud global.
Respecto al asunto de un mercado global de bonos de carbono, existe el temor entre las organizaciones de la sociedad civil de que se convierta en una vía para “seguir contaminando porque se haga negocio con ello”, en palabras de Neil Tagri, responsable de Políticas y Ciencia de la organización Gaia (EEUU). Para otros actores, sin embargo, es “la vía para dar pasos hacia una descarbonización cuyo éxito dependerá de la transparencia de ese mercado y del precio final que se ponga al carbono”, como señalan representantes de la ONU. Si el precio es alto, hay quién confía en que sea más fácil que las empresas caminen rápido a una transición energética limpia, que por otro lado se hace imprescindible, pese a que también conlleva riesgos ambientales en determinadas zonas del planeta.
Y es que si algo ha quedado claro estos siete días, es que el mundo científico global, en sus más variados campos de acción, tiene claro que vamos derechos a superar los 3º C si seguimos contaminando a este ritmo (este año, en lugar de bajar las emisiones han subido un 0,6%, según Global Carbón Project), mientras los océanos cada vez son capaces de absorber menos carbono porque se están acidificando y perdiendo oxígeno, la deforestación aumenta, el deshielo polar es evidente y respiramos ya 407 partes por millón de partículas en la atmósfera (un 147% más de las que respiraba Mozart en 1750).
Entre los culpables, el primer puesto es ahora de China, de donde provienen el 27% de los gases de efecto invernadero, pero conviene no olvidar que empresas y consumidores de todos los rincones del mundo adquieren productos fabricados en el gigante asiático. Le siguen Estados Unidos y la Unión Europea. De hecho, la UE, avanzadilla en sus compromisos de reducciones, este año apenas ha recortado un 1,6% sus emisiones, cuando su objetivo es llegar a un 40% menos en diez años.
No menos llamativos fueron los datos aportados sobre lo que ello supone para la salud de la Humanidad por parte de la OMS, que considera que hay siete millones de personas que pierden la vida cada año por la contaminación, pese a lo cual no se están tomando medidas para adoptar los sistema sanitarios a este problema.
¿Y los ecosistemas? ¿Y la biodiversidad, incluida la étnica y cultural? Si los anteriores asuntos han sido presentados en foros de la llamada ‘Zona Azul’ (la oficial), la Naturaleza ha encontrado su hueco en la ‘Zona Verde’ de la COP, donde tienen su espacio organismos científicos como el CSIC, ONGs como SEO/Birdlife o instituciones como la Aecid, además de diferentes empresas. Allí es donde se han puesto cifras, pero también impactantes testimonios, a unas políticas agrarias que destrozan el medio ambiente, a la sobreexplotación de los mares o la deforestación de las selvas. “Se les olvida que la protección de la biodiversidad es la forma más natural de luchar contra el cambio climático”, destacaba el científico español Fernando Valladares en uno de los foros convocados.
Allí se encuentra un área dedicada a los pueblos indígenas, el lugar en el que poner rostro y nombre a los protagonistas del drama ambiental de millones de personas: desde los polos –los inuits están viendo desaparecer su forma de vida- a la Amazonía ecuatoriana –en la que proliferan las concesiones petrolíferas- pasando por la tierra mapuche, donde la desforestación se está compensando con monocultivos de eucaliptos, o las cada vez más secas tierras de África Oriental. “Ahora tenemos más fenómenos climáticos extremos que nunca antes y es una barbaridad no hacer nada porque ya no podemos decir que son creencias, es ciencia”, clamaba el Nobel mexicano Mario Molina, uno de los descubridores del agujero en la capa de ozono.
De hecho, el Índice de Riesgo Climático Global (IRC) de Germanwatch ha cuantificado que entre 1999 y 2018 murieron 495.000 personas como consecuencia directa de12. 000 fenómenos meteorológicos extremos, con pérdidas económicas por valor de 3.540 millones de dólares. Puerto Rico, Myanmar y Haití han sido los más afectados, pero también Filipinas, Pakistán y países europeos con olas de calor cada vez más largas (España es buen ejemplo de ello).
Estas pérdidas y daños que se están produciendo, y seguirán en aumento, podrían suponer hasta 300.000 millones de dólares en una década, según otra de las muchas investigaciones que estos días de atrás se han dado a conocer, en este caso por el Stockholm Environment Institute. Unas 150 ONGs a nivel global defienden, basándose en su datos, que se impongan tasas a las transacciones o a las empresas más contaminantes para proveer con ellas un fondo de daños y pérdidas que permita la reconstrucción tras estos desastres a los países del sur global.
Cabe recordar que existe ya un Fondo Verde, creado en el marco de las cumbre climáticas, pero se pensó destinado a la mitigación y adaptación al cambio climático, no para pagar daños. Además, sus 9.800 millones actuales son aportaciones voluntarias de los gobiernos y no son suficientes por lo que desde la próxima primavera se ha anunciado que se permitirán aportaciones del sector privado. “Este fondo es fundamental para los países más vulnerables y estamos muy lejos de los 100.000 millones necesarios para el 2020”, ha reconocido el presidente del Parlamento Europeo, David Sassoli. Así pues, este Fondo Verde y otro nuevo son también puntos fuertes en las negociaciones oficiales.
Queda patente, asimismo, que la transición de un sistema económico basado en combustibles fósiles a otro bajo en carbono es imprescindible, pero no fácil. Ni para los países en desarrollo, que contaminan poco y les impacta mucho, ni para los desarrollados, donde movimientos como el de los chalecos amarillos ponen de manifiesto, como recordaba la embajadora climática francesa, Laurance Tubiana, que “la equidad es fundamental para que la transición ecológica no caiga sobre las capas sociales más perjudicadas”. De ahí el esfuerzo de instituciones y empresas en destacar las ventajas de una ‘economía limpia’ en esta cumbre, que evitará futuras pérdidas: cambiar a un modelo bajo en carbono generará 24 millones de empleo, frente a los seis millones que se destruirán, según el balance de la OIT en esta cumbre. Y así, mientras unos detectan un cambio de rumbo claro en las grandes compañías en su apuesta por el clima, otros las acusan de practicar ‘un lavado de cara’ para seguir promoviendo el consumo sin límite de recursos que si lo tienen.
De hecho, datos oficiales demuestran que queda mucho por andar. Es evidente al conocer las previsiones de aumento de producción de carbón en un 120% para 2030, como denunciaba con preocupación la ministra de Transición Ecológica, Teresa Ribera, o la construcción de grandes infraestructuras sin pensar en el cambio climático, tema que puso sobre la mesa la responsable de la Agencia de Medio Ambiente británica, Emma Howard. Howard recordaba la pasada semana que se han presupuestado ya 90.000 millones de dólares en infraestructuras –dos tercios en países en desarrollo- para 2040 sin tener en cuenta que el cambio climático. Muchas de ellas coinciden con las protestas de las comunidades afectadas que también se escuchan estos días, sobre todo en América Latina.
Ya fuera de las actividades programadas de la COP25, la expectación ha estado marcada por la llegada, el viernes pasado, de la joven activista de Fridays For Future Greta Thunberg. Su presencia desató la persecución mediática, así como un afán multitudinario por conocerla que le impidió, finalmente, participar en la manifestación de la tarde-noche. Pero si pudo hablar al final, y con un mensaje contundente: “Salimos de nuestra zona de confort para decirle a los poderosos que deben asumir su responsabilidad y proteger a las presentes y futuras generaciones. Estamos aquí porque se está celebrando la COP25 en Madrid para negociar nuestro futuro y os puedo asegurar que la esperanza no está entre sus muros, sino aquí con vosotros”, dijo.
Ahora, la semana que comienza será definitiva para concluir con algún acuerdo en los temas puestos sobre la mesa de cara a la importante cita del año que viene en Glasgow, la COP26.
De momento, está sirviendo para que la sociedad global, durante unos días, entienda que ‘es tiempo de actuar’ y que hay que hacerlo con rapidez, como marca el lema de esta cumbre chilena, acogida en España.