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La verdad, para muchos, se fundamenta en la percepción individual que movilizada en las redes sociales les hace creer que es una “verdad colectiva”. Esta realidad desafiante y autista es, en gran medida, obra de los algoritmos, una herramienta tecnológica de inteligencia artificial de las redes sociales que refuerza tendencias de opinión al buscar, favorecer y recordar solo aquella información que confirma nuestras propias creencias, y que genera la ilusión de que “todo el mundo” comparte nuestras ideas porque las informaciones que nos llegan nos dan la razón.

La reflexión la inicié en Diario Responsable bajo el título de “la dictadura de los algoritmos”. Dictadura, porque son los algoritmos los que eligen lo que “nos gusta” y los que evitan el encuentro con aquello que es diferente e inesperado. La activista digital guatemalteca Renata Ávila del World Wide Web Fundation ya sostenía que la “Internet llega a ti mediante un algoritmo, no eres tú el que vas a buscar algo a Internet”. Si Facebook te filtra la información, -dicen los críticos-, al final solo te muestra una visión de los hechos y te radicalizas.

El régimen dictatorial estuvo firme hasta el 2017, porque la confianza, según el Trust Barometer de Edelman 2017 presentado en la WEF, estaba liderada por el ciudadano común: “gente normal”, como tú o yo. Habiendo bajado 3 puntos desde el 2016, era la primera fuente de información confiable, a nivel global; en segundo y tercer lugar estaban los técnicos expertos y los académicos, lejos los medios de comunicación y la empresa. Pero como toda “dictadura”, ella misma genera revoluciones sociales para derrocarlas.

Lo primero que suele suceder son las conspiraciones internas por las diferentes opiniones sobre la forma de gerenciar el modelo de gobierno para satisfacer las expectativas ciudadanas. El polémico Sean Parker, primer presidente de Facebook, se arrepintió de haberla impulsado y disparó contra la red social al afirmar que “explora la vulnerabilidad humana”. Por otro lado, Chamath Palihapitya, también ex ejecutivo, lamentó haber participado en la construcción de herramientas que destruyen el tejido social: “las redes sociales están desgarrando a la sociedad”. En febrero, el País de España publicó la “rebelión de las redes” señalando a “FakeBook: manipuladora de la atención, vehículo de noticias basura y oligopolio sin control”. El fakenews, o la mentira, generaron revoluciones silenciosas en el governance de las empresas tecnológicas, es así que los pioneros de Google y Facebook reniegan de su creación, exigiendo “humanizar la tecnología y repensar su uso y abuso”. Hace solo semanas estas redes sociales han hecho un “acto de contrición” al realizar cambios significativos en sus algoritmos y más aún cuando Mark Zuckerberg acude al Congreso de los Estados Unidos para “pedir perdón” luego de permitir que 80 millones de usuarios fueran manipulados como consumidores electorales y de productos comerciales sin dar su consentimiento consciente; es decir aceptan las letras pequeñas y se manipula su ignorancia o falta de consciencia. Un “perdón” que muchos califican de cínico y que curiosamente lejos de compartirlo solo por las mismas redes que creo, lo hace en tradicionales periódicos impresos, a la vieja andanza.

Hay una resignificación en el imaginario colectivo en aquello que leemos, producto de los algoritmos y que no es siempre la “verdad colectiva”, sino la percepción de una opinión individual que se cree es de la mayoría, pero el daño ya está hecho e hizo una profunda herida en la confianza que ganábamos históricamente la “gente normal”. Este año en Davos, Soros abrió fuego en la WEF desde la artillería de la revolución: Facebook y Google “amenazan la sociedad y las democracias” y las primeras víctimas somos nosotros mismos, por cómo usamos las redes sociales. El Trust Barometer de Edelman 2018, refleja una baja de 6 puntos en la confianza cuando compartimos nuestra opinión, habiendo sido desplazados a la tercera posición que ahora es liderada solo por los expertos técnicos y luego los académicos. Si analizamos esto en profundidad, y tomo como referencia a España por similitudes socio culturales con Latinoamérica, la caída de la confianza del ciudadano común es más del doble del promedio mundial (13 puntos de caída de la confianza). Esto dibuja el desafío de reinterpretar una nueva consciencia colectiva al definir quién dice la verdad, donde nadie tiene el monopolio de la razón, ni la exclusividad de la mentira.

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