Resulta curioso que los primeros escritos que conservamos no son oraciones a los dioses, ni hazañas guerreras, ni textos legislativos, tampoco poemas de amor; son apuntes contables. Parece que la humanidad es lo primero de lo que necesitó dejar constancia escrita. Sirva esto para reivindicar la importancia de una actividad frecuentemente preterida por los intelectuales como es la contabilidad, y, en consecuencia, de las finanzas y de la economía.
Pero a pesar de la evidente antigüedad de muchas operaciones financieras, las finanzas, como conjunto estructurado de conocimientos, como disciplina académica, no comienzan su andadura hasta el inicio del siglo XX y lo hacen en Estados Unidos, en la costa este. Curiosamente allí ha sido donde han surgido las dos peores crisis financieras de los últimos cien años: la de 1929 y la de 2007. En ambas, en mi opinión, se ha puesto de manifiesto un déficit regulatorio.
La economía necesita una cierta regulación, una buena regulación y, cada vez más, algunas regulaciones globales. No me parece de recibo que las empresas más poderosas o los mayores patrimonios practiquen el arbitraje regulatorio, trasladando sus actividades o su residencia a países con sistemas fiscales más benévolos. No es razonable que empresas que antes estaban aquí se trasladen a otras latitudes donde tienen menores controles sanitarios o medioambientales, cuando luego, si algo sale mal, todos pagamos las consecuencias. Necesitamos avanzar en regulaciones mejores y más globales; el camino será largo, pero no veo otro.
Un aspecto que se ha puesto de manifiesto en los últimos años, y que no es ajeno a la crisis cuyas secuelas seguimos padeciendo, es la necesaria búsqueda de sostenibilidad en nuestro desarrollo.
Las empresas han de ser sostenibles en lo financiero, en lo social y en lo medioambiental. Una empresa que no esté comprometida con sus trabajadores, con sus clientes, con la sociedad…, o que sea irresponsable con el medioambiente, podrá, tal vez, obtener buenos resultados a corto plazo, pero, con el paso del tiempo, yo veo difícil su viabilidad; lo mismo le sucederá si tiene un endeudamiento excesivo o si no consigue la adecuada rentabilidad a sus inversiones en activos. Si queremos crear riqueza a largo plazo hemos de cuidar los aspectos financieros, sociales y medioambientales. De esta manera lograremos crear valor para los accionistas y para el conjunto de la sociedad. Para alcanzar todo esto es fundamental que trabajemos en la trasparencia; las empresas han de practicar la trasparencia ante la sociedad para que esta las juzgue y, por ejemplo, sus potenciales clientes puedan opinar, con conocimiento de causa, si desean o no adquirir sus productos, o los inversores se planteen si quieren invertir en esa compañía, o resulte más o menos atractiva para atraer el talento. Tenemos aquí un reto importante: ¿cómo pueden las empresas transmitir información clara, concisa y fiable, no solo sobre los aspectos financieros, sino también sobre los sociales y medioambientales? Contables y auditores tienen mucho que aportar en este novedoso campo.
Desde la academia estamos trabajando duro en estos temas, y así nos hemos preguntado, por ejemplo, si la inversión sostenible puede ser más rentable en el largo plazo. No hay respuestas definitivas, pero algunos trabajos que he dirigido apuntan positivamente en esta línea. También estamos investigando sobre la información que las empresas transmiten a la sociedad y sobre su verificabilidad.
Pero si nuestro objetivo último como economistas es aportar valor económico a nuestros conciudadanos, deberemos también mirar a la ética. Como dice nuestra admirada filósofa Adela Cortina: “una empresa que no es ética es una mala empresa”. En la misma línea, hace casi diez años publiqué un artículo en El Economista: “Crisis y pecados capitales”, donde hacía un sencillo análisis sobre cómo la falta de ética nos había empujado a la crisis. Y recientemente el Papa Francisco en la encíclica laudato si’ ha reflexionado sobre muchos de estos temas.
Los economistas, y toda la sociedad, debemos ejercitar virtudes como la prudencia o la justicia (virtudes financieras por excelencia), poner valores como la libertad, la igualdad o la solidaridad guiando nuestras actuaciones, o respetar y profundizar sobre los derechos humanos. Y todo esto con el convencimiento de que así haremos mejor nuestro trabajo de colaborar en la creación y correcta distribución de la riqueza.
Por Fernando Gómez-Bezares
Catedrático de Finanzas de Deusto Business School
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1..Basado en la conferencia pronunciada al recoger el 9 de noviembre de 2017 el premio Economista Gran Reserva.
2.Puede verse: Pérez Ramírez, J. (2011), Vidas paralelas. La banca y el riesgo a través de la historia. Madrid: Marcial Pons, págs. 30-31; y Hernández Esteve, E. (2002), La historia de la contabilidad, Revista de Libros, nº 67-68.