Dombert se refiere al trabajo de una Task Force on Behaviour and Culture, una metodología que trata de evaluar la cultura y las conductas en los bancos. “En concreto, trata de valorar el trabajo y la cooperación de los supervisores y los consejos de administración“, en un intento de encontrar patrones de conducta que se puedan interpretar como indicadores adelantados o incluso como creadores de problemas. No trata de imponer valores, pero sí castigar la ausencia de valores -lo que plantea la duda de si todos los valores se consideran válidos, y qué criterio utiliza la Task Force para determinar qué valores son válidos y cuáles no.
Dombert concluye que los valores no se pueden introducir vía regulación, sino que “deben ser reconocidos y adoptados por cada persona individualmente” y que “la supervisión no ancla los valores en el mundo de los negocios”. Y también rechaza la imposición de los valores por la vía consecuencialista, para conseguir unos resultados determinados.
Me alegra ver que también en instituciones de alto nivel encargadas del control y supervisión de las entidades financieras ha calado el argumento de los valores. Me temo que nos quedemos en la superficie -lo importante es que cada uno tenga sus valores- y olvidemos que no todos los valores son tales, ni cualquier juego de valores asegura la coherencia. Y que hay que pasar de los valores de la persona a los de la organización, y aquí el salto puede ser complicado. Conocemos ya muchos casos de personas honradas que se comportan mal en una organización cuya cultura, estructura, estrategia, políticas e incentivos están maleados.